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      Historia
      de los Papas - Vol. VII
      Ludwig
      von Pastor
      Barcelona
      - Ciudad de México (1911) pp. 295-324
       
      Situación
      de la Iglesia en Alemania.
      La
      consideración del estado de las cosas eclesiásticas en Alemania al fin
      de la Edad Media, manifiesta que se hallaban en una situación, aunque en
      ninguna manera desesperada, sin embargo, sumamente necesitada de reforma.
      Por más que la Iglesia gozaba allí todavía de poderosa fuerza vital; y
      los sentimientos de piedad y de adhesión a la fe de sus padres,
      conservaban su viviente energía en las grandes masas del pueblo, no
      obstante los desórdenes introducidos en la vida del clero secular y
      regular; había al lado de esto, numerosos y diversos elementos, cuyo
      desencadenamiento debía producir una catástrofe. Lo propio que en el
      terreno político y social, se habían amontonado en el eclesiástico los
      combustibles en cantidad espantosa; y sólo faltaba la ocasión y el
      hombre a propósito para hacer estallar la peligrosa fermentación. Uno y
      otro se hallaron. 
      El
      que el rompimiento de las hostilidades contra Roma tomara pie precisamente
      de una cuestión financiera, no fue en manera alguna casual; pues, sobre
      ninguna otra cosa se lamentaban entonces más, en Alemania, que sobre las
      exigencias pecuniarias de la Curia, y sobre los grandes abusos que con
      esto iban enlazados.
      Los
      recaudadores de impuestos pontificios se habían hallado siempre en
      Alemania en una situación difícil; pues, con el nativo sentimiento de
      libertad del pueblo alemán, se juntaba la opinión, en general reinante,
      que no quería admitir ni los impuestos imperiales ni las contribuciones
      destinadas para cubrir las necesidades comunes de la Iglesia .
      Desde que, en el siglo XIII, por medio de la nueva organización de la
      administración económica, se había obtenido la posibilidad de llevarse
      a Roma grandes cantidades de dinero contante, las quejas contra la
      avaricia de la Curia se hicieron tan violentas, que con ellas hubo de
      padecer también notablemente la reverencia hacia la Santa Sede. Todos
      aquellos a quienes se dirigía un requerimiento de este género,
      desfogaban su disgusto; muchas veces, sin pensar que el Pontificado, como
      institución internacional, debía tener asimismo el derecho de apelar a
      los bienes eclesiásticos para atender a las necesidades de su
      sostenimiento .
      La contradicción contra el sistema tributario de la Curia, desarrollado
      ya en el siglo XIII en sus principales ramas, no conoció poco después
      ningún límite; y con frecuencia se llegó a decir, en el siglo XV, que a
      causa de las sumas de dinero que se enviaban a Roma, iba a quedar
      empobrecida Alemania. En labios de hombres como Martín Mayr, no eran en
      todo caso lealmente sentidas las quejas de este género, sino medios
      conscientemente empleados para intimidar a la Curia y obtener de ésta que
      comprase a buen precio su silencio ;
      pero también cronistas de las ciudades, honrados y adictos a la Iglesia,
      repiten en el siglo XV aquellas mismas quejas
      .
      Que en esto se contiene una enorme exageración, no puede dejar lugar a
      duda; y cabalmente las investigaciones recientes nos amonestan a mirar con
      prevención semejantes juicios divulgados. Si verdaderamente es exacta la
      opinión expresada por un eminente investigador: que el conocimiento
      profundo del sistema tributario de la Santa Sede, se convertiría en
      muchos conceptos en una verdadera apología de la misma ,
      no puede resolverse definitivamente en el estado actual de las
      investigaciones históricas. Pero cualquiera que sea el juicio definitivo,
      es cierto que, en muy extensos círculos de Alemania, reinaba la opinión
      de que la Curia romana apretaba hasta un punto intolerable los tornillos
      de la tributación eclesiástica.
      En
      general se desataron las más acerbas sátiras contra la avaricia romana,
      y contra repugnantes manifestaciones de ella en particular (trato
      mercantil, cambio de moneda, propinas, etc.). Cada día se repetían de
      nuevo las quejas acerca de la elevación o extensión ¡lícita de los
      derechos de Cancillería, annatas, medii fructus, derechos de consagración,
      nuevas e inacabables indulgencias publicadas sin consentimiento de los
      prelados del país, diezmos sobre diezmos impuestos para la guerra contra
      los turcos y empleados para otros fines
      .
      Hasta varones adictos a la Iglesia y a la Santa Sede, como Eck, Wimpheling,
      Carlos de Bodmann, el arzobispo Henneberg de Maguncia, y el duque Jorge de
      Sajonia, participaban de este disgusto, y manifestaban paladinamente que
      las Querellas alemanas contra Roma, especialmente las de carácter
      pecuniario, eran en gran parte fundadas .
      Lo
      propio que acerca de los diezmos contra los turcos, reinaba también
      gran descontento sobre que las indulgencias se rebajaban de cada día más
      a la condición de asunto pecuniario, el cual traía en su séquito
      numerosos abusos. Ulrico de Hutten había atacado este punto vulnerable de
      la más agria manera, ya en tiempo de Julio II
      .
      La
      curia romana no valora la importancia de la situación.
      En
      la corte del Papa Médici no se tuvo cuenta del disgusto profundamente
      arraigado, en especial en Alemania, contra las exigencias pecuniarias de
      Roma; y con inconcebible descuido, se siguió, por el contrario, en el
      camino una vez emprendido. Sin hacer caso de las numerosas quejas, los círculos
      directivos se mecían en una peligrosa seguridad; los temores manifestados
      por algunos, perdíanse en el vacío sin ser oídos; y ninguna cosa era
      capaz de quebrantar la seguridad que se, alimentaba acerca de la sólida
      situación de las cosas eclesiásticas. En la Curia se habían
      acostumbrado de tal suerte a las ásperas invectivas de los alemanes
      contra Roma, que ya no se atribuía importancia especial a semejantes
      desahogos .
      La constante necesidad de dinero, consecuencia de la desordenada
      administración económica, y de la desmedida prodigalidad de León X,
      llevaba por caminos cada vez más peligrosos. No se tenia dificultad, para
      llenar las cajas continuamente vacías, en seguir apelando a los más
      peligrosos medios, y era inútil que Aleander dijera al Papa, en 1516, que
      temía un levantamiento de Alemania contra la Santa Sede, por haber allí
      millares de personas, que no aguardaban más que un nombre, para abrir la
      boca contra Roma
      .
      No se dio a estas voces de aviso ningún crédito, y se cometió el
      desacierto, imperdonable en vista de la violenta efervescencia, de hacer
      publicar la indulgencia para la construcción de la nueva iglesia de San
      Pedro, de una manera todavía más extensa que en tiempo de Julio II.
      León
      X había revocado al principio de su pontificado, conforme a la costumbre
      establecida, todas las indulgencias concedidas por su predecesor; pero ya
      a 29 de Octubre de 1513, declaró que la indulgencia prescrita por julio
      II para fomentar la construcción de la nueva iglesia de San Pedro, no debía
      considerarse como suprimida. La publicación de la indulgencia se confió,
      como hasta entonces, a los Franciscanos observantes cismontanos, en las
      respectivas provincias de su Orden. En esta publicación, la indulgencia
      no se extendió a nuevas regiones; de suerte que, al principio, aun en
      tiempo de León X, no se alargó esta indulgencia a Portugal, Francia,
      Borgoña, ni a los países alemanes, a excepción de Austria y de la parte
      de Silesia que pertenecía a Bohemia
      ;
      pero ya a fines del año de 1514 se introdujo una variación. A 29 de
      Octubre de dicho año extendióse por un año la indulgencia para la
      reconstrucción de San Pedro a Saboya, el Delfinado, Provenza, Borgoña y
      Lorena, así como a la ciudad y diócesis de Lieja; y a 2 de Diciembre,
      por dos años, a las provincias eclesiásticas de Colonia, Tréveris,
      Salzburgo, Crema, Besancon, Upsala e iglesias exentas interyacentes,
      exceptuando, sin embargo, las posesiones del arzobispo Alberto de Maguncia
      Magdeburgo, administrador de Halberstad, y de los marqueses de Brandeburgo,
      pero extendiéndola también a las diócesis de Cambray, Tournay, Thérouanne
      y Arras. Como comisario de la indulgencia para el distrito últimamente
      nombrado, se eligió al clérigo cortesano Juan Angel Arcímboldi, oriundo
      de una familia milanesa .
      A fines de Septiembre de 1515 se extendieron también los poderes de
      Arcimboldi al obispado de Meissen, y el comisario nombró representante
      suyo en esta parte, en la Pascua de 1516, al dominico Juan Tetzel .
      Cuando Arcimboldi, a fines del año de 1516, se dirigió hacia el Norte,
      entró Tetzel al servicio del príncipe elector de Maguncia, Alberto de
      Brandeburgo, a quien se había concedido, para las provincias eclesiásticas
      de Maguncia y Magdeburgo, así como para el obispado de Halberstadt, una
      indulgencia, cuya publicación había de dar lugar a acontecimientos de
      trascendencia no sospechada.
      Concesión
      de la predicación de las indulgencias a Alberto de Brandeburgo.
