Críticas católicas al Ecumenismo de Asís

 Fuente: "Tradición Católica"

Revista de la Hermandad San Pío X de España - Febrero 2002

http://membres.lycos.fr/tradicioncatolica/2002/feb2002.htm

Si San Francisco levantara la cabeza...

Pues seguramente le habría dado un infarto, o algo así. ¡Pobre San Francisco! Su gran figura queda reducida a ese amor gelatinoso por todo y por todos que hace abstracción de lo más importante: el precepto de la caridad entendido correctamente, por el que uno se preocupa ante todo del bien espiritual del prójimo, es decir, de su salvación eterna. Si San Francisco fue a encontrarse con Melek-El-Kamel, sultán de Egipto, no fue precisamente para decirle que “la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma” y que “aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno” (Declaración Nostra Aetate, sobre las religiones no cristianas, 3). Fue por sus ansias de padecer el martirio, y con ánimo de convertir (¡horrible palabra!) al sultán por lo que se desplazó hasta tierras infieles. Varios de sus hijos morirán derramando su sangre por amor a Cristo.

Pero lo que Nuestro Señor reprueba, y su Iglesia recuerda (en particular en la encíclica Mortalium animos), su actual Vicario lo promueve y fomenta. Y así logrará reunir a 250 líderes religiosos que representan el 80 por ciento de los creyentes de todo el planeta. Debió ser trabajoso prepararlo todo, pues hubo que conseguir para los judíos una sala que nunca hubiese sido consagrada, pues de lo contrario infringirían uno de sus preceptos. Para los musulmanes se preparó una sala subterránea sin ornamentación, única de todo el complejo que reunía condiciones para su oración y que estaba orientada hacia la Meca. Para los zoroastrianos, como sus rituales exigen tener el cielo como bóveda, se les reservó uno de los claustros del monasterio... En Asís se iban a encontrar cristianos (es decir, además de los católicos, representantes de la Comunión Anglicana, la Federación Luterana Mundial, la Alianza de las Iglesias Reformadas, los Pentecostales, la Alianza Bautista mundial, incluso el Ejército de Salvación, sin olvidar el Consejo Mundial de las Iglesias, la organización ecuménica que reúne a casi todas las confesiones cristianas a excepción de la Iglesia Católica), ortodoxos (24 representantes de 11 patriarcados) e Iglesias Antiguas de Oriente, judíos, musulmanes, hinduistas, budistas, confucionistas, japoneses que profesan el tenrikyo y el sintoísmo, exponentes del kainismo, sijismo, zoroastrismo, y de las religiones tradicionales africanas... ¡Menuda ensalada!

Y, por supuesto, nada de sincretismo, ¡por favor! A pesar de las apariencias Juan Pablo II explicaba que no habría ningún momento de oración común pues este encuentro no pretendía “de ningún modo, inducir al relativismo ni al sincretismo”. De manera que los líderes espirituales no rezaron juntos, pero rezaron a la vez y por el mismo objeto. Y, ¡hop!, así se le da vuelta a la tortilla, que sigue siendo, con todos los juegos de palabra que se quiera, la misma tortilla. Seguramente, en la comida que tuvo lugar después, también debieron estar juntos para comer aunque no comieron juntos... Pero lo peor es que tampoco es cierto que no hubiera sincretismo, puesto que el Papa presidió la oración de todos los cristianos. Además, ¿qué queda en la mente de los católicos y de los infieles?

Con un contundente “no más violencia, no más guerra y no más terrorismo” cerró Juan Pablo II la Jornada de oración por la Paz. Después de implorar a Dios ese don, como habían hecho antes los demás líderes religiosos, el Papa pidió que “en nombre de Dios cada religión lleve sobre la Tierra justicia y paz, perdón, vida y amor”. En su discurso anterior pedía a Dios que abriera los corazones a la verdad sobre El (Dios) y sobre el hombre. “El fin es único y la intención es la misma, pero rezaremos según formas diversas, respetando las tradiciones religiosas de cada uno”. Pero recordemos, ¡no hay sincretismo!

