El Sacrificio de la Misa

por Marcos Gago

La posición oficial de la Iglesia Católica concede una gran importancia al denominado sacrificio de la misa. Esta doctrina es el fruto de un complicado y largo proceso de formación de la liturgia del culto público entre los católicos. Para esta ceremonia es necesario un sacerdote, debidamente ordenado según los cánones de la Iglesia Católica [1]. El sacerdote ha recibido, según esta doctrina, la autoridad para poder ofrecer un sacrificio que rememora el de Jesús en la cruz del Calvario. Esta ceremonia, sin embargo, está considerada como algo mucho más importante que una mera conmemoración. Según la doctrina oficial de la Iglesia Católica, el sacerdote repite el sacrificio de Jesús [2]. En esta ocasión, no hay una cruz, sino una hostia, consagrada por el sacerdote, y un cáliz, que contiene vino también consagrado por el sacerdote. La autoridad conferida por la Iglesia Católica a través de la ordenación sacerdotal, otorga al celebrante el poder de consagrar vino y hostia, que aunque conservan sus accidentes naturales de pan y vino, se transforman también en la sangre y cuerpo de Cristo, de tal forma que el celebrante, ofrece a los fieles el cuerpo y la sangre literal de Jesús [3], aunque éstos no se puedan discernir con los sentidos naturales de la raza humana, sino que deben discernirse por lo espiritual [4]. El ritual actual de la misa exige que sólo la hostia sea entregada a los fieles comulgantes de la Eucaristía [5]. El cáliz está reservado sólo para el sacerdote y sus acólitos. La Eucaristía, además, es un sacramento, es decir, un rito que ofrece una gracia invisible al fiel que se beneficia de ella, y es algo de lo que todos los fieles deberían participar a menudo [6], previa confesión al sacerdote para el perdón de los pecados. Cuando el sacerdote acaba la ceremonia de consagración exclama "Este es el sacramento de nuestra fe", recordando una vez más a los presentes que esa hostia es el cuerpo literal de Cristo. El sacerdote también se inclina ante el cáliz y la hostia, en señal de adoración ante los elementos de la Eucaristía [7]. En otros tiempos no tan lejanos (previos al Concilio Vaticano II), los fieles también se inclinarían ante la hostia.

Llegado el momento de encontrar argumentos a favor de esta doctrina de la misa y la transubstanciación de la hostia y del vino, los católicos suelen ceñirse a unos pocos textos escogidos. Apelan a los pasajes donde Jesús celebró la última Pascua con sus discípulos la noche que fue entregado (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; y Lucas 22:14-20). Curiosamente, en esos mismos textos no se emplea nunca la palabra misa. ¿Por qué? Muy sencillo, misa es una abreviación de la frase latina "misa est", con la que los sacerdotes en los siglos pasados despedían a la congregación al acabar de celebrar la Eucaristía en lengua latina. El pueblo tomó la palabra del final para mencionar toda la ceremonia. El evangelista Lucas, en Hechos 2:46 y 20:7, nos conserva el nombre con el que los primeros cristianos recordaron los que el Señor Jesús instituyó la noche que fue entregado. Los primeros creyentes llamaban a este acto "El Partimiento del pan". Otro nombre se encuentra en la epístola primera a los Corintios 11:20, "La Cena del Señor". En ambos casos, los nombres son muy sencillos, y no hacen ninguna referencia a la transubstanciación o a la misa tal como hoy en día predica la Iglesia católica.

Tampoco aparece en ninguna parte la figura del sacerdote oficiante, en el término católico de esta palabra, como alguien imprescindible. El apóstol Pablo emplea gran parte de su primera epístola a los Corintios para explicar cómo debía de desarrollarse el culto público de la Iglesia, concentrado en la Cena del Señor. Pero no hace ninguna mención a la existencia de ninguna categoría especial de personas que tengan un poder diferente a los demás creyentes para presidir y convertir el vino en sangre y la hostia en carne de Cristo. Pero lo que es más, en ninguna parte de la epístola se menciona que ese cambio, la transubstanciación se produzca o sea exigida por Dios. Pablo enfatiza la idea de la conmemoración, del recuerdo de la muerte de Cristo, de su resurrección y su regreso a la tierra como el centro de la Cena del Señor. No hay ni una palabra a la transubstanciación. El apóstol dice que explica a los creyentes lo que el Señor mismo le ha enseñado (11:23). ¿Y qué le enseñó Jesús?