      Alberto
      de Brandeburgo
      ,
      desde fines de Agosto de 1513 arzobispo de Magdeburgo, y desde Septiembre
      del mismo año administrador del obispado de Halberstadt, había sido
      elegido por motivos políticos arzobispo de Maguncia, a la muerte de Uriel
      de Gemmingen, a 9 de Marzo de 1514. Mas como Alberto quería conservar,
      con el de Maguncia, los otros dos obispados, se produjo una acumulación
      de dignidades eclesiásticas hasta entonces desacostumbrada en Alemania.
      Por eso su confirmación tropezó en Roma con dificultades, las cuales
      aumentaba el cardenal Lang, esperando adquirir para sí Magdeburgo y
      Halberstadt. Por muy ancho de corazón que fuese León X, en semejante
      coyuntura no podía dejar de parecerle dificultoso el entregar a un príncipe
      de sólo 25 años de edad, un distrito tan dilatado, que hubiera sido de
      excesiva extensión aun tratándose de un hombre maduro, y aunque se
      hubiese limitado sólo a la superior inspección de las cosas más
      imprescindibles.
      A
      la verdad, todas estas dificultades se desvanecieron ante la halagüeña
      esperanza de conciliarse con esta indulgencia a los dos poderosos príncipes
      electores de Brandeburgo. Después de largas negociaciones, fue complacido
      Alberto en todos sus deseos, y a 18 de Agosto de 1514, confirmóle el Papa
      en un consistorio, como arzobispo de Maguncia y Magdeburgo y administrador
      de Halberstadt. Verdad es que, fuera de los acostumbrados derechos de
      confirmación, que ascendían a unos 14.000 ducados, debía pagar otra
      “composición” extraordinaria o tasa de 10.000 escudos, para conservar
      los otros dos obispados. Toda esta suma se la adelantó la célebre Casa
      de Banca de los Fugger ,
      que teniendo entonces a la cabeza al genial Jacobo Fugger, dominaba el
      comercio bancario internacional. Para indemnizarle, y ante todo, para
      hacerle posible satisfacer sus deudas a los Fugger, se concedió a Alberto
      la publicación de la indulgencia para San Pedro en las provincias eclesiásticas
      de Maguncia y Magdeburgo, en el obispado de Halberstadt y en los dominios
      de la Casa de Brandeburgo, de suerte que la mitad de lo recaudado debiera
      destinarse a sufragar los costos de la construcción de la iglesia de San
      Pedro, y la otra mitad perteneciera al arzobispo de Maguncia. Aun cuando
      antes se había creído que la propuesta de esta indulgencia había
      partido de Alberto, y que éste había pagado de antemano los 10.000
      ducados, como premio por la concesión de ella, las recientes
      investigaciones han demostrado la inexactitud de esta apreciación
      .
      Los 10.000 ducados fueron más bien los derechos extraordinarios impuestos
      para la retención de Magdeburgo y Halberstadt juntamente con Maguncia;
      pero el proyecto de la indulgencia no salió del de Brandeburgo, sino la
      Dataría fue quien le hizo a él esta proposición. Los delegados de
      Alberto se mostraron al principio poco inclinados a entrar en este
      negocio, porque “podrían nacer de esto disgustos, y por ventura alguna
      cosa peor” ;
      mas al fin, no tuvieron otro remedio que aceptar la propuesta. El mediador
      de todo este asunto financiero fue, muy verosímilmente, el más tarde
      cardenal Armellini; y aun cuando no hay razón para calificar este negocio
      de simoniaco ,
      sin embargo, en aquellas circunstancias todo él fue un trato muy poco
      honroso para todos los que intervinieron ;
      y que contribuyera al estallido de la catástrofe, ya por tantas otras
      causas preparada, parece haber sido un castigo de Dios. Mas si la
      mencionada indulgencia no fue sino como la piedra desprendida que dio
      origen al ventisquero asolador estaba, sin embargo, hondamente fundado en
      las circunstancias de la realidad, el que la rebelión contra el
      Pontificado tomara origen, en Alemania, de un grave daño, reconocible
      para cualquier hombre observador, que tenía conexión con la aborrecida
      administración económica de la Curia romana. Las exigencias pecuniarias
      de la Curia, recaían ante todo, naturalmente, sobre el clero; sobre los
      legos pesaba principalmente el uso de exigir para el lucro de una
      indulgencia, no sólo el cumplimiento de obligaciones religiosas, sino
      también una oblación de dinero.
      Doctrina
      católica sobre las indulgencias.
      La
      indulgencia ,
      conforme a la doctrina de la Iglesia católica, ya completamente declarada
      en el siglo XIII, es la remisión de las penas temporales de los
      pecados, que después del perdón de la culpa y de la pena eterna,
      obtenido por medio de la penitencia, quedan todavía que expiar, ya sea en
      la tierra o ya en el purgatorio. Los dispensadores de indulgencias son el
      Papa y los obispos, los cuales sacan todas estas gracias del inexhausto
      tesoro que posee la Iglesia en los merecimientos de Jesucristo, de la Santísima
      Virgen María y de los demás santos (thesaurus Ecclesiae).
      Prerrequisitos indispensables para ganar cualquiera indulgencia son, el
      estado de gracia, o en su defecto, la penitente confesión, para ponerse
      en él, y fuera de esto, suele prescribirse la práctica de ciertas buenas
      obras, como la oración y visita de algunas iglesias, la limosna u otras
      oblaciones para fines píos o de común utilidad. Se distinguen las
      indulgencias plenarias, por las que se perdonan todas las penas de
      los pecados ya remitidos, y las parciales, por las que no se
      perdona sino una parte de dichas penas. Las indulgencias plenarias no
      puede concederlas más que el Papa, como Vicario de Cristo, y se otorgaron
      a los cruzados en la segunda mitad del siglo XIII .
      Una forma especial de indulgencia plenaria es la indulgencia del jubileo
      
      que fue concedida por primera vez por Bonifacio VIII. En la publicación
      de tales jubileos, los cuales se promulgaban con particulares
      solemnidades, obtenían los confesores, respecto de todos los fieles
      cristianos que se proponían ganar la indulgencia, no sólo la ordinaria
      jurisdicción semejante a la que tienen los párrocos sobre sus
      feligreses, sino también más amplias facultades para absolver aun de los
      casos reservados.
      Acerca
      de la aplicación de las indulgencias a los fieles difuntos, se habían
      dividido los pareceres de los teólogos hasta mediados del siglo XV,
      rechazándola o poniéndola en duda unos, al paso que otros la tenían por
      posible; y esta última sentencia llegó a obtener aceptación general,
      por efecto de las resoluciones de Sixto IV e Inocencio VIII; de suerte
      que, desde el principio del siglo XVI, ningún escritor católico volvió
      a discutir la aplicabilidad de. las indulgencias a las benditas ánimas
      del purgatorio .
      Como la indulgencia para los fieles difuntos no es en el fondo sino una
      solemne manera de sufragio por los mismos, podía ganarse, según
      la opinión común, aun hallándose en estado de pecado mortal; mientras,
      por el contrario, para ganar la indulgencia que los vivos quieren lucrar
      para sí mismos, es necesario juntar con la visita de algunas iglesias y
      la oblación pecuniaria, la penitente confesión .
      Las
      bulas pontificias expusieron la doctrina de las indulgencias con absoluta
      exactitud dogmática
      ,
      y asimismo los más de los escritores teológicos de fines de la Edad
      Media, por más que en algunos puntos singulares disintieran entre sí,
      estaban de acuerdo, no obstante, respecto de lo esencial; todos
      consideraban en la indulgencia, no la remisión de la culpa, sino sólo
      la remisión de las penas; todos presuponían que, para ganarla, debían
      estar de antemano perdonados los pecados por una penitente confesión.
      Así
      en los escritos catequísticos como en los sermones del siglo XV, la
      doctrina de las indulgencias se halla expuesta con tanta claridad como
      exactitud teológica. Los sermones que tuvo el célebre Geiler de
      Kaisersberg en los años de 1501 y 1502 ofrecen una exposición
      verdaderamente modelo ;
      y asimismo los ordinarios curas de almas se limitaban a repetir, con más
      o menos habilidad, la doctrina eclesiástica, de la manera que los papas
      la habían formulado. Los bosquejos de sermones que se conservan todavía
      del siglo XV, demuestran que esto se hacía con tanta claridad y de un
      modo tan fundamental, que aun las personas de inferior grado de cultura
      podían entender su verdadera naturaleza .
      Buenos
      resultados de la predicación correcta de las indulgencias.
      Donde
      las indulgencias se predicaban de esta manera debida y conforme al espíritu
      de la Iglesia, no podían dejar de producir muy beneficiosos frutos,
      constituyendo un poderoso medio extraordinario para la cura de almas, que
      se puede poner en parangón con las actuales misiones dadas a los pueblos
      .
      Hombres celosos de la reforma, como Geiler de Kaisersberg, atribuían por
      esta razón a las indulgencias grande y beneficiosa trascendencia .
