No me oponía a la Verdad

Bruno Bottesin

Nací en Vicenza, Italia, en 1917. A los once años entré al colegio franciscano para estudiar para el sacerdocio. Después de mi ordenación me convertí en el pastor de una pequeña parroquia de montaña en Castagnara. En 1954 me transfirieron a una parroquia más grande en la ciudad de Chieti. Luego el obispo Piasentini me invitó a enseñar en el seminario en Chioggia y también me asignó allí a una iglesia.


 Cristianos católico romanos

Pensé que al final había hallado el lugar adecuado para mi ministerio. Enseñaba en el seminario, era pastor de una buena parroquia, y me había ganado el favor del obispo. Organicé un Grupo de Acción muy bueno. Trabajaba día y noche para mi gente con gran celo, pero muy pronto comencé a comprender que todas mis actividades y enseñanza del catecismo y los dogmas romanos no podían cambiar la vida de la gente. Venían a la iglesia todos los domingos, a los sacramentos e incluso al confesionario, pero se negaban a seguir las enseñanzas del Evangelio de Cristo. ¿Cómo podía seguir dando los sacramentos a personas que no querían renunciar a su pecado? Pretendían ser cristianos pero hacían lo opuesto a lo que Cristo nos dice que hagamos en su Evangelio. La mayoría de mi gente, que no quería sacrificarse por Cristo y cambiar su vida pecaminosa, comenzó a oponerse a mí y muchos de ellos decían: "Qué tonterías nos enseña. ¿Por qué tenemos que cambiar nuestra manera de vivir si ya cumplimos con lo que nos pide la Iglesia Católica Romana? Recibimos la comunión, llevamos a nuestros hijos al sacerdote para que los bautice y confirme. Nos casó el sacerdote, no comemos carne el viernes santo y vamos a misa todos los domingos. ¿Qué más quiere nuestro nuevo pastor de nosotros? Somos cristianos porque pertenecemos a la iglesia romana".

Solo Cristo

Alguien me acusó al obispo. Este me llamó a su casa y me dijo que debía renunciar a mi posición como maestro y pastor porque no seguía las enseñanzas e instrucciones de la Madre Iglesia Católica Romana. Dijo que yo estaba enseñando a la gente a ir a Cristo y depender de Él en lugar de decirles que dependan de los santos de la iglesia romana, de los sacramentos y de los sacerdotes que tenían el mismo poder que Cristo para perdonar pecados. Intenté en vano convencer a mi obispo que no estaba enseñando herejía sino solamente el Evangelio. Que no podían ser perdonados de sus pecados a menos que se arrepintieran ante Dios porque hay un solo Mediador entre Dios y el hombre, Jesucristo Hombre. El obispo se irritó mucho y me sacó de mi cargo como pastor y maestro. Le dije que apelaría a Roma, al Papa, y me sugirió que lo hiciera.

La gracia de Dios en la habitación silenciosa

Partí para Roma a los pocos días después de preparar mi argumento, y fui al Vaticano a presentar mi caso al Papa Pío XII. Durante varios días no recibí respuesta. Luego me informaron que el Papa no tenía tiempo de atender mi caso, y que debía apelar a la Sagrada Congregación. A esa altura comprendí que me habían dejado solo, que incluso aquel que se llama a sí mismo el Vicario de Cristo y el Santo Padre me había abandonado. En resumen, estaba indefenso. Comencé a comprender la diferencia entre el Evangelio y una organización de iglesia. El Evangelio es para la gente, pero la organización de la Iglesia Católica Romana no está pensada para el beneficio del individuo sino del de sus líderes políticos y sociales.

Dejé Roma y volví a mi gente, pero cuando llegué no tenía iglesia ni lugar para enseñar. No me rendí definitivamente, sino que puse mi confianza en el Señor. Me quedé en la ciudad entre mi gente. Un amigo me dio una habitación, y allí, en la quietud de ese cuarto, después de tantas pruebas y tribulaciones con el obispo y en Roma, comencé a leer el Evangelio en busca de consuelo. Nunca antes había leído un libro con tanto interés. Para mi sorpresa, encontré la respuesta a muchas dudas que tenía acerca de enseñanzas de la Iglesia Católica Romana. Muy pronto, por la gracia de Dios, comencé a comprender que la mayoría de los dogmas y enseñanzas que yo como sacerdote había instado a mi gente a creer no estaban en el Evangelio sino que eran hechas por el hombre, incluso en contra de la Santa Biblia. Comencé a ver que durante diecisiete años no había sido un siervo de Jesucristo y su sacerdote, sino un siervo de una poderosa organización.

¿Por qué diecisiete años para descubrir la verdad?

Puede sorprender que me llevó tanto tiempo descubrir la verdad. Pero deben recordar que un candidato para el sacerdocio entra al seminario siendo sólo un niño y es adulto cuando completa su preparación. Por eso no es fácil decidir en contra de la Iglesia Católica Romana. ¿Piensan ustedes que todos los sacerdotes creen lo que enseñan? Muchos de ellos no lo hacen, pero permanecen en el sacerdocio porque tienen temor de salir. Por mi parte yo no podía seguir sirviendo a dos señores: el Papa y Cristo.

La obra es de Cristo, no nuestra

He elegido a Cristo y lo he aceptado como mi Salvador personal. "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tito 3:5). Ahora predico el verdadero Evangelio con libertad y sin restricciones en el mismo pueblo donde era sacerdote. Las persecuciones son muchas, pero el Señor es poderoso. Varias personas se han convertido.

Mis queridos sacerdotes, si están leyendo esto, no se opongan a la verdad, sino búsquenla en el Evangelio y prediquen la verdad de la Biblia. No deben adaptar el Evangelio a sus enseñanzas; sino sean ustedes cambiados de acuerdo con las Escrituras. Si no se vuelven a las verdades del Evangelio no habrá esperanza ni gozo para ustedes, sino solamente oscuridad, sufrimiento y pecado. Como dijo Cristo a los "hombres religiosos" de sus días: "Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis." (Juan 8:24)

"Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo Jehová me recogerá. Enséñame, oh Jehová, tu camino, y guíame por senda de rectitud a causa de mis enemigos. No me entregues a la voluntad de mis enemigos; porque se han levantado contra mí testigos falsos, y los que respiran crueldad." (Salmos 27:10-12).

Bruno Bottesin

 

Testimonio extraído del libro "Lejos de Roma, Cerca de Dios" - Editorial Portavoz - páginas 350 a 353

( ver tapa del libro )


 

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