Declaración Católico - Luterana

acerca de la Justificación

por José Grau

Aireada por todos los medios de comunicación a finales de 1999 como la antesala de la unidad entre católicos y protestantes, es el resultado de varios años de contactos entre algunos teólogos católico-romanos y un cierto número de teólogos luteranos pertenecientes a la Federación Luterana Mundial.

Como prolegómenos a nuestro examen de dicha Declaración cabe advertir que Roma no delegó a sus representantes más significados ni dio al comunicado oficial el relieve que suele otorgar a lo que el Vaticano considera grandes acontecimientos. Y por parte luterana conviene recordar que la Federación Luterana Mundial no incluye a los luteranos de todo el mundo, ni a muchas iglesias luteranas evangélicas. Por lo que resulta obvio también que dicha Federación no habla en nombre del resto de los protestantes (sean luteranos o reformados, bautistas o de las llamadas "Iglesias libres"), para todos los cuales la doctrina de la justificación por la fe es un artículo fundamental.

En las conclusiones de esta Declaración se afirma que los participantes en el debate han alcanzado un "consenso fundamental en el Evangelio". Si así fuera, se habría llegado al acuerdo en uno de los puntos principales que fue causa de la separación entre Roma y la Reforma. La doctrina de la justificación era para Lutero «el artículo de fe que indica si una iglesia está en pie o cae ("articulus stantis et cadentis ecclesiae")»

¿Es que Roma se ha convertido a los postulados de la Reforma? ¿O han sido los luteranos los que se han deslizado hacia las posiciones de Trento? ¿Están diciendo los dos, luteranos y católicos, las mismas cosas que se dijeron en el siglo XVI? ¿O es que ha surgido un tercer punto de vista sobre el Evangelio, y la justificación del pecador, que es tan diferente de Trento como de la Reforma?

¿Se ha hecho "romano" el luteranismo de la Federación Luterana Mundial? ¿O se ha hecho "protestante" el mensaje del Vaticano? En la p.67 de un redactado previo en 1893 se dice, sin embargo, que "Roma no toleraría lo que podríamos denominar "protestantes" dentro de la Iglesia Católica Romana". ¿Estaban pensando, al escribir así, en el recuerdo de Bayo y Jansen, amén de un buen número de teólogos inclasificables surgidos después del Vaticano II?

1. La Finalidad de la Declaración.

"Una de las finalidades de la presente Declaración conjunta -afirma el documento de 1999- es demostrar que a partir de este diálogo, las iglesias luterana y católica romana se encuentran en posición de articular una interpretación común de nuestra justificación por la gracia de Dios mediante la fe en Cristo. Cabe señalar que no engloba todo lo que una y otra iglesia enseñan acerca de la justificación, limitándose a recoger el consenso sobre las verdades básicas de dicha doctrina y demostrando que las diferencias subsistentes en cuanto a su explicación, ya no dan lugar a condenas doctrinales..." [Punto 5]

"En el siglo XVI, las divergencias en cuanto a la interpretación y aplicación del mensaje bíblico de la justificación -prosigue el documento de 1999- no solo fueron causa principal de la división de la iglesia occidental, también dieron lugar a las condenas doctrinales. Por lo tanto, una interpretación común de la justificación es indispensable para acabar con esa división. Mediante el enfoque apropiado de estudios bíblicos recientes y recurriendo a métodos modernos de investigación sobre la historia de la teología y los dogmas, el diálogo ecuménico entablado después del Concilio Vaticano II ha permitido llegar a una convergencia notable respecto a la justificación, cuyo fruto es la presente declaración conjunta que recoge el consenso sobre los planteamientos básicos de la doctrina de la justificación. A la luz de dicho consenso, las respectivas condenas doctrinales del siglo XVI ya no se aplican a los interlocutores de nuestros días..." [Punto 13] "... las conversaciones teológicas mantenidas en estos últimos años forjaron una interpretación de la justificación que ambas comparten. Dicha interpretación engloba un consenso sobre los planteamientos básicos que, aun cuando difieran, las explicaciones de las respectivas declaraciones no contradicen" [Punto 14] (las cursivas son nuestras).