Que esta reunión la promoviera un pagano o acatólico cualquiera, vaya y pase. Se mueven en el error y no es de extrañar que entre errores la mezcla sea fácil. Sería un francmasón y tampoco nos extrañaría pues sabemos que eso es lo que se está preparando desde hace años y años: un gobierno mundial y una “mega-religión” donde desaparezca el culto de Dios y se adore al hombre. Pero que el que lo promueva sea el Representante de Nuestro Señor, eso es lo chocante; los enemigos de la Iglesia no lo harían mejor.

Pidamos a Dios que nos conserve la fe, y ¿por qué no?, también una buena dosis de sentido común, tan escasos ambos en nuestros días. y en lo que a nosotros concierne, reparemos por tales blasfemias que no pueden atraernos sino la ira de Dios, ese Dios celoso de su nombre y de su gloria. Y recemos por el Papa y los obispos, para que Dios aparte el velo de sus corazones y reconozcan que sin Nuestro Señor Jesucristo no hay paz posible, y que en definitiva, sin El, nada podemos hacer.

 * * *

Comunicado de Monseñor Bernard Fellay

concerniente a la jornada interreligiosa
de oración en Asís, el 24 de enero de 2002

El Papa Juan Pablo II convoca a las grandes religiones del mundo, y en particular a los musulmanes, para una gran reunión de oración en Asís, siguiendo el espíritu de la primera reunión por la paz que se dio en ese mismo lugar en 1986. Este acontecimiento provoca nuestra profunda indignación y nuestra reprobación.

Ofende a Dios en su primer Mandamiento.

Niega la unicidad de la Iglesia y su misión salvadora.

Conduce directamente a los fieles hacia el indiferentismo.

Es un engaño para los pobres infieles y adeptos de otras religiones. 

El problema no proviene del objeto de la oración que se realiza: la paz. Porque rezar por la paz y buscar que se establezca y reafirme la paz entre los pueblos y las naciones es una buena cosa; la liturgia católica está llena de bellísimas oraciones por la paz. Y nosotros, de todo corazón, las hacemos nuestras. Además, habiendo anunciado los ángeles en el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo la paz para los hombres de buena voluntad, es muy conveniente en esta época del año invitar a los fieles a que imploren del verdadero Dios un bien tan grande.

La razón de nuestra indignación viene de la confusión, del escándalo y de la blasfemia unidos a la invitación proveniente de quien es Vicario de Nuestro Señor Jesucristo, único mediador establecido entre Dios y los hombres, dirigida a otras religiones para que se reúnan en Asís a orar por la paz. 

Se ha afirmado que para evitar todo sincretismo no se rezaría «juntos», sino que cada religión rezará en las distintas salas del convento franciscano de la ciudad de Asís. El cardenal Kasper ha afirmado incluso que «los cristianos no pueden rezar con los miembros de otras re­ligiones» (Osservatore Romano, 5 de Ene­ro de 2002). Esto no basta para disipar el malestar terrible y la confusión; porque son toda clase de religiones las que rezarán «cada una por su cuenta» para obtener, por estas oraciones pronunciadas al mismo tiempo y desde diversos lugares, un mismo objeto: la paz. Ahora bien, si el hecho de que todas hayan sido invitadas en la misma ciudad, a rezar al mismo tiempo y por un mismo fin, muestra una voluntad de unidad, el hecho de tener que separarse muestra sin embargo la contradicción y la imposibilidad del proyecto. La distinción es por tanto, en este caso, ficticia, aunque impida, a Dios gracias, una communicatio in sacris directa. Sin embargo, el carácter sincretista de la operación no se le escapa a nadie, y con palabras engañosas se llega a la negación de la verdad patente. Las palabras ya no significan nada: “iremos a Asís no para rezar juntos” sino que “juntos, iremos a rezar”... o “no hay sincretismo”... etc. 

Una cosa es el establecimiento de la paz civil (o política) entre las naciones mediante congresos, debates y medidas diplomáticas, con la intervención de personas influyentes de las distintas naciones y religiones, y otra la pretensión de obtener de Dios el bien de la paz por la oración de todas las (falsas) religiones. Este último paso se opone diametralmente a la fe católica y al primer mandamiento. 