      Una porción de factores concurrían para ejercer en semejantes coyunturas
      un poderoso influjo en la vida espiritual del pueblo. Aquellos tiempos de
      gracia se inauguraban con una solemnidad que causaba profunda impresión,
      con especiales funciones eclesiásticas, como procesiones, rogativas, cánticos,
      erección de cruces o de imágenes de la Madre de Dios con el exánime
      cuerpo de su Divino Hijo en el regazo. Buscábanse predicadores más hábiles
      que los ordinarios para que instruyeran al pueblo con frecuentes pláticas
      espirituales, no sólo acerca de la indulgencia, sino también sobre las
      demás verdades de la Fe y las obligaciones de la vida cristiana, y le
      movieran a una verdadera penitencia y enmienda de las costumbres .
      Los penitentes así preparados tenían a su disposición, además de los
      confesores del país, otros forasteros, provistos de especiales facultades
      para la absolución de casos reservados y conmutación de votos, e
      instruidos para tratar solícitamente los casos de conciencia especiales.
      Los fieles no eran solamente excitados por las indulgencias a la recepción
      de los Santos Sacramentos, sino también a la oración y distribución de
      limosnas, al ayuno, a la veneración de los Santos, y a otros piadosos
      ejercicios; y los que se aprovechaban concienzudamente de aquellos tiempos
      de gracia que la Iglesia les procuraba, hacían verdaderamente un gran
      adelanto en la vida espiritual. Se reconciliaban con Dios Nuestro Señor,
      -por ventura después de mucho tiempo- e inauguraban para lo porvenir, con
      nuevos propósitos, una nueva vida genuinamente cristiana. Pero además,
      aquellos tiempos de gracia contribuían asimismo poderosamente para
      aliviar las miserias temporales. Desventurados de todos géneros hallaban
      consuelo y fortaleza en sus padecimientos, y volvían llenos de confianza
      a emprender los arduos trabajos de su vida cotidiana. De esta suerte, la
      indulgencia daba ocasión a una verdadera renovación de la vida
      religiosa; y de que aún hacia fines de la Edad Media, se obtuvieran
      realmente con frecuencia estos fines, existen muchos testimonios
      .
      
      Frutos
      de los abusos en las predicación de las indulgencias.
      Junto
      a éstos no faltan, sin embargo, quejas de otros testigos fidedignos y
      fuera de sospecha, sobre los múltiples abusos cometidos con ocasión de
      las indulgencias. Casi todos insisten en que los fieles, después de haber
      hecho su confesión, como prerrequisito indispensable para ganar la
      indulgencia, debían depositar además, en el cepillo de las oblaciones,
      una suma de dinero proporcionada a la cuantía de sus haberes. Esta
      contribución pecuniaria para fines píos, que no era más que un accesorio,
      se convirtió muchas veces en fin principal, y con esto se abatió
      la indulgencia de su ideal elevación y se rebajó hasta convertirla en
      una operación financiera. Y no fue ya sólo la dispensación de gracias
      espirituales el propio motivo porque se solicitaban y se otorgaban las
      indulgencias, sino la necesidad de dinero.
      Como
      casi todos los males que padeció la Iglesia a fines de la Edad Media,
      arranca también en gran parte el abuso de las indulgencias de la época
      del cisma de Occidente .
      Para poderse sostener frente al pontificado francés, Bonifacio IX, por
      otra parte no muy escrupuloso en la elección de los medios para llenar
      las arcas de la Cámara Apostólica ,
      otorgó indulgencias en número extraordinariamente grande, con el
      manifiesto fin de recaudar dinero por este camino. En primer lugar hizo
      que el jubileo promulgado para Roma en 1390, se extendiera también con
      grande amplitud a las ciudades italianas y principalmente a las de
      Alemania. De suyo no se hubiera podido objetar contra esto cosa alguna:
      pero se sujetó el lucro de la indulgencia a condiciones que debían
      engendrar abusos. A los requisitos anteriormente usados, se añadió ahora
      el de que todos aquellos que quisieran ganar la indulgencia plenaria, debían
      aprontar tanto dinero, cuanto hubieran debido gastar en el viaje a Roma y
      hubieran ofrecido en las iglesias de esta ciudad. En particular, debían
      los fieles convenir en la cantidad con los colectores, y aun cuando se había
      prescrito a éstos una tasación moderada, y aun la remisión de todo
      donativo para los pobres, “no obstante, la grandiosa idea del año
      jubilar revistió, por estos ajustes entre el colector y los peregrinos,
      el carácter de un negocio, en tales términos, que era imposible faltaran
      abusivas explicaciones de parte de los colectores y malas inteligencias
      por la de los peregrinos”. De los dineros que se recaudaran debía
      enviarse la mitad a Roma .
      Muy
      pronto se mostraron claramente los malos efectos. Eclesiásticos seculares
      y regulares no se recataron de negociar con las gracias, hasta casi
      venderlas; y por dinero absolvían aún a personas a quienes faltaba el
      arrepentimiento. Bonifacio IX fue informado de estos abusos; pero, en vez
      de ordenar medidas enérgicas contra los tales, se limitó a expresar su
      disgusto solamente porque muchos de los eclesiásticos a quienes se habían
      concedido las facultades referentes a las indulgencias, no querían rendir
      cuentas de lo recaudado. La impresión de que, para la Curia romana,
      estaba en primer término la cuestión del dinero, aumentóse todavía
      cuando en 1349 se hallaron presentes a la publicación del jubileo
      concedido a la ciudad de Colonia, un abad y un banquero como
      representantes oficiales de la Cámara Apostólica. Era el primer caso
      en que esto sucedía; y también se inició entonces otra usanza; es a
      saber, la gradación de una serie de subdelegaciones para la publicación
      de la indulgencia; con lo cual se hubo de enflaquecer el sentimiento de
      responsabilidad en los que dispensaban las gracias del jubileo .
      Fue, finalmente, en alto grado pernicioso el que, para la obtención de
      las bulas de indulgencia, además de los considerables gastos que llevaba
      consigo su redacción, todavía se hubieran de pagar grandes propinas a
      los empleados de la Curia. También de esto hay testimonios indudables, ya
      respecto a la época de Bonifacio IX .
      Por
      el camino comenzado por Bonifacio IX, siguieron adelantando sus sucesores:
      todos los papas de fines de la Edad Media, en parte necesitados por el
      peligro de los turcos y otros apuros, o ya movidos por las incesantes
      solicitaciones de eclesiásticos y seglares, concedieron las indulgencias
      de una manera desmedida, así en lo tocante a la frecuencia como a la
      extensión de las mismas. Y aun cuando en la forma de sus bulas nunca
      se desviaron poco ni mucho de la doctrina católica, y siempre
      exigieron como prerrequisito para ganar la indulgencia, la penitente
      confesión y ciertos ejercicios espirituales determinados, sin embargo, en
      estas concesiones de gracias, se fue poniendo en primer término,
      de una manera a propósito para producir escándalo, el lado financiero;
      o sea, la necesidad de una oblación pecuniaria. Cada día más fueron
      tomando las indulgencias la forma de un asunto económico, que conducía
      luego a numerosos conflictos con las Potencias seculares, por exigir éstas
      una parte de los rendimientos. “Que aquel que concedía la gracia
      obtuviera por ello alguna participación, no producía por sí mismo
      ofensión alguna; pero la grandeza de esta contribución fue materia de
      escándalo. Lo propio que el solicitante se sentía perjudicado por la
      Curia, así ésta por el Emperador y por los señores territoriales que
      cerraban sus dominios a la indulgencia, o embargaban los fondos recaudados
      por medio de ella” .
      Con
      la transformación de las indulgencias en una operación financiera, y con
      la excesiva extensión y acumulación de las gracias otorgadas, era
      natural (principalmente teniendo en cuenta la codicia de la época) que se
      introdujeran los más graves excesos y abusos, así en el ofrecimiento
      como en la ponderación de las indulgencias. Ocurrían con harta
      frecuencia sucesos aflictivos, tanto en la recaudación como en el reparto
      del dinero de las indulgencias; por lo cual no es de maravillar que de
      todas partes se levantaran las más claras y vehementes quejas. Pero ¿cómo
      podía ser de otro modo, cuando hasta un hombre de sentimientos tan
      favorables al Papa como Eck, se desahogaba en amargos lamentos, quejándose
      de que “una indulgencia abría la puerta a otra”? El mismo Eck refiere
      de ciertos comisarios, que llegaban hasta repartir cédulas de confesión
      como recompensa del vicio .
      Jerónimo Emser habla claramente del delito de los avarientos comisarios,
      monjes y curas, que habían predicado sobre la indulgencia sin ningún
      decoro, insistiendo más en el dinero que en la confesión, penitencia y
      dolor de los pecados .
      También Murner habla de los abusos cometidos con ocasión de las
      indulgencias ,
      los cuales en ninguna manera estaban limitados a los países alemanes.
      Todavía en el Concilio de Trento se lamentó el cardenal Pacheco de los
      manejos de los predicadores que anunciaban en España la bula de la Santa
      Cruzada ,
      y el austero cardenal Jiménez de Cisneros, a pesar de su adhesión a la
      Santa Sede, manifestó su disgusto por la indulgencia concedida por León
      X para la construcción de la iglesia de San Pedro .
      En los Países Bajos, la conducta de los comisarios de indulgencias ,
      especialmente a causa de la ligereza con que otorgaban dispensas, causó
      tal ofensión, aun en personas severamente religiosas, que un profesor de
      Teología de Lovaina se pronunció públicamente contra ellos en 1516 .