Lo que católicos y luteranos vienen a decirnos es que pueden estar de acuerdo contradiciéndose. Confiesan que han llegado a esta negación del principio de contradicción (una cosa no puede ser verdad y mentira al mismo tiempo) mediante lo que denominan "enfoque apropiado de estudios recientes, métodos modernos de investigación sobre la historia de la teología y los dogmas, el diálogo ecuménico", es decir: la convergencia a que han llegado es la de hacer la vista gorda sobre la totalidad de la problemática en cuestión.

El único acuerdo que merece el nombre de tal es el de no condenarse mutuamente. A pesar de las "diferencias subsistentes" se echa mano de "enfoques apropiados recientes" y "modernos métodos de investigación" cuya clave tiene el "diálogo ecuménico", para contestar a todos sin tener que hablar con claridad necesariamente.

El llamado acuerdo sobre la justificación de 1999, al igual que las conversaciones que sirvieron de prolegómenos en las dos últimas décadas del siglo XX, hacen con la doctrina de la justificación lo mismo que hizo Trento con el agustinianismo: se acercan semánticamente a Lutero (aunque sin condenarlo por nombre, específicamente, ni tampoco levantar la excomunión vaticana que pesa sobre él). Y así como en Trento la iglesia romana descafeinó a Agustín, ahora estos luteranos del brazo de los católicos decafeinan a Lutero.

El resultado práctico no es otro que la inutilización de la "dinamita" del mensaje reformado, luterano, protestante y bíblico sobre todo ("el Evangelio es poder (Dinamita) de Dios para salvación a todo aquel que cree..." Romanos 1:16), anulando la espoleta de las doctrinas de la gracia mediante una terminología teológica que parece del agrado de todos si se lee de corrido, sin profundizar en los conceptos. Unas afirmaciones equilibran a otras de signo diferente, sin entrar casi nunca en el meollo fundamental de la cuestión.

Como escribe Pedro Puigvert, en carta a "La Vanguardia" (5-11-99): "Los católicos no han cedido nada. Porque eso de confesar que la justificación es obra de la gracia de Dios lo han creído siempre, juntamente con la cooperación humana que ahora resulta que también es fruto de la gracia, aunque lo desmienta la Escritura cuando dice: "Al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino que cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Romanos 4:5-6). Roma ha ganado la batalla doctrinal. ¡Si Lutero alzara la cabeza!"

2. La Sombra de Trento

El principio de no contradicción es violado igualmente en todo lo que concierne a Trento. Muchos de los párrafos de estas declaraciones ecuménicas contradicen los decretos tridentinos. No es cierto que Trento puede ser leído en un sentido protestante, como quería creer H. Küng y como le desmintió K. Barth con mucha ironía.

Las contradicciones son constantes. Y, para añadir leña al fuego, Juan Pablo II no ha dejado de afirmar en los últimos años que Trento sigue vigente como respuesta de la Iglesia Católico Romana a las inquietudes de los reformadores.

Recordemos algunas de las condenas más claras de la asamblea tridentina:

Canon 9 sobre la justificación:"Si alguno dijere que el impío se justifica por la sola fe, de modo que entienda no requerirse nada más con que coopere a conseguir la gracia de la justificación... sea anatema"

Canon 11: "Si alguno dijere que los hombres se justifican o por sola imputación de la justicia de Cristo o por la sola remisión de los pecados... o también que la gracia por la que nos justificamos es sólo el favor de Dios, sea anatema".

Canon 12: "Si alguno dijere que la fe justificante no es otra cosa que la confianza en la divina misericordia que perdona los pecados por causa de Cristo, o que esa confianza es lo único con que nos justificamos, sea anatema".

Comentando estos cánones, Calvino escribía: "Son cánones muy poco canónicos. El noveno, por ejemplo, une cosas completamente distintas. Imagina que nosotros enseñamos que Dios justifica al hombre sin ningún previo movimiento o inclinación de la voluntad humana, como si no fuera con el corazón que un hombre cree para justificación. Entre ellos y nosotros hay esta diferencia: ellos aseguran que la voluntad de la voluntad procede del hombre mismo, nosotros sostenemos que la fe es, en efecto, un acto voluntario, pero porque Dios ha movido nuestras voluntades atrayéndolas hacia él. Añadamos a esto que, cuando decimos que el hombre es justificado por la fe solamente, no estamos imaginando una fe vacía de amor, sino que queremos decir que sólo la fe es la causa de nuestra justificación".