La noche en que el Señor fue entregado, mientras estaban cenando la Pascua tomó pan. Lo bendijo (no lo convirtió en nada especial) y dio la gracias al Padre por él. Entonces lo partió y dijo a cada uno de sus discípulos que tomase un trozo y lo comiese. Añadió estas palabras "este es mi cuerpo que por vosotros es partido, haced esto en memoria de mi". Que el Señor está usando un lenguaje simbólico, no literal en referencia al pan recién partido es evidente. En el Evangelio de Juan, el evangelista describe de forma más ampliada, muchas de las cosas que Jesús les dijo la noche que fue entregado. Si alguien duda de que este pasaje se refiere al mismo momento, tenga tal internauta en cuenta que me refiero al discurso posterior al lavamiento de los pies a los discípulos (Juan 13), pero también en un momento anterior a su marcha al huerto de Getsemaní, narrado en Juan 18:1. Este es el mismo momento en que los demás evangelistas mencionan la institución de la Cena del Señor, desde la reunión en la casa para tomar la Pascua hasta la salida a Getsemaní. El evangelista Juan recoge las palabras de Jesús diciendo "Yo soy la vid" (Juan 15:5), "Yo soy el camino" (Juan 14:6). Sin embargo, a nadie se le escapa que estas palabras de Jesús, donde también se emplea el verbo ser en una frase atributiva, y referido a Jesús, sin embargo, su interpretación es sólo simbólica. La Iglesia Católica también lo entiende así, porque no ha ordenado que los sacerdotes consagren caminos y vides ni que en el caso de que se hiciesen, esos caminos y vides se convirtiesen en el cuerpo de Cristo. En el caso de la figura de la vid el paralelismo con las frases de los símbolos de la Cena del Señor es aún más evidente, porque Cristo menciona que los creyentes somos "los pámpanos", y desde luego, ninguno nos creemos pámpanos, ni lo somos en el sentido real y literal de la palabra. Sin embargo, sí es cierto que lo somos en el sentido figurado, porque todo fruto del Señor que demos procederá de que hayamos sido incluidos en la Iglesia, cuya base es Cristo, la Vid Verdadera.

Ahora bien, que siguió a la bendición del pan y las palabras de Jesús. El apóstol nos dice que tomaron todos de él, porque el Señor lo ordenó. A continuación hizo lo mismo con la copa, la bendijo y dio a todos a beber. Que todos los presentes en la Cena bebieron es evidente de que el apóstol usa los verbos en plural: bebiereis, comiereis (11:26) y las palabras del Señor en imperativo plural, tomad, comed (11:25). ¿De dónde viene la costumbre de que sólo una clase de personas y estas consideradas como sacerdotes con atribuciones especiales pueden tomar del cáliz? No hay ninguna instrucción en este sentido en el Nuevo Testamento. Ni en las cartas de Pablo ni en los pasajes mencionados de los Evangelios, el Señor priva a la generalidad de sus seguidores de tomar del cáliz. Es más, está claro por sus mismas instrucciones que debemos tomar del cáliz tanto como del pan. No se establece ninguna división sobre la forma de bendecir cada símbolo, ni tampoco sobre los receptores de uno y otro. La costumbre de arrebatar el cáliz a los fieles sólo prosperó en la Iglesia Católica en la Edad Media, y aún en ese tiempo causó oposición. En la región de Bohemia, hoy República Checa, en el siglo XV, se levantó un poderoso movimiento de Reforma espiritual dentro del seno de la Iglesia Católica, dirigida por un sacerdote llamado Juan Huss. Este hombre se atrevió a enfrentarse a las autoridades eclesiásticas y regresando a la costumbre de la Iglesia primitiva y las órdenes del Nuevo Testamento, repartió y dio de beber a los fieles del cáliz tanto como les daba el pan en la Cena del Señor. Esto provocó como consecuencia, su muerte a traición en el concilio de Constanza, un crimen instigado por las jerarquías eclesiásticas, y la matanza de millares de bohemios por el mero deseo de tomar del cáliz tanto como de la hostia, tal cual Cristo lo había enseñado. ¿Por qué actuó así la Iglesia Católica? ¿Por qué no respetó el mandato del Señor y prefirió retirar el cáliz a los fieles? ¿Por qué manchó sus ya enrojecidas manos con más sangre inocente? La devastación de Bohemia y Moravia se puede leer en los libros de historia, tanto eclesiástica como secular. Todo porque un hombre atacó la doctrina de la misa, tal como hoy la tiene establecida la jerarquía católica. El obedecer al Señor más que a los hombres, un mandato expreso de los apóstoles según se desprende de su respuesta ante el Sanedrín judío (Hechos 5:29), le costó a Juan Huss morir quemado vivo en la hoguera.