      En el Concilio de Letrán se quejaron los obispos de los abusos de los
      Minoritas en la predicación de la indulgencia de San Pedro; convínose en
      un compromiso ;
      pero no sirvió de remedio, pues todavía el cardenal Campegio se hubo de
      expresar enérgicamente contra el encargo de las indulgencias dado a los
      Minoritas, con el cual se perturbaba la jurisdicción ordinaria de los
      obispos. ¡Cuánto padeciera de esta suerte la autoridad eclesiástica; cuánto
      escándalo se originara de ello; cuántas ocasiones se dieran para formar
      juicios desfavorables contra la Iglesia, cosas son que no necesitan
      ponderarse! El mencionado cardenal era de parecer, que la gran facilidad
      en perdonar, llegaba hasta ser estímulo de los pecados y como un
      aliciente para cometerlos .
      También
      se levantaron en Italia otras voces contra la inconveniente multiplicación
      de las indulgencias .
      Satíricos como Ariosto ,
      se burlaban de la baratura de ellas, y varones graves como Sadoleto,
      promovían una resuelta contradicción. Pero León X, siempre necesitado
      de dinero, no hacia caso de esto, teniendo en derredor suyo consejeros sin
      conciencia, como el cardenal Pucci, que en semejantes casos sabían
      apaciguar los resquemores de la conciencia del Papa, con una Casuística
      que, usando de benignidad, ha de calificarse de extraña
      .
      De esta suerte no puede maravillarnos que el Papa Médici viniera en
      conceder la indulgencia que se otorgó al nuevamente elegido príncipe
      elector de Maguncia.
      Las
      indulgencias se predican en Alemania.
      La
      súplica de Alberto de Brandeburgo sobre concesión de la indulgencia para
      las diócesis de Maguncia y Magdeburgo ,
      que lleva la fecha de 1 de Agosto de 1514, obtuvo ya al día siguiente el placet
      del Papa ;
      pero su publicación debía aún diferirse largo tiempo .
      Hasta 31 de Marzo de 1515 no se redactó la bula ,
      por la cual el arzobispo de Maguncia y el Guardián de los Franciscanos de
      dicha ciudad fueron nombrados, por el plazo de ocho años desde el día de
      la promulgación de la bula, comisarios pontificios de la indulgencia para
      las provincias designadas en la concesión; y los mismos debían tener
      derecho de suspender todas las otras indulgencias en el distrito de su
      cargo. A esta bula siguió el Motu propio de León X de 15 de Abril de
      1515 al cardenal obispo de Ostia, como Camarero pontificio, y a los
      empleados a sus órdenes, por el que se confirmaba la indulgencia del
      jubileo solicitada por Alberto. La bula llegó primero a manos del
      emperador Maximiliano, quien aprovechó la favorable coyuntura para
      obtener también algo para sí; y para que el Emperador permitiera por
      tres años la indulgencia concedida por el Papa para ocho, se obligó el
      canciller de Maguncia Juan von Dalheim, a pagar en cada uno de dichos tres
      años a la Cámara imperial la suma de 1.000 ducados rinianos, los cuales
      deberían emplearse en la construcción de la iglesia de Santiago,
      adyacente al palacio imperial de Innsbruck
      .
      Como en la bula no se, declaraba expresamente, que la mitad de los
      rendimientos hubieran de pertenecer al arzobispo, no quiso éste, para
      prevenir posteriores molestias, proceder a la publicación antes de haber
      recibido de Roma una terminante seguridad sobre ello ;
      y las negociaciones acerca de esto produjeron nuevo retardo; de suerte
      que, el breve pontificio expedido a 14 de Febrero de 1516, en que se
      contenían las seguridades deseadas, no llegó a Maguncia hasta los días
      precedentes a la dominica Jubilate; por lo cual, como escribió el
      canónigo de Maguncia Dietrich Zobel a Alberto ,
      a 14 de Abril de 1516, se juzgó ser ya demasiado tarde para aquel año; y
      así, la predicación de la indulgencia no comenzó en Maguncia hasta
      principios del funesto año de 1517. A consecuencia de las turbaciones que
      muy pronto se suscitaron, no pudo continuarse esta predicación sino en
      los dos primeros años; y según las cuentas de los Fugger, que
      recientemente se han hallado, la recaudación total fue verdaderamente mínima,
      contra todas las suposiciones que hasta ahora se habían hecho
      ;
      de manera que parece que Alberto, después de haber entregado al Emperador
      su contribución, apenas obtuvo por su parte, la mitad de la “composición”;
      para no decir nada de los derechos de la confirmación. La indulgencia de
      Maguncia y Magdeburgo fue, pues, “un mal negocio para Alberto, aun desde
      el punto de vista puramente mercantil”. Con esto resulta una fábula
      introducida en la Historia, la de que Juan Tetzel recibiera en un
      solo año, para el príncipe elector de Maguncia, la cantidad de 100.000
      escudos de oro.
      El
      predicador dominicano Juan Tetzel.
      El
      mencionado dominico 
      aparece desde Enero de 1517 como subcomisario general del arzobispo de
      Maguncia
      .
      A 24 de Enero se hallaba Tetzel en Eisleben, que pertenecía entonces al
      obispado de Halberstadt, y al principio anduvo por esta diócesis y por el
      obispado de Magdeburgo
      .
      En la primavera se dirigió a Jüterbog donde confluyó mucha gente de la
      próxima ciudad de Wittenberg para ganar la indulgencia, por cuanto en
      Sajonia no se había permitido la predicación de la misma .
      Esta fue la ocasión de que el profesor de Wittenberg, Martín Lutero, que
      por motivos mucho más hondos se hallaba ya interiormente muy alejado de
      la Iglesia, tomara cartas en el asunto de la indulgencia.
      Tetzel
      era un elocuente y estimado predicador popular; pero su importancia ha
      sido las más de las veces muy exagerada por adversarios y defensores,
      bajo la impresión de los acontecimientos que tomaron principio de su
      predicación de las indulgencias .
      Si por una parte no se puede justificar todo lo que hizo o predicó, por
      otra, la imagen tradicional que de él se formó en el campo de los
      adversarios, no corresponde en manera alguna a la justicia y verdad históricas.
      Los reproches de grosera inmoralidad que le dirigieron algunos contemporáneos,
      sus enemigos, descansan en una pura invención; lo propio que la afirmación,
      repetida todavía por autores modernos, de que había predicado de una
      manera escandalosa y blasfema sobre la Madre de Dios; lo cual el mismo
      Tetzel pudo demostrar ser una calumnia, fundándose en testimonios
      oficiales .
      También se ha desfigurado con frecuencia de la manera más repugnante, el
      fondo de la predicación de Tetzel sobre las indulgencias; y las opiniones
      erróneas acerca de esto nacieron principalmente de la circunstancia de no
      haber distinguido con bastante solicitud cuestiones de muy diversa
      naturaleza .
      Ante todo, es preciso distinguir claramente la indulgencia para los vivos,
      de la que se aplica a los fieles difuntos. Respecto de la primera, la enseñanza
      de Tetzel fue completamente correcta; y la afirmación de que ponderó la
      indulgencia, no sólo como remisión de las penas de los pecados, sino
      también como absolución de la propia culpa de ellos, es tan
      injustificada, como el reproche de haber vendido el perdón de los pecados
      sin exigir arrepentimiento, o haber absuelto, por dinero, de pecados que
      se pensaba cometer después. Realmente enseñó con la mayor claridad, y
      de acuerdo con las doctrinas teológicas que entonces como ahora profesaba
      la Iglesia, que la indulgencia sólo sirve respecto de las penas de las
      culpas que han sido lloradas y confesadas .
      Las llamadas cédulas de confesión o de indulgencia (confessionalia), podían
      a la verdad adquirirse sin arrepentimiento, mediante el solo pago de la
      limosna; pero la mera adquisición de semejantes cédulas no procuraba, ni
      el perdón de los pecados, ni el lucro de la indulgencia; el poseedor de
      una de estas cédulas adquiría simplemente por ella, el derecho de poder
      ser absuelto una vez en la vida y en la hora de la muerte, por un confesor
      libremente elegido por él, mediante una penitente confesión de sus
      culpas, aun de los más de los pecados reservados al Papa; y de hacerse
      aplicar una indulgencia plenaria .
      Así pues, también en este caso, como en todos los demás, el lucro de la
      indulgencia tenía por imprescindible prerrequisito la penitencia y la
      confesión .
      Otra cosa sucedía con las indulgencias para los fieles difuntos ;
      respecto de las cuales Tetzel, de acuerdo con las instrucciones que debían
      servirle de regla acerca de la indulgencia, predicó realmente ser dogma
      cristiano, que para ganar la indulgencia para los difuntos no se requería
      más que el pago de la limosna, no siendo necesaria la penitencia ni la
      confesión. Al propio tiempo enseñó, ajustándose a la opinión
      defendida por los más de los teólogos de entonces, que la indulgencia
      para los difuntos podía aplicarse por modo infalible a un alma
      determinada; y no puede caber lugar a duda que, partiendo de este
      supuesto, predicó, por lo menos cuanto al sentido, la gráfica
      sentencia que se le ha atribuido: “Tan luego como el dinero cae en el
      cepillo, el alma sale del suplicio” .