En relación con el canon 11, comentaba Calvino: "Quiero que todos entiendan que cuando nosotros hablamos de la fe sola, no pensamos en una fe muerta, que no obra por el amor, sino que nos referimos a la fe como la única causa de nuestra justificación (Gál. 5:6; Ro. 3:22). Es, pues, solamente la fe la que justifica y, con todo, la fe que justifica no va nunca sola ("Fides ergo sola est qua justificat, fides tanem quae justificat, nos est sola")."Así como es el calor del sol únicamente el que calienta la tierra y, sin embargo, en el sol no solamente hay calor sino también luz. Pero son dos cosas distintas. No separamos la gracia de la regeneración de la fe, pero afirmamos que el poder y la facultad de justificarnos delante de Dios residen únicamente en la fe. En realidad no es a nosotros a quienes anatemizan los padres de Trento sino a Pablo, a quien debemos la definición de que la justificación del hombre consiste en la remisión de sus pecados. Sus palabras se hallan en el capítulo cuarto de la epístola a los Romanos, y son tomadas del Salmo 32 de David".

Y refiriéndose al canon 12, decía el reformador de Ginebra: "Los venerables padres no consienten que la fe justificante sea descrita como la confianza con la cual nos acogemos a la misericordia de Dios que nos perdona por causa de Cristo. Pero agradó al Espíritu Santo hablar así por boca del apóstol Pablo: "Siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús..." (Ro. 3:24-26).

Los anatemas del Concilio de Trento son de una claridad meridiana en lo que se refiere a condenar la doctrina de la justificación descubierta por los reformadores en las páginas del Nuevo Testamento. Trento desmintió que el pecador sea salvo por la fe, en el sentido de que solamente la fe es la causa de la justificación. Trento negó que la justificación del pecador viene como resultado, solamente, de haberle sido imputada la justicia de Cristo. Trento se opuso a la afirmación de Lutero y demás reformadores en el sentido de que el justificado no tiene ya deuda alguna de ningún castigo temporal por el que satisfacer bien sea en esta vida o en el purgatorio.

El concilio de Trento coronó sus anatemas con el siguiente:

Canon 33:"Si alguno dijere que por esta doctrina católica sobre la justificación expresada por el santo concilio en el presente decreto, se rebaja en alguna parte la gloria de Dios o los méritos de Jesucristo Señor Nuestro, y no más bien que se ilustra la verdad de nuestra fe y, en fin, la gloria de Dios y de Cristo Jesús, sea anatema"

"Una preocupación ingeniosa -escribió Calvino-. Nadie debe ver lo que todo el mundo ve: que casi han llegado al extremo de anular tanto la gloria de Dios como la gracia de Jesucristo... Se delatan a sí mismos, al lanzar un anatema "in terrorem" contra los que se atrevan a percibir la impiedad de la cual ellos mismos son tan conscientes".

Este es el lenguaje del pasado que la Declaración católico-luterana da por superado y no quiere que se repita más. Lo que se propone ahora es que cada sector interprete la justificación a su manera y aunque difieran el uno del otro, ambos tienen el respeto y la consideración del otro. No importa que los luteranos sigan afirmando que la raíz de la salvación es la justificación por la fe solamente y que la santificación es el fruto o consecuencia de la redención, mientras que los católicos entienden la santificación más como elemento de la salvación que como resultado de ésta, confundiendo como vienen haciendo desde el siglo XVI la santificación con la justificación.