Porque aquí no se trata de la oración individual del hombre en su relación personal con Dios creador o santificador, sino de la oración de las distintas religiones en cuanto tales, con su propio rito que se dirige a su propia divinidad. Mas la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos enseña que Dios sólo tiene por agradable la oración de Aquel que estableció como único mediador entre El y los hombres, y que esta oración úni­camente se encuentra en la verdadera religión. Las demás, y en particular la idolatría -summum de todas las supersticiones- le son abominables. 

¿Cómo se pretende entonces que las religiones que ignoran al verdadero Dios puedan obtener algo de El? San Pablo nos asegura que esos falsos dioses son ángeles caídos, demonios. «Antes bien digo que lo que sacrifican los gentiles, a los demonios y no a Dios lo sacrifican. Y no quiero yo que vosotros tengáis parte con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis tener parte en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios» ( I Cor. 10,20-21)

Invitar a esas religiones a rezar es invitarlas a realizar un acto que Dios reprueba y condena en  el primer mandamiento: a un solo Dios adorarás. Es llevar a error a los adeptos de esas religiones y confirmarlos en su ignorancia y su desgraciado estado. 

Pero hay algo aún más grave: esta invitación lleva a creer que su oración podría ser útil e incluso necesaria para la obtención de la paz. Dios Todopoderoso expresó también, por boca de su apóstol San Pablo, lo que sigue: «No os unáis en yunta desigual con los infieles. ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿Qué parte del creyente con el infiel? ¿Qué concierto entre el templo de Dios y los ídolos?» (II Cor. 6,14-16)

«No estará dicha la última palabra sobre la lucha entre los buenos y los malos, a través de los acontecimientos de la historia, mientras no se la relacione con la lucha personal e irreductible hasta el fin entre Satanás y Jesucristo», escribía con mucha razón Monseñor Lefebvre (Itinerario espiritual). Esta verdad fundamental respecto a la guerra y la paz parece estar completamente olvidada en la perspectiva del espíritu de Asís.

En un determinado momento de la jornada de Asís se reunirán todos, pero ¿cuándo resonará en los oídos de todos los participantes el llamamiento del primer Papa, San Pedro: «Ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo por el cual podamos ser salvos» (Act. 4, 12)? Jesucristo, el único Salvador, es también el único pacificador. Pero, ¿se atreverá alguien a recordar estas verdades elementales a los invitados ajenos al cristianismo? Más bien el miedo de serles molestos les llevará a omitir o reducir a una simple fe subjetiva («para nosotros los cristianos, Jesucristo es Dios» etc.) esta necesidad absoluta de la verdadera paz. 

Acabamos de decirlo:

No sólo hay un único y verdadero Dios -«de manera que son inexcusables quienes lo ignoran» (Rom. 1, 20)- sino también un único mediador (I Tim. 2,5) y único embajador acepto ante Dios, que intercede sin cesar por nosotros (Hebr. 7,25). Las religiones que rechazan explícitamente su divinidad, como el Judaísmo y el Islam, están condenadas al fracaso en sus oraciones a causa de un error tan fundamental. «¿Quién es el embustero sino el que niega que Jesús es Cristo? Ese es el anticristo, el que nie­ga al Padre y al Hijo. Todo el que nie­ga al Hijo tampoco tiene al Padre» (I Juan 2,22-23)

A pesar de las apariencias monoteístas no tenemos el mismo Dios, no tenemos el mismo mediador. Y sólo la Esposa mística de Cristo (Ef. 5,32) tiene las prerrogativas para obtener de Dios, en  nombre y por Nuestro Señor Jesucristo, todo bien y en particular el bien de la paz. Esta es la fe de la Iglesia enseñada y creída en todos los tiempos y en todas las épocas. Y no se trata en modo alguno de una cuestión de intolerancia o de desprecio del prójimo sino del rigor de la verdad. «Nadie viene al Padre sino por Mí» (Juan 14,6)

Establecer un acto y conducir a actos que ya no expresan esto es un engaño. Es ofender a Dios, a Aquel en quien puso sus complacencias (Mc.9,7), Nuestro Señor Jesucristo, y a su Santa Iglesia (Mt. 16,18)

¿Cómo podrían ser escuchados quienes rechazan esta mediación, tal y como los judíos y musulmanes hacen explícitamente al rechazar su divinidad? Y lo mismo habría que decir de quienes rechazan para la Iglesia el papel de mediadora. 