      Las bulas pontificias acerca de la indulgencia, no ofrecían fundamento
      ninguno para estas tesis; y lo que Tetzel proponía, de un modo del todo
      impertinente, como verdad cierta, no era más que una incierta opinión de
      los teólogos, rechazada por la Sorbona ya en 1482 y luego de nuevo en
      1518, y no en manera alguna doctrina de la Iglesia. El primer teólogo que
      había entonces en la corte romana, el cardenal Cayetano, no aprobó nunca
      semejante exageración; antes bien acentuó enérgicamente que, aun cuando
      los teólogos y predicadores enseñaran tales opiniones exageradas, no se
      les debía prestar en esto ningún crédito. “Los predicadores -
      escribe el citado cardenal - enseñan en nombre
      de la Iglesia, en cuanto anuncian la doctrina de Cristo y de la Iglesia;
      pero cuando enseñan guiados por su propia cabeza o movidos por interés
      privado, cosas que no saben, no pueden considerarse como representantes de
      la Iglesia; y por tanto, nadie debe maravillarse de que, en semejantes
      casos, padezcan extravíos”
      .
      Desgraciadamente
      muchos predicadores de la indulgencia, así en Alemania como en otras
      partes, no se esmeraron, como el mencionado cardenal, en proceder con esta
      reserva; imprudentemente predicaban como verdad cierta, una dudosa opinión
      de las Escuelas, a propósito para proponer en primer término el aspecto
      pecuniario, de una manera sumamente ofensiva. Tampoco a Tetzel se le puede
      absolver de culpa en este respecto, aun cuando no se dejó llevar a tan
      grandes excesos como Arcimboldi
      ;
      y si por una parte el mencionado dominico era en general propenso a
      extremosidades, por otra se echaban también de menos en su proceder, la
      simplicidad y la modestia; antes bien se mostró atrevido y pretencioso, y
      dio al ejercicio de su cargo tal carácter de negociación, que no podía
      menos de producir escándalo. Aun varones que, por otra parte, estaban
      enteramente a su lado, tuvieron motivos de queja; y su contemporáneo y
      compañero de hábito Juan Lindner, le reprendió gravemente el designio
      predominante de recaudar dinero. “Tetzel, escribe dicho autor, inventaba
      inauditos medios de reunir dinero, hacía demasiado benignas promociones,
      erigía en las ciudades y aldeas demasiado comunes cruces, de donde se
      seguía finalmente escándalo y desestima en el pueblo sencillo, y
      menosprecio de tales tesoros religiosos, a causa del abuso”
      .
      Lutero
      se enfrenta a los abusos.
      Se
      hizo intérprete del disgusto, muy extendido contra los abusos que se cometían
      con motivo de la predicación de la indulgencia, un profesor de la
      Universidad de Wittenberg, cuyo nombre no había sido hasta entonces
      conocido sino en un circulo muy estrecho.
      Con
      ocasión de las predicaciones de Tetzel sobre la indulgencia, fijó Lutero
      a 31 de Octubre de 1517, en la iglesia del castillo de Wittenberg, 95
      tesis, con el objeto de celebrar una disputa sobre el valor de las
      indulgencias .
      En este proceder nada había de extraordinario, conforme a los usos académicos
      de aquella época; pero el asunto que se tomaba como argumento de la
      disputa tocaba a una cuestión candente; a lo cual se agregaba, que el
      contenido de las tesis de Lutero era ásperamente polémico, lleno en si
      mismo de contradicciones, y tendía mucho más allá de la finalidad del
      momento. En todas partes despertaron aquellas tesis grande expectación; y
      aun cuando las predicaciones de Tetzel fueron la ocasión exterior del
      proceder de Lutero, éste no se dirigía tanto contra la persona del
      dominico, cuanto generalmente contra el uso que entonces se hacia de las
      indulgencias. El ataque del profesor de Wittenberg hería ante todo a la
      autoridad eclesiástica, al Papa y al arzobispo de Maguncia, a los cuales
      hacia Lutero en primer término responsables de lo que consideraba como
      abusos
      .
      Pero en el fondo, no eran los abusos de la práctica entonces usual de las
      indulgencias, los que motivaban la conducta de Lutero; las tesis de 31 de
      Octubre no eran más que la primera ocasión exterior y casual, para
      manifestarse públicamente la profunda contradicción en que se hallaba
      Lutero con la doctrina católica de las buenas obras; pues sus opiniones
      sobre la justificación por sólo la fe, y la falta de libertad de la
      voluntad humana, las cuales tenía ya entonces completamente formadas, no
      podían compadecerse con aquella doctrina
      .
      Lutero no había concebido entonces todavía en manera alguna, el designio
      de separarse de la Iglesia; y tampoco se podría afirmar, que desde el
      principio no tomara la controversia de las indulgencias sino como pretexto
      para dar más fácil entrada a sus opiniones dogmáticas; antes bien se
      puede admitir, que por de pronto no persiguió conscientemente ningún
      otro fin, sino el de combatir los verdaderos abusos introducidos con las
      indulgencias, y los que por tales tenía. Mas a pesar de eso, las tesis
      del profesor de Wittenberg alcanzaban ya con efecto, en su totalidad, una
      trascendencia mucho mayor, y cuyo efecto había de ser soliviantar contra
      la autoridad eclesiástica, hacer despreciables las indulgencias y
      extraviar al pueblo, como quiera que contenían una mezcla de ortodoxia y
      heterodoxia. Apenas se disimulaba en ellas el odio y la befa contra la
      Sede Apostólica, y bajo una forma exteriormente católica, contenían
      muchas cosas harto capciosas. La tesis 36 se dirigía contra la
      indulgencia tomada en sentido católico, y la 58 negaba derechamente la
      doctrina del tesoro de la Iglesia .
      El
      mismo día 31 de Octubre envió Lutero las tesis al arzobispo Alberto de
      Maguncia, acompañándolas con una carta 
      en la que en parte resumía brevemente el contenido de ellas, y se
      lamentaba de las erróneas ideas del pueblo y de las falsas promesas de
      los predicadores de indulgencias. Verdad es que al principio de la carta
      decía que no había oído a los predicadores ni pretendía acusarlos de
      haber expuesto realmente en el púlpito tales perniciosas doctrinas; pero
      poco después echaba en cara a los mismos predicadores, “que con
      maliciosas fábulas, y promesas sin ningún fundamento, aseguraban al
      pueblo y le quitaban el santo temor”. Y al fin llega hasta insinuar al
      arzobispo, que debe retirar la instrucción para las indulgencias, que en
      todo caso se había dado sin su conocimiento y voluntad; y substituirla
      por otra mejor; y le amenazaba con que, en otro caso, tal vez se levantaría
      alguno y escribirla contra ella, para suma afrenta del arzobispo.
      Alberto
      de Brandenburgo sometió el asunto a sus consejeros en Aschaffenburg, y a
      los profesores de la Universidad de Maguncia. Los primeros estuvieron de
      acuerdo sobre que debía incoarse un proceso contra Lutero .
      Alberto envió al Papa el dictamen de los consejeros de Aschaffenburg
      junto con las tesis de Lutero, “con buenas esperanzas de que Su Santidad
      intervendrá también en el asunto, y hará que se ponga coto
      oportunamente a semejantes extravíos, como lo piden la ocasión y la
      necesidad, y no habremos de tomar a nuestro cargo el orden y el
      negocio”; esto escribía Alberto a 13 de Diciembre de 1517 ,
      a sus consejeros de Halle, rogándoles consideraran con gran diligencia
      las actas del proceso que se acompañaban, y que si eran de parecer que
      convenía y aprovechaba apretar el proceso, lo hiciesen intimar a Lutero
      por medio de Tetzel, “para que tan venenoso error no se continuara
      esparciendo entre el pueblo sencillo”. Se ha de tener por cosa cierta,
      que los consejeros de Halle no tuvieron por prudente el proceso judicial
      contra Lutero acordado en Aschaffenburg, y que el mismo no fue incoado por
      Tetzel
      .
      El
      dictamen de la Universidad de Maguncia no se envió hasta 17 de Diciembre
      de 1517, después de repetidas amonestaciones del arzobispo, y únicamente
      se fijaba en un punto de las tesis de Lutero: la limitación de la
      autoridad del Papa respecto de las indulgencias; condenándolo por estar
      en contradicción con la doctrina tradicional, la cual era más prudente y
      seguro conservar. Los profesores de Maguncia rehusaron una formal
      condenación de las proposiciones, recomendando más bien que se pidiera
      la resolución pontificia
      .
      Por
      el contrario, Tetzel, por la extensa difusión de las tesis de Lutero, se
      creyó en el caso de contestar a su adversario científicamente; y lo hizo
      al principio por medio de una larga serie de tesis que defendió a 20 de
      Enero de 1518 en la Universidad. de Francfort junto al Oder .
      El autor de estas tesis no era el mismo Tetzel, sino el profesor de
      Francfort Conrado Wimpina .