Es interesante como la presencia de Trento se encuentra en múltiples párrafos de la Declaración. Aunque las tesis tridentinas se formulan paralelamente a otras más cercanas a la teología protestante, se pretende hacernos creer que no tiene que haber conflicto entre un testimonio y el otro. Este es un terreno en el que los teólogos católicos (al menos un buen número de ellos) se encuentran a gusto. Pueden hablar, por ejemplo de "merecer la gracia" sin discernir en tal afirmación una contradicción evidente. Y se permiten afirmar por un lado que "la justificación es obra de la sola gracia de Dios" y, al mismo tiempo, enseñar que hemos de ganarnos el cielo con nuestras buenas obras. Pero lo que al católico le resulta fácil de admitir es precisamente lo que la mentalidad protestante y bíblica no puede entender. Sin embargo, por obra y gracia de la llamada teología ecuménica Roma está consiguiendo que algunos protestantes (como los luteranos firmantes de este Documento) prescindan del principio de contradicción y de la teología de la Reforma en nombre de una futura hipotética unidad eclesial. Para ello, los luteranos renuncian sin apenas darse cuenta de la esencia del luteranismo mientras que los católicos no renuncian a su mentalidad tridentina, adornada ahora con los materiales de la modernidad crítica y ecuménica.

Convendría recordar las palabras de Karl Barth en aquel lejano 1937: "Si escuchamos la respuesta que Cristo da al problema de la Iglesia nos daremos cuenta de que hay actitudes incompatibles. Si escuchamos la voz del Señor aprendemos que es totalmente imposible considerar como ramas de un mismo y único árbol los santuarios marianos, Wittenberg y Ginebra, la misa romana y la santa cena evangélica; no podemos entender estas diferencias como ramas distintas de un árbol. Resulta imposible la síntesis de todos estos elementos, el intento de armonizarlos, o el de concederles a todos el mismo valor. Aquí, como en otras esferas donde se plantea la pluralidad de las Iglesias, la única cosa que podemos hacer, si escuchamos verdaderamente a Cristo, es tomar una decisión a favor o en contra. Tenemos que elegir. Si escuchamos a Cristo no podemos creer algo, y al mismo tiempo, considerar que otra cosa opuesta pueda tenerse igualmente por cristiana. No nos hallamos situados por encima de las diferencias que dividen a las iglesias, sino en medio de ellas. Solamente podrían sentirse por encima de la problemática quienes actuaran como meros espectadores de Dios y de ellos mismos; aquellos que finalmente no se escuchan más que a sí mismos" (Karl Barth, L'Eglise el les églises, Labor et Fides, Ginebra 1964, p. 238).

Evidentemente, los autores del Documento católico luterano de 1999 no parecen haber tenido en cuenta las atinadas observaciones del teólogo de Basilea. Mas bien han actuado en el sentido desaconsejado por Barth.

Lo que antaño se calificaba como caricaturas, o errores, hoy se denominan énfasis diferentes o malentendidos. No importa cuanta convergencia se alcance en algunos puntos, los postulados básicos de la Reforma -Sólo la gracia y sólo la fe- se soslayan sistemáticamente mediante afeites semánticos que convierten en relativo lo que para las Iglesias protestantes fue siempre radical. ¿Qué clase de amnesia hace olvidar que ya Trento anatematizó a cuantos negasen que las buenas obras son "dones de Dios... y que no son también los buenos méritos del justificado" (Canon 32 sobre la justificación)" El Evangelio nos obliga a elegir entre "mérito" y "gracia" como raíz de la justificación; la mezcla de ambas cosas como pretendió Trento es inadmisible. ¿Qué miopía oculta a los luteranos que firmaron el Documento la disyuntiva entre mérito y gracia? con los materiales de la modernidad crítica.

3. Textos de la Declaración

Bajo el epígrafe 4 ("Explicación de la interpretación común de la justificación) se recogen formulaciones luteranas y tridentinas, yuxtapuestas y mezcladas, como si dijeran lo mismo a pesar de ser mutuamente contradictorias:

4.1. La impotencia y el pecado humanos respecto a la justificación.

4.1,19 "Juntos confesamos que en lo que atañe a su salvación, el ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios. La libertad de la cual dispone respecto a las personas y las cosas de este mundo no es tal respecto a la salvación porque por ser pecador depende del juicio de Dios y es incapaz de volverse hacia él en busca de redención, de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios. La justificación es obra de la sola gracia de Dios. Puesto que católicos y luteranos lo confesamos juntos, es válido decir que:

4.1,20 "Cuando los católicos afirman que el ser humano "coopera", aceptando la acción justificadora de Dios, consideran que esa aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la innata capacidad humana.