En varias ocasiones la jornada de Asís ha sido justificada por Juan Pablo II.

Uno de los argumentos proviene precisamente de la oración: «Toda oración auténtica viene del Espíritu Santo que habita misteriosamente en cada alma». Ahora bien si se da un sentido correcto a la palabra “auténtica” se puede admitir la primera parte de la frase. Pero es evidente que no se puede entonces llamar auténtica la oración de un budista ante el ídolo de Buda, la de un brujo fumando la pipa de la paz o la de un animista. 

Sólo es auténtica la verdadera oración que se dirige al verdadero Dios. Es un abuso calificar de auténtica la oración que se dirige al demonio. Y la oración del terrorista estrellándose contra la torre de Manhattan: «Alá es grande», ¿tendremos que declararla también como auténtica? ¿Acaso no estaba convencido de actuar bien? ¿acaso no actuaba con sinceridad? Es por lo tanto evidente que la visión puramente subjetiva no basta para que una oración sea auténtica. 

En cuanto a la segunda parte de la frase: «el Espíritu Santo habita misteriosamente en cada alma» o en todo hombre es indudablemente falsa. La palabra “misteriosamente” puede ser engañosa: en la teología católica, así como en la Sagrada Escritura, la inhabitación del Espíritu Santo está directamente unida a la recepción de la gracia santificante. En el bautismo, una de las primeras palabras es ordenar al demonio que abandone ese alma para dar lugar al Espíritu Santo, lo cual indica a las claras que el Espíritu Santo no habitaba en ese alma.

Vemos que es una falsa proposición la que está en la base de la justificación de la jornada interreligiosa de Asís. 

En el plano del diálogo, en el que se exige una apreciación muy positiva del interlocutor, se predica que hay mucho bien en las otras religiones y que, puesto que el bien sólo puede venir de Dios, Dios actúa en las otras religiones. Es un sofisma basado en la no distinción entre el orden natural y el orden sobrenatural, porque es evidente que cuando se habla de una acción de Dios en una religión se entiende de una obra de salvación. Es decir, Dios que salva por su gracia, y la gracia es sobrenatural. Pero el bien del que se hace mención como presente en las otras religiones (al menos en las no cristianas) no es sino un bien natural, y en esto Dios sólo actúa como creador que da el ser a todas las cosas y no como salvador. El deseo del Concilio Vaticano II de superar la distinción entere el orden de la gracia y el orden natural da aquí sus frutos más desastrosos. Se llega así a la mayor de las confusiones, la de hacer pensar que cualquier religión puede finalmente obtener de Dios los mayores bienes. Es un engaño enorme y un grotesco error. 

Y este error se une al plan masónico de establecer un gran templo de fraternidad universal por encima de las religiones y creencias, «la unidad en la diversidad» tan cara a la Nueva Era y la globalización. «Nuestro interconfesionalismo nos ha valido la excomunión recibida en 1738 de Clemente XI, pero la Iglesia estaba ciertamente en el error si es verdad que el 27 de Octubre de 1986 el actual Pontífice ha reunido en Asís a hombres de todas las confesiones religiosas para rezar juntos por la paz. ¿Y qué otra cosa buscaban nuestros hermanos cuando se reunían en los templos sino el amor entre los hombres, la tolerancia, la solidaridad y la defensa de la dignidad de la persona humana, considerándose iguales, por encima de los credos políticos o religiosos y del color de la piel?» (Gran Maestre Armando Corona, de la Gran logia del Equinoccio de Primavera, Hiram - órgano del Gran Oriente de Italia- Abril de 1987). 

Una cosa es cierta: no hay nada mejor para provocar la cólera de Dios. 

Por ello, y aunque deseamos en sumo grado la paz del Señor, no tendremos absolutamente parte alguna en esta jornada del 24 de Enero en Asís. Nullam partem.

 

+ Monseñor Bernard Fellay

21 de Enero de 2002

http://membres.lycos.fr/tradicioncatolica/2002/feb2002.htm

Convocatoria Ecuménica - Enero 2002 - Asís (Italia)

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Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"

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