      Verdad es que aquellas antítesis fueron, en algunos puntos determinados,
      demasiado lejos, presentando opiniones de la escuela como verdades de fe;
      pero en general, defendían fundamentalmente la tradicional doctrina de
      las indulgencias, rebatían los, errores de Lutero, y acentuaban
      principalmente: que las indulgencias no perdonan los pecados, sino
      solamente las penas temporales que al pecado siguen; y aun esto, sólo en
      el supuesto de que los pecados hayan sido de antemano sinceramente
      llorados y confesados; no hacen injuria a los merecimientos de Cristo,
      sino más bien substituyen los padecimientos satisfactorios de Cristo en
      lugar de las penas que se debían satisfacer.
      Cuando
      a mediados de Marzo llegó a Wittenberg un mercader llevando numerosos
      ejemplares de las Antítesis de Francfort, con el fin de venderlos, los
      estudiantes, calurosos partidarios de Lutero, se los arrebataron y
      quemaron en la plaza pública; procedimiento que más tarde fue vituperado
      por Lutero .
      Poco tiempo después publicó éste, indudablemente con ocasión de haber
      sido conocidas las tesis de Tetzel, su “Sermón sobre la indulgencia y
      la gracia” ,
      en el que fue todavía más allá .
      Condenó enérgicamente la división escolástica de la Penitencia, en
      confesión, dolor y satisfacción; alegando no hallarse fundada en la
      Escritura; y al final declaró: “Si ahora me reprendieren por ventura
      como hereje, algunos a quienes estas verdades son muy perjudiciales para
      el bolsillo, no hago gran caso de semejantes parlerías; puesto que no
      procederán sino de algunos cerebros obscurecidos, que tienen poco olor de
      la Biblia”. A este escrito, a poco tiempo muy difundido, opuso Tetzel en
      seguida su “Exposición contra un sermón temerario de 20 artículos erróneos
      tocantes a las indulgencias papales y a la gracia”
      ;
      en la cual trató muy fundamentalmente la doctrina de las indulgencias
      .
      Honra en gran manera a la penetración de Tetzel y su formación teológica,
      el que, mientras otros teólogos, buenos católicos, juzgaron al principio
      de un modo demasiadamente superficial la conducta de Lutero, no viendo en
      ella sino una contienda escolástica acerca de cosas secundarias,
      comprendió en seguida Tetzel con exactitud, la trascendencia de las
      nuevas proposiciones del heresiarca, y conoció con clara perspicacia, que
      esta controversia iba a parar a una lucha de principios honda y de grande
      importancia, sobre los fundamentos de la fe cristiana y la autoridad de la
      Iglesia. “Los artículos de Lutero -dice Tetzel lamentándose en
      aquel escrito- están destinados a promover un grande escándalo; pues,
      por causa de estos artículos, muchos despreciarán la superioridad y el
      poder de la Santidad del Papa y de la Santa Sede Romana. También se
      abandonarán las obras de penitencia sacramental, y no se volverá a creer
      a los predicadores y doctores, queriendo cada cual interpretar la
      Escritura a su antojo; por donde la santa y universal Cristiandad habrá
      de incurrir en gran peligro de las almas; pues cada cual no creerá sino
      aquello que bien le pareciere”
      .
      Al
      fin de la “Exposición”, publicada en Abril, anunciaba Tetzel que
      después daría a luz algunas otras proposiciones y enseñanzas, sobre las
      cuales pensaba disputar en la Universidad de Francfort .
      Estas fueron las 50 tesis publicadas a fines de Abril 6 principios de Mayo
      de 1518, y compuestas por el mismo Tetzel
      ;
      en las cuales, sólo de pasada toca el asunto, ya antes suficientemente
      discutido, de las indulgencias; al paso que trata más de propósito de la
      autoridad eclesiástica, que Lutero había puesto en duda. Y como el
      profesor de Wittenberg, en sus ataques contra las indulgencias, se había
      apoyado principalmente en la Biblia, hace notar Tetzel expresamente que,
      junto a las contenidas expresamente en la Sagrada Escritura, hay otras
      muchas verdades católicas que los fieles cristianos deben profesar
      firmemente; y que en este número se han de contar las resoluciones
      doctrinales dictadas por el Papa en materia de fe, así como las
      tradiciones eclesiásticas aprobadas. Esta proposición daba en el punto
      principal de toda la controversia. “La cuestión de las indulgencias,
      como cosa secundaria, pronto desapareció casi completamente de las públicas
      discusiones; y por el contrario, siguió formando el asunto principal de
      las disertaciones polémicas la cuestión acerca de la autoridad eclesiástica”
      .
      Contra la “Exposición” de Tetzel, publicó Lutero el escrito
      “Apología del Sermón sobre la indulgencia papal y la gracia, contra la
      Exposición tramada en injuria suya y del mismo sermón” (Wittenberg,
      1518)
      ,
      en el cual, sólo hacia el fin y de pasada, procura desentenderse Lutero
      de las 50 tesis, con una observación irónica. Después de la publicación
      de las 50 tesis, Tetzel no volvió á escribir más; y como por efecto del
      proceder de Lutero se había hecho imposible continuar la predicación de
      la indulgencia, a fines de 1518 se retiró al convento de los dominicos de
      Leipzig
      .
      Entretanto
      las tesis de Lutero, difundidas rápida y extensamente en su traducción
      alemana, estaban ejerciendo una influencia profunda; y como en ellas
      andaba extrañamente mezclado lo verdadero y lo falso, tanto los amigos
      como los adversarios de la autoridad eclesiástica pudieron encontrar allí
      alguna cosa a su gusto. A la inmensa muchedumbre del pueblo, le agradó
      extraordinariamente el modo enérgico con que se acentuaba, que socorrer a
      los pobres era más meritorio que ganar indulgencias .
      Pero el proceder de Lutero obtuvo principalmente aplauso por dirigirse
      contra las aborrecidas exacciones pecuniarias de Roma y los abusos que con
      ellas andaban juntos y eran universalmente sentidos. A poco, todos los
      elementos que se hallaban descontentos de la Curia, por motivos políticos,
      económicos, nacionales o de cualquier otra especie, saludaron con gozo el
      precedente sentado por Lutero
      ,
      el cual se halló de este modo a la cabeza de una oposición nacional, que
      debía conducir, valiéndose de él, a la separación de una gran parte
      del pueblo alemán, arrancándolo del centro de la unidad eclesiástica.
      Casi nadie previó esto al principio; por el contrario, eran sin número
      los que creían entonces, y siguieron creyendo todavía mucho tiempo después,
      que el profesor de Wittenberg era el paladín de la reforma radical,
      generalmente ansiada, de los males de la Iglesia. Los mas no dudaban que
      Lutero llevaría al cabo semejante reforma dentro de la Iglesia y conforme
      a sus principios. Pero perdían completamente de vista, que Lutero no
      combatía solamente los abusos; no sabían o no conocían que se hallaba
      ya en contradicción con importantes doctrinas de la Iglesia.
      Del
      número de los pocos teólogos alemanes que desde el principio temieron de
      parte de Lutero grandes peligros para la Iglesia, fue el profesor de
      Ingolstadt, Juan Eck, el cual en sus Observaciones (Obelisci), que
      sólo se esparcieron manuscritas, contra las tesis de Lutero, señalaba el
      parentesco de algunas de las opiniones por éste expresadas, con las
      doctrinas de Wiclef y de Huss, que ya la Iglesia había condenado.
      
      [1]-
      Kirsch, Die päpstlichen Kollektorien während des 14. jahrhunderts,
      Paderborn, 1895, Einl.
      [2]-
      Jansen, Maximilian I, 12.
      [3]-
      Referencia a un caso tratado en el volúmen II de la Historia de los
      Papas, p. 408 y siguientes
      [4]-
      Cf. Janssen-Pastor, I18, 742
      [5]-
      Finke, Kirchetipolit. Verhältnisse, 110.
      [6]-
      Gebhardt, Gravamina, 112 s.
      [7]-
      V. los documentos en Janssen-Pastor, I18, 743; cf. también
      Knepper, Nationaler Gedanke, 71, y Wimpfeling, 256 s.
      [8]-
      Strauss, I, 99 s. Los abusos que se cometían en la publicación de las
      indulgencias, ocuparon también la atención de la Facultad de teología
      de la universidad de París, el año 1518; v. Delisle, Notices sur un
      registre des procés verbaux de la fac. de théologie de Paris. París,
      1899.
      [9]-
      Es característica para eso una declaración de Sigismondo de Conti, II,
      291.
      [10]-
      V. Balan, n. 31; Brieger, n. 11.
      [11]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 26. Schulte, Fugger I, 57 s. El suizo P. Falk,
      comunica desde Roma, en 1513, que es difícil alcanzar nuevas
      indulgencias, porque esto perjudicaría a la indulgencia por la iglesia de
      S. Pedro. V. Anz. für schweiz. Gesch., N. F. XXIII (1892) 376; cf. 378.
      Sobre las dificultades que opuso León X en 1517 a los Venecianos, que pedían
      nuevas indulgencias, v.. Sanuto, XXIV, 105, 448.