4.1,21 "Según la enseñanza luterana, el ser humano es incapaz de constribuir a su salvación porque en cuanto pecador se opone activamente a Dios y a su acción redentora. Los luteranos no niegan que una persona pueda rechazar la obra de la gracia, pero aseveran que solo puede recibir la justificación pasivamente, lo que excluye toda posibilidad de contribuir a la propia justificación sin negar que el creyente participa plena y personalmente en su fe, que se realiza por la Palabra de Dios.

4.2. La justificación en cuanto perdón del pecado y fuente de justicia.

4.2,22 "Juntos confesamos que la gracia de Dios perdona el pecado del ser humano y, a la vez, lo libera del poder avasallador del pecado, confiriéndole el don de una nueva vida en Cristo. Cuando los seres humanos comparten en Cristo por fe, Dios ya no les imputa sus pecados y mediante el Espíritu Santo les transmite un amor activo. Estos dos elementos del obrar de la gracia de Dios no han de separarse porque los seres humanos están unidos por la fe en Cristo que personifica nuestra justificación (1 Co. 1:30): perdón del pecado y presencia redentora de Dios. Puesto que católicos y luteranos lo confesamos juntos, es válido decir que:

4.2,23 "Cuando los luteranos ponen el énfasis en que la justicia de Cristo es justicia nuestra, por ello entienden insistir sobre todo en que la justicia ante Dios en Cristo le es garantizada al pecador mediante la declaración de perdón y tan solo en la unión con Cristo su vida es renovada. Cuando subrayan que la gracia de Dios es amor redentor ("el favor de Dios"), no por ello niegan la renovación de la vida del cristiano. Más bien quieren decir que la justificación está exenta de la cooperación humana y no depende de los efectos renovadores de vida que surte la gracia en el ser humano.

4.2,24 "Cuando los católicos hacen hincapié en la renovación de la persona desde dentro al aceptar la gracia impartida al creyente como un don, quieren insistir en que la gracia del perdón de Dios siempre conlleva un don de vida nueva que en el Espíritu Santo se convierte en verdadero amor activo. Por lo tanto no niegan que el don de la gracia de Dios en la justificación sea independiente de la cooperación humana.

4.3. Justificación por fe y por gracia.

4.3,25 "Juntos confesamos que el pecador es justificado por la fe en la acción salvífica de Dios en Cristo. Por obra del Espíritu Santo en el bautismo, se le concede el don de salvación que sienta las bases de la vida cristiana en su conjunto. Confian en la promesa de la gracia divina por la fe justificadora que es esperanza en Dios y amor por él. Dicha fe es activa en el amor y, entonces, el cristiano no puede ni debe quedarse sin obras, pero todo lo que en el ser humano antecede o sucede al libre don de la fe no es motivo de justificación ni la merece.

4.3,26 "Según la interpretación luterana, el pecador es justificado sólo por la fe (sola fide). Por fe pone su plena confianza en el Creador y Redentor con quien vive en comunión. Dios mismo insufla esa fe, generando tal confianza en su palabra creativa. Porque la obra de Dios es una nueva creación, incide en todas las dimensiones del ser humano conduciéndolo a una vida de amor y esperanza. En la doctrina de la "justificación por la sola fe" se hace una distinción entre la justificación propiamente dicha y la renovación de la vida que proviene del amor que Dios otorga al ser humano en la justificación. Justificación y renovación son una en Cristo quien está presente en la fe.

4.3,27 "En la interpretación católica también se considera que la fe es fundamental en la justificación. El ser humano es justificado mediante el bautismo en cuanto oyente y creyente de la palabra. La justificación del pecador es perdón de los pecados y volverse justo por la gracia justificadora que nos hace hijos de Dios. En la justificación, el justo recibe de Cristo la fe, la esperanza y el amor, que lo incorporan a la comunión con él. Esta nueva relación personal con Dios se funda totalmente en la gracia y depende constantemente de la obra salvífica y creativa de Dios misericordioso que es fiel a sí mismo para que se pueda confiar en él. De ahí que la gracia justificadora no sea nunca una posesión humana a la que se pueda apelar ante Dios. La enseñanza católica pone el énfasis en la renovación de la vida por la gracia justificadora; esta renovación en la fe, la esperanza y el amor siempre depende de la gracia insondable de Dios y no contribuye en nada a la justificación de la cual se podría hacer alarde ante él. (Ro. 3:27).