 

 

Aún hay más cosas raras en torno a la misa. Si Dios no ha establecido la transubstanciación, entonces, la adoración exigida por el ritual es un acto de idolatría. No vale decir que la mera inclinación no es un acto de adoración, porque en realidad, los sacerdotes devotos de la misa y la hostia lo consideran así. Pero también se considera un acto de idolatría el rendir un respeto divino a un objeto creado, como se desprende de la prohibición de inclinarse ante cualquier persona o cosa que no sea Dios (Éxodo 204-5 y Apocalipsis 22:8). Pero la doctrina de la transubstanciación plantea también otros interrogantes, más grotescos, pero que desde el punto de vista frío, sin apasionamiento, lo desmontan. Se podría acusar a los defensores del dogma de la transubstanciación de canibalismo espiritual. ¿O acaso no consideran si realmente la hostia es el cuerpo real de Cristo que lo están comiendo? Puede que a más de un internauta esto le parezca muy ofensivo, pero por favor, si esto no es así, demuéstralo y desmonta este razonamiento lógico. ¿Dónde está el cuerpo de Cristo? Escrito está, prometido por los ángeles enviados por el Señor el día de su ascensión que "este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hechos 1:11). Ahora bien, ¿ha regresado ya el Señor corporalmente para que su cuerpo a través de una acción presuntamente milagrosa se pueda encarnar en los millones de hostias de la actualidad? No estoy atacando la doctrina de la omnipotencia y omnipresencia de Dios. Dios es espíritu y está en todas partes, pero el cuerpo humano del Hijo, aquel que tomó cuando asumió la naturaleza humana en el vientre de la virgen María, es uno sólo y no puede estar en varias partes a la vez, porque iría contra la lógica, las leyes establecidas por Dios, y la base misma de nuestra salvación, pues ese mismo cuerpo nacido de la virgen María fue el mismo que fue crucificado y muerto por nosotros y resucitado al tercer día, y en ese cuerpo de resurrección, que mantiene la naturaleza humana aunque está glorificado, es como el Señor regresará a la tierra, según la promesa de Hechos 1.

La Iglesia católica enseña que la misa es la repetición del sacrificio de Cristo. Esta es la segunda doctrina, junto con la transubstanciación, en la que se sustenta la misa. Pero esta doctrina choca con todo el pensamiento de la Biblia, y muy especialmente con los argumentos del escritor de la epístola de los Hebreos, que escribió precisamente su carta para enseñar a los judíos que eran cristianos que el sacrificio de Cristo no se podía repetir, porque su valor es eterno e infinito, a diferencia de los sacrificios de la Ley de Moisés, que se tenían que repetir constantemente. Recomiendo al internauta que lea de seguido los capítulos 8, 9 y 10:1-25 del libro a los Hebreos.

¿Lo has hecho? Si es así, entonces habrás encontrado una frase repetida muchas veces sobre el valor del sacrificio de Cristo, que se ha hecho "una vez y para siempre". O sea que no hay más repetición, la misa es un engaño, y no sirve para nada. Pero por si acaso no has aceptado el reto de leer esos capítulos de Hebreos, te enumero algunos versículos que enfatizan este argumento:

Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra, rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos 9:11-14)

No entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera, le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos, y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan. (Hebreos 9:24-28)

En esa voluntad (la de Cristo), somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre (Hebreos 10:10).

Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies, porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. (Hebreos 10:12-14)

Estos pasajes enseñan más allá de toda duda que la misa no sólo no repite el sacrificio de Cristo, sino que además, tal repetición sería inútil. Cristo Jesús, Dios hecho hombre, asumió nuestra naturaleza humana para morir por nosotros ocupando nuestro lugar bajo la ira de Dios. Él se ofreció a sí mismo por nosotros, como el único sacrificio que puede quitar el pecado y su valor es eterno. Todo aquel que quiera aceptar el sacrificio de Cristo en la cruz será salvo. Y la Biblia dice que lo será para siempre, porque Dios cambiará los corazones de aquellos que aceptan el sacrificio de su Hijo, limpiando sus conciencias, borrando sus pecados y anunciándoles que al regreso de Jesús a por los suyos, todos los que hayan creído en Él sólo como el único medio para alcanzar la salvación, irán con Él para siempre. Todos los otros inventos, misas, transubstanciaciones, y otras liturgias, no son más que obras inútiles para lograr el agrado de Dios. Está escrita una seria advertencia de Jesús a los fariseos, aquellos que se creían justos por sus vidas aparentemente rectas y sin tacha ante sus semejantes, pero que no querían confiar en el Señor como su único medio de salvación. Estas fueron la palabras de Jesús:

Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mi, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres. (Mateo 15:7-9).

 

Marcos Gago

tomado de ElAtrio.net

(imagen y notas agregadas)


Notas:

[1] "Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor" (Catecismo N° 1411)

[2] "El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a si misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (CONCILIUM TRIDENTINUM, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento” sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera no cruenta, este sacrificio es verdaderamente propiciatorio" (Ibid)." (Catecismo N° 1367)

[3] "Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651)." (Catecismo N° 1413)

[4] "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, `no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios'. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22,19: `Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros', S. Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente" (S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por Pablo VI, MF 18)" (Catecismo N° 1381)

[5] "Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales." (Catecismo 1390)

[6] "La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (cf CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días." (Catecismo N° 1389)

[7] "El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos  profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF  56)." (Catecismo N° 1378)

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Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"

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