      [12]-
      Regest. Leonis X, n. 12385, 13053, 13090. **Breve al arzobispo de Colonia
      de 15 de Diciembre de 1514, existente en el Archivo público de Düsseldorf;
      cf. también Paulus, Tetzel 28 s.; Schulte I, 63-65, Los estudios de
      P. Fredericq, La question des indulgences dans les Pays-Bas au
      commencement du XVI siècle, publicados en el Bulletin de l'Académie
      Royale de Belgique, Classe des lettres, 1899, 24-57; y Les comptes des
      indulgences en 1488 et en 1517 à 1519 dans le diocèse d'Utrecht, sacadas
      à luz en las Mémoires couronnés et autres mémoires publiés par l'Académie
      Royale de Belgique LIX (1900), ofrecen algunas noticias sobre la publicación
      de la indulgencia para la Iglesia de S. Pedro en las diócesis holandesas
      hecha por Arcimboldi. Cf. además las correcciones de Paulus en el Histor.
      Jahrb. XXI (1900) 139, 846, y Paquier Aléandre et la princ. de Liége,
      Paris 1896, 53 not. 1. Sobre la publicación de la indulgencia en los
      reinos del norte, hecha por Arcimboldi, v. en este volumen cap. XII
      [13]-
      Regest. Leonis X, n. 17844. Paulus, Tetzel 29.
      [14]-
      Cf. J. May, Der Kurfürst, Kardinal und Erzbischof Albrecht II von Mainz
      und Magdeburg, 2 Bde, München 1865-1875; Schulte, Fugger I, 93-141. Además,
      las críticas de la obra de Schulte, hechas por Schrörs en el
      Wissenschaftl. Beil. zur Germania 1904 Nr. 14, 15, Paulus en la Theol.
      Revue 1904, n. 18 y Pfülf en los Stimmen aus Maria-Laach LXVII (1904) 323
      s., como también Halkoff, Zu den römischen Verhandlungen über die Bestätigung
      Erzbischof Albrechts von Mainz im Jahre 1514, en el Archiv. für Ref.-Gesch.
      I (1903) 375-389 (exactamente 381-395).
      [15]-
      La carta de crédito de Alberto de 29000 florines renanos, se halla en
      Schulte II, 93 s.
      [16]-
      Cf. Schulte I, 121 ss., 115 s., quien ha sido el primero que ha ilustrado
      estas cosas, aprovechándose de la correspondencia entre Alberto, elector
      de Brandenburgo, y sus embajadores en Roma, conservada en el archivo público
      de Magdeburgo.
      [17]-
      V.Kalkoff en el Archiv. für Ref.-Gesch.I,385s.
      [18]-
      Paulus y Pfülf en las críticas arriba mencionadas, han rechazado la
      inculpación de simonía que repetidas veces y con toda dureza hace
      Schulte (I, 115, 118, 121 s., 127); asimismo Kalkoff (Archiv. für Ref.-Gesch.
      I, 379 s.) W. Schnöring (Joh. Blankenfeld, Halle 1905) por el contrario,
      sostiene (26 s.) la opinión de Schulte y procura fundarla (p. 91-94)
      contra Kalkoff, Schrörs y Pfülf. La diversidad de opiniones no puede
      causar admiración. Quien tiene conocimientos algún tanto precisos sobre
      las disposiciones canónicas, sabe cuán difícil es muchas veces
      resolver, si en éste o aquel caso hay propiamente simonía. «No se han
      de considerar simoníacos» pondera Esser (Kirchenlexikon X1, 323), todos
      aquellos casos, en los que un bien temporal no se ha de dar como paga
      por el espiritual, sino que con ocasión del ejercicio de una función
      espiritual, se ofrece bajo otro título. En este respecto, exteriormente,
      depende eso mucho de la costumbre, interiormente de la intención del que
      da o recibe» Como el Papa necesita de medios materiales para el gobierno
      de la Iglesia, puede exigir derechos a los miembros de la Iglesia, para
      confirmar una elección eclesiástica, sin hacerse reo de simonía. Para
      exigir 10000 ducados por la conservación de los obispados de Magdeburgo y
      Halberstadt no había ciertamente ningún título formal; pero aun Schnöring
      (91) admite, que había por lo menos una razón justa. Porque se
      recordó también a los embajadores de Brandenburgo, «que diversas veces
      se había notificado al Papa que a su Santidad pertenecían justamente
      los derechos de la permisión y confirmación de tales obispados» (Schulte
      II, 109). En este motivo de justicia se podían apoyar en la curia, para
      decir que no había simonía. Cf. ahora también Göller en Gött. Gelehrt.-Anz.
      1905, 642 s.
      [19]-
      Kalkoff loc. cit. pondera con verdad: “La mayor parte de la culpa de los
      sucesos escandalosos enlazados con el arreglo de este negocio, que después
      se ocasionaron por el asunto de las indulgencias, y del aumento del
      descontento ya reinante con el estado de cosas de la Iglesia, para el que
      el proceder de Lutero fue de tan graves consecuencias; la tienen los
      hermanos Hohenzollern, que se presentaron a la curia con la demanda de una
      acumulación tan enorme de beneficios”.
      [20]-
      De las obras antiguas son todavía dignas de consideración: Bellarmin. De
      indulg. et iub. libri duo, Romae 1599. Lugo, Disput. de virtute et
      sacramento poenitentiae, item de suffragiis et indulgentiis, Lugd. 1638.
      E. Amort, De orig., progressu, valore ac fructu indu1g., Aug. Vind. 1735.
      Theod. a Spiritu Sancto, Tract. dogm.-mor. de indulgentiis, Romae 1743.-De
      los modernos, cf. Gröne, Der Ablasz, seine Geschiclite und Bedentung in
      der Heilsökonomie, Regensburg 1863. Schanz, Die Lehre von den heiligen
      Sakramenten der kath. Kirche, Freiburg 1893, 613 ss. Lea, Hist. of
      auricular confession and indulgences III,Philadeiphia l896;cf. Rev. d'hist.
      et de litt. religieuse III (1898) 434 ss. Beringer, Die Ablässe12,
      Paderborn 1900. A. Karz, Die kath. Lehre vom Ablass vor und nach dem
      Auftreten Luthers, Paderborn 1900; cf. Stimmen aus Maria-Laach LX, 88 s. Lépicier,
      Les indulgences, Paris, 1903, 2 tomos (aquí también hay muchas
      observaciones críticas contra Lea). Son notables por su erudición y
      solidez los estudios especiales de Paulus (v. particularmente Zeitschr. für
      Kath. Theol. XXIII, 48 ss., 423 ss., 743 ss.; XXIV, 1 ss., 182 ss., 249 ss.,
      390 s., 644 s.; XXV, 338 ss., 740 ss.; XXVII, 368 ss., 598 ss., 767 ss., y
      Tetzel 84 ss.), que ofrecen juntamente una refutación sólida de las
      ideas a veces enteramente falsas, que Harnack (Dogmengesch. III),
      Dieckhoff (Der Ablaszstreit, Gotha 1886) y Brieger (Das Wesen des Ablasses
      am Ausgang des Mittelalters, Leipzig 1897) defendieron. Para la crítica
      de Harnack y Dieckhoff, cf. también Finke Kirchenpolit. Verhältnisse 122
      ss., y Mausbach en el Katholik 1897, I, 48 ss., 97 ss.; II, 37 ss., 109 ss.
      [21]-
      Es muy probable que ya Alejandro II, en 1063 concedió una indulgencia
      plenaria a los cruzados contra los sarracenos en España; v. Herzog,
      Realenzykl. IX3, 79.
      [22]-
      Cf. sobre la misma las obras especiales que indicamos en el vol. II, p. 75
      not. 2.
      [23]-
      Cf. Paulus en la Zeitschr. für kath. Theol. XXIV, 1 ss., 249 ss.
      [24]-
      Paulus, Die deutschen Dominikaner, 294.
      [25]-
      Esto se ha de entender también de Bonifacio IX; cf. Paulus, Bonifatius
      IX, und der Ablass von Schuld und Strafe, en la Zeitschr. für kath. Theol.
      XXV, 338 ss.; v. también el mismo, Tetzel 97 s., y Jansen, Bonif atins
      IX, 170 s.
      [26]-
      Cf. Janssen-Pastor I18, 18, 56.
      [27]-
      Cf. A. Franz en el Katholik 1904, II, 113, donde hay datos sumamente
      interesantes tomados de un sermón de un cura párroco, que se halla en el
      Cod. 365 del cabildo de S. Florián, escrito por los años 1468-1477.
      [28]-
      Trae esta oportuna comparación Schrörs en su preciosa disertación sobre
      Schulte, publicada en el Wissenschaftl. Beil. zur Germania 1904, Nr. 14;
      cf. también Pfülf en las Stimmen aus Maria-Laach LXVII, 321 ss.
      [29]-
      Cf. Histor.-polit. Bl. XLIX, 394 ss.
      [30]-
      Cf. la Instrucción, en que se dan explicaciones acerca de la indulgencia
      de Constanza de 1513, en Schulte II, 40 ss. Como Paulus (Tetzel 87)
      pondera, cuatro gracias principales son las que se exponen en todas las
      instrucciones de indulgencias de aquel tiempo: 1. La indulgencia por los
      vivos. 2. La cédula de confesión o de indulgencia. 3. La participación
      en los bienes espirituales de la Iglesia, que va unida generalmente con la
      adquisición de la bula de indulgencia. 4. La indulgencia por los
      difuntos.