4.4. El pecador justificado.

4.4,28 "Juntos confesamos que en el bautismo, el Espíritu Santo nos hace uno en Cristo, justifica y renueva verdaderamente al ser humano, pero el justificado, a lo largo de toda su vida, debe acudir constantemente a la gracia incondicional y justificada de Dios. Por estar expuesto, también constantemente, al poder del pecado y a sus ataques apremiantes (cf. Ro. 6:12-14), el ser humano no está eximido de luchar durante toda su vida con la oposición a Dios y la codicia egoista del viejo Adán (cf. Gá. 5:16 y Ro. 7:7-10). Asimismo, el justificado debe pedir perdón a Dios todos los días como en el Padrenuestro (Mt. 6:12 y 1 Jn. 1:9), y es llamado incesantemente a la conversión y a la penitencia, y perdonado una y otra vez.

4.4,29 "Los luteranos entienden que ser cristiano es ser, "al mismo tiempo justo y pecador". El creyente es plenamente justo porque Dios le perdona sus pecados mediante la Palabra y el Sacramento, y le concede la justicia de Cristo que él hace suya en la fe. En Cristo, el creyente se vuelve justo ante Dios, pero viéndose a sí mismo, reconoce que también sigue siendo totalmente pecador; el pecado sigue viviendo en él (1 Jn. 1:18 y Ro. 7:17-20), porque se torna una y otra vez hacia falsos dioses y no ama a Dios con ese amor íntegro que debería profesar a su Creador (Dt. 6:5 y Mt. 22:36-40.) Esta oposición a Dios es en sí un verdadero pecado pero su poder avasallador se quebranta por mérito de Cristo y ya no domina al cristiano porque es dominado por Cristo a quien el justificado está unido por la fe. En esta vida, entonces, el cristiano puede llevar una existencia medianamente justa. A pesar del pecado, el cristiano ya no está separado de Dios porque renace en el diario retorno al bautismo, y a quien ha renacido por el bautismo y el Espíritu Santo, se le perdona ese pecado. De ahí que el pecado ya no conduzca a la condenación y a la muerte eterna. Por lo tanto, cuando los luteranos dicen que el justificado es también pecador y que su oposición a Dios es un pecado en sí, no niegan que, a pesar de ese pecado, no sean separados de Dios y que dicho pecado sea un pecado "dominado". En estas afirmaciones coinciden con los católicos romanos, a pesar de la diferencia en la interpretación del pecado en el justificado.

4.4,30 "Los católicos mantienen que la gracia impartida por Jesucristo en el bautismo lava de todo aquello que es pecado "propiamente dicho y que es pasible de "condenación" (Ro. 8:1). Pero de todos modos, en el ser humano queda una propensión (concupiscencia) que proviene del pecado y compele al pecado. Dado que según la convicción católica, el pecado siempre entraña un elemento personal y dado que este último no interviene en dicha propensión, los católicos no la consideran (la concupiscencia) pecado propiamente dicho. Por lo tanto, no niegan que esta propensión no corresponda al designio inicial de Dios para la humanidad ni que esté en contradicción con Él y sea un enemigo que hay que combatir a lo largo de toda la vida. Agradecidos por la redención en Cristo, subrayan que esta propensión que se opone a Dios no merece el castigo de la muerte eterna ni aparta de Dios al justificado. Ahora bien, una vez que el ser humano se aparta de Dios por voluntad propia, no basta con que vuelva a observar los mandamientos, ya que debe recibir perdón y paz en el Sacramento de la Reconciliación mediante la palabra de perdón que le es dada en virtud de la labor reconciliadora de Dios en Cristo".

4. Primeras Conclusiones desde una Perspectiva Evangélica

Independientemente de la superficialidad con que los medios de comunicación suelen tratar estos temas (alguna prensa llegó a publicar que había sido levantada la excomunión a Lutero), podemos observar ciertas consecuencias a nivel popular y de la calle. Llamarlas consecuencias sociales sería quizá exagerado, pero no obstante es un hecho el impacto que produce en las masas, católicas o no, esta aparente disposición de Roma a "comprender" a los protestantes y facilitarles el camino hacia la unidad de todos los cristianos. Muchos podríamos contar experiencias recientes al respecto, como si la unión estuviese ya al alcance de la mano.

En cuanto a consecuencias teológicas, es evidente que dicho Documento constituye un paso importante en el camino del sincretismo (aupado por el modernismo teológico), el sacramentalismo y la negación del principio de contradicción. Todo ello lleva a la confusión doctrinal sin paliativos. El debate bíblico queda reducido a una cuestión de especialistas "sui generis" que parecen tener los resortes para mantener una constante ambigüedad e imprecisión en una doctrina que el Nuevo Testamento ordena proclamar con toda claridad y nitidez.

La confusión teológica está servida, y bien servida.

En última instancia, el acuerdo básico a que llega el Documento oficial común, emitido por la Federación Luterana y la Iglesia Católica, es de dejar de condenarse mutuamente. "Católicos y Luteranos -reza el Documento- continuarán ecuménicamente sus esfuerzos en su testimonio común de interpretar el mensaje de la justificación". Aunque lo interpreten diferentemente.

A partir de ahora, cualquiera que predique la justificación por la sola fe (Sola Fides), sobre la base única de la Escritura (Sola Scriptura) e intente denunciar los errores de la teología romana sobre la gracia, como hicieron todos los reformadores del siglo XVI (Sola Gratia), podrá ser tildado de sectario y enemigo de la paz y unidad eclesiales.

Este documento se suma al coro de voces del relativismo moderno que nos asegura que no hay tal cosa como "verdades absolutas", ni siquiera en aquellos puntos fundamentales del mensaje del Evangelio.

Sorprende que haya luteranos capaces de dar por bueno el sacramentalismo que rezuma toda la Declaración. Aunque no se cite explícitamente, el "ex opere operato" queda implícito en cada mención que se hace del bautismo y de otros sacramentos. Se identifica repetidas veces al "bautizado" con el "justificado" sin más, haciendo del rito bautismal causa de salvación. De hecho, estamos ante la teología sacramentalista característica del catolicismo. Lo sorprendente no es que Roma manifieste lo suyo propio sino que un grupo de luteranos parezca ratificar este sacramentalismo de signo medieval contra el que levantaron su voz los reformadores, incluido Lutero.

En 4.3,27 del Documento se afirma rotundamente que "El ser humano es justificado mediante el bautismo" y así también en otras partes del pretendido acuerdo: "Juntos confesamos que en el bautismo, el Espíritu Santo nos hace uno en Cristo, justifica y renueva verdaderamente al ser humano" (4,4,28; cf. 4.4,30).

De hecho, más que "protestantizar" Trento -como quería Hans Küng- se ha llegado a "romanizar" el luteranismo. Si uno lee bien este escrito pronto se da cuenta de que las tesis de Trento subsisten bien afirmadas aunque sea mediante un lenguaje lleno de sutilezas semánticas y vaguedades teológicas. En cambio, resulta difícil, en buena parte del Documento, discernir el testimonio luterano auténtico es decir: el luteranismo de Lutero.

Como cristiano evangélico me es totalmente imposible dar mi aprobación a este supuesto acuerdo luterano-catolicorromano. Y tengo por cierto que no estoy solo en mi rechazo. Desde perspectivas bíblicas protestantes y luteranas, un acuerdo que vindica el relativismo, el sincretismo y la confusión teológica dentro, eso sí, de coordenadas vaticanas, resulta totalmente inaceptable.

Nos hallamos ante otro ejemplo de la clase de ecumenismo que propugna Roma. Como Lutero ante el emperador, en la dieta de Worms, nosotros también nos vemos obligados a confesar que nuestra conciencia, sometida a la Palabra de Dios, es incapaz de aceptar todo aquello que vulnera la verdad de dicha Palabra divina.

Compruebo después de examinar la Declaración católico-luterana de Augsburgo de 1999, que todo lo que escribí cuando los representantes de los católicos americanos y de la Federación Luterana Mundial se reunieron con motivo de la séptima ronda de discusiones para elaborar el documento sobre la justificación por la fe, en 1983, todo lo que escribí entonces mantiene su vigencia. Los primeros resultados ya anticipaban lo que iba a dar de sí el texto final del "acuerdo" de 1999, de manera que cuanto dejé escrito en la segunda edición de mi obra Catolicismo Romano, Orígenes y Desarrollo (p. 1126, Documento católico luterano sobre la justificación (1983), Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona 1990) continúa siendo una reflexión válida todavía hoy; o mejor dicho: tal vez resulta más válida hoy que hace diez años. Me remito, pues, a la misma y concluyo con la afirmación final (p. 1135): el documento católico luterano (sea el bosquejo de 1983 o el texto de 1999) no brinda nada suficientemente atractivo teológica ni bíblicamente como para dejar la herencia de la Reforma.

Desgraciadamente, el legado de la Reforma dice bien poco a muchos evangélicos en la actualidad, tan poco que no se plantean siquiera el dilema de tener que elegir entre la doctrina reformada, luterana, y bíblica sobre la justificación por la fe, y las nuevas propuestas del diálogo católico y pseudo luterano. Y así nos va.

Se veía venir. La moderna teología ecuménica reemplaza a la teología bíblica, a la teología sistemática y sobre todo a la teología dogmática o histórica.

Sin embargo, yo me siento llamado humildemente a confesar que la Biblia es la fuente de nuestra vida, de nuestro pensamiento y de nuestra piedad. Este principio escriturístico es más que un dogma, más que una tesis teológica, es un hecho predogmático. Porque la Escritura es anterior al dogma, en el sentido de que toda elaboración doctrinal tiene que derivar de ella. La Escritura es el documento del que se sirve Dios para suscitar y alimentar tanto nuestra fe como nuestra teología.

 

Bibliografía

• Comunicado oficial común emitido por la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica. Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación. 17-11-99. [
Zenit.org ]

• Denzinger, Enchiridion Symbolorum. El magisterio de la iglesia, Manual de símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia Romana en materia de fe y costumbres. Editorial Herder, 1961.

• Lutero, Obras. Vol. I., Ediciones Sígueme.

• J. Calvino, John Calvin's tracts and Treatises, e Vols. Eerdmans, 1958. En el vol. III John Calvin's Acts of the Council of Trent with the antidote, pp. 75 yss.

• José Grau, Catolicismo Romano, Orígenes y desarrollo, 2 vols. Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona 1990. El Concilio de Trento, en pp. 551-681 en Vol. I. Documento católico luterano sobre la justificación de 1983, en pp. 1126-1135. Carta abierta de los anglicanos evangélicos de 1988, en pp. 1135-1144. El ecumenismo católico y el diálogo con las demás iglesias, en pp. 1144-1152, Las razones permanentes de la división entre el Protestantismo y el Catolicismo Romano, en pp. 1256-1265.

• James Buchanan, The Doctrine of Justification, Edimburgo 1867. Un clásico sobre la justificación. Existe traducción española, abreviada, de Editorial Peregrino.

• Pedro González de Mendoza y Martín Pérez de Ayala, El Concilio de Trento, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1947.

• Una perspectiva evangélica contemporánea del catolicismo romano, Alianza Evangélica Mundial. Alianza Evangélica Española, 1986.



Fuente original del artículo escrito por el hermano José Grau: Revista Idea

En la Revista Idea (Nº 3/1999; Septiembre-Diciembre), publicamos una de las primeras reacciones a la Declaración Conjunta acerca de la doctrina de la Justificación; era la opinión de un teólogo luterano que veía el acuerdo con notable optimismo. Tras un estudio detallado del texto, José Grau, conocido teólogo y profesor evangélico nos ofrece una valoración de la mencionada Declaración desde una perspectiva evangélica.

Queremos contribuir así a clarificar y valorar en su justa medida el verdadero alcance de dicha Declaración.

Comisión de Publicaciones. Revista Idea. N.2/00

 

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