      [31]-
      Cf. Paulus, Tetzel 124 s.
      [32]-
      Por lo demás, ya en el siglo XIII sé quejaban algunos, como por ejemplo
      Bertoldo de Ratisbona, de los abusos de las indulgencias.
      [33]-
      Cf. nuestros datos vol. I, p. 294 s.
      [34]-
      Jansen, Bonifatius IX, 143. Göller en Gött. Gelehrt.-Anz. 1905, 649 s.
      muestra que, por lo demás, la práctica de Bonitacio IX se apoyaba en los
      usos empleados ya en la mitad primera del siglo XVI en la conmutación de
      los votos.
      [35]-
      Jansen, Bonifatius IX, 143.
      [36]-
      Cf. las cartas del embajador de Colonia del año 1394, publicadas en Höhlbaum,
      Mitteilungen aus dem Stadtarchiv zu Köln XII (1887) 67 s.
      [37]-
      Schulte I, 179.
      [38]-
      Cf. los proyectos de reforma de Eck en las Beitr. z. bayr. Kirchengesch
      II, 222.
      [39]-
      Emser,Wider das unchristliche Buch Luthers an den tewtschen Adel 1521 Bl.
      G.4
      [40]-
      V. Janssen-Pastor II18, 137.
      [41]-
      Concil. Trid. I, Friburgi 1901, 51. Sobre la conducta escandalosa de los
      quaestionarii en Alemania, cf. los ejemplos aducidos por Falk en el
      Katholik 1891, I, 574. Es muy interesante el Tractatus contra questores,
      por el cual el dominico P. Schwarz hizo advertir al obispo de Eichstätt,
      Guillermo de Reichenau (1464-1496), que el proceder de muchos cuestores
      estaba en pugna con la tradición y legislación eclesiástica. De este
      escrito que se conserva en el Cod. 688, f. 139 b-144 b
      de la Biblioteca de Eichstätt, debo noticias circunstanciadas al
      Dr. Grabmann. Schwarz somete aquí una cédula de indulgencias a una crítica
      abrumadora Y le imprime la marca infamante de falsificación de la forma
      legítima de conceder indulgencias. En la forma legítima se habla siempre
      de uno vere contritus et confessus; en el programa de indulgencías
      falta enteramente esta cláusula. Con semejantes falsificaciones, como
      dice Schwarz, el pueblo pierde la confianza en las verdaderas
      indulgencias, y no contribuye luego en nada a los fines de la Iglesia. En
      el Fol. 143 b reune Schwarz los siguientes abusos que andan
      mezclados con el proceder de los cuestores: 1. Los cuestores impiden el
      anunciar la divina palabra, porque los párrocos gastan el tiempo
      destinado a la predicación en las cédulas de indulgencias, de cuyo
      producto reciben un tercio. 2. Con la negligencia de la divina palabra, se
      perjudica gravemente al pueblo en la vida de la fe (ad incredulitatem
      disponitur). 3. Se murmura de la Cabeza de la Iglesia, sobre quien se
      hacen recaer todos estos excesos en el uso de las indulgencias. 4. Se
      cometen abusos y pecados con las reliquias. 5. Los cuestores, que se
      jactan del poder de las llaves, llevan una vida escandalosa y son
      ignorantes. 6. Se esquilma al pueblo. Un solo cuestor se ha llevado en un
      año, según dicen, más de 1.000 florines de la diócesis de Eichstätt,
      de los cuales apenas 10 han llegado a los hospitales. Al fin (f. 144 b
      el P. Schwarz: alega al obispo el ejemplo del arzobispo de Salzburgo, que
      ha echado fuera de su diócesis a los cuestores, y ha amenazado con
      censuras a los párrocos, que tengan trato con tales cuestores.
      [42]-
      Hefele, Ximenes 458 (2 edición 433). Cf. además Lea III, 386.
      [43]-
      Paulus en Histor. Jahrb. XXI, 139, ha hecho notar este escrito que ha
      quedado inadvertido aun a Fredericq (La question des indulgences dans les
      Pays-Bas au commencement du XVI, siécle, Bruxelles 1899).
      [44]-
      Cf. Hefele-Hergenröther VIII, 637-638.
      [45]-
      Memoria a Adriano VI, editada por Höfler en las Denkschr. d. Münch. Akad.
      IV, 3. Abtl. 73 s.
      [46]-
      Sanuto, XXIV, 105, 448.
      [47]-
      Además de la tercera sátira (v. 228) y del pasaje aducido por Gaspary,
      II, 422, tomado de la Scolastica, cf`. especialmente el prólogo del
      Negromante, cuya representación no permitió León X por este motivo,
      aunque el mismo era allí alabado. Una impugnación todavía más fuerte
      de las indulgencias se halla en Rinaldo ardito, IV, 38, de la cual obra
      ciertamente no consta con seguridad que la haya compuesto Ariosto.
      [48]-
      Cf. Jovius. Vita I. 4. Es muy notable que este amigo del de Médici
      procura defenderle en el asunto de las indulgencias, y hace recaer toda la
      culpa sobre los comisarios inferiores.
      [49]-
      Impresa en Körner, Tetzel, der Ablaszprediger, 142 s., y en Schulte, II,
      107 hasta 109. Cf. Schulte, I, 124.
      [50]-
      Cf. Schulte, II, 143.
      [51]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 31 s.; Schulte, I, 125 ss.
      [52]-
      La bula desconocida de los primeros investigadores acerca de Tetzel, y
      utilizada por primera vez por Paulus (Tetzel, 31), ha sido publicada desde
      entonces por Köhler, Dokumente zum Ablaszstreite, 83-93, según la edición
      original de la Biblioteca de la Universidad de Munich, y por Schulte,
      II, 135-143 según los registros. Cf. además Göller en Gött. Gelehrt. -Anz.,
      1905, 657 s.
      [53]-
      En Schulte, II, 147 s. Cf. ibid., I, 130.
      [54]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 31 s. Schulte, I, 130 ss.; II, 148 ss.
      [55]-
      En Körner, 147; Schulte, II, 152.
      [56]-
      Schulte, I, 144-150. Los documentos II, 190-192, 193 s., 197.
      [57]-
      Sobre Tetzel v. especialmente la insigne monografía de Paulus (Maguncia,
      1899) y además los suplementos del autor en el Katholik, 1899, I, 484 s.
      y 1901, I, 453 s., 554 s.; asimismo los ligeros esbozos que se hallan en
      la obra: Die deutschen Dominikaner, 1-9, del mismo autor. Los anteriores
      trabajos de Gröne (Tetzel und Luther2, Soest, 1860) y Körner
      (Tetzel, Frankenberg, 1880), han sido superados por los estudios de Paulus.
      Fuera de esos, cf. Grube, Die Tetzel-Literatur der Neuzeit, en el Literar.
      Randschau, 1889, n. 6; Falk en el Katholik, 1891, I, 496 s.; O. Michael,
      Tetzel in Annaberg en la Allg. Zeitg, 1901, Beil., núms. 87 y 88. El
      reciente trabajo de Dibelius en Beitr. zar sächs. Kirchen-gesch. XVII
      (1904), 1 ss., es insuficiente; v. Histor. Zeitschr. 93, 509. Sobre las
      disputas acerca de las indulgencias en general, cf. Janssen-Pastor, II18.
      Además: An meine Kritiker, 14. Brief, 66-81; Hefele-Hergenröther, IX, I-173;
      Riffel, Christliche Kirchengeschichte der neuesten Zeit, I2,
      Mainz, 1844. De la parte protestante: A. W. Dieckhoff, Der Ablaszstreit,
      dogmengeschichtlich dargestellt, Gotha, 1886. Las biografías de Lutero de
      Köstlin y Kolde. Publicaciones de escritos auténticos: J. E. Kapp,
      Schauplatz des Tetzelischen Ablasz-Krams und des darwider streitenden Sel.
      D. Martini Lutheri2, Leipzig, 1720, y: Saminlung einiger zum Päpstlichen
      Ablasz überhaupt, sonderlich aber zu der im Anfang der Reforination
      zwishen D. Martin Luther und Johann Tetzel hiervon geführten Streitigkeit
      gehörigen Schrifften; Leipzig, 1721. W. Köhler, Dokumente zum
      Ablaszstreit von 1517, Tübingen u. Leipzig, 1902. El mismo, Luthers 95,
      Thesen samt seinen Resolutionen sowie den Gegenschriften von Wimpina
      Tetzel, Eck und Prierias und den, Antworten Luthers darauf; Leipzig, 1903.
      [58]-
      Cf. Herrmann en la Zeitschr. f. Kirchengesch., XXIII, 263 s.
      [59]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 34 ss.; Katholik, 1901, I, 465 ss.; Die deutschen
      Dominikaner, 3.
      [60]-
      La aserción de Juan Oldecop, de Hildesheim, de que Tetzel publicó las
      indulgencias en el mismo Wittenberg, se apoya sin duda en un error de este
      cronista; cf. Paulus, Tetzel, 38 ss., y su trabajo: Tetzel y Oldecop,
      publicado en el Katholik, 1899, I, 434 ss. En el pasaje de la edición de
      Aurifaber, de la obra Luthers Tischreden (Eisleben, 1566, fol. 625b),
      donde se pone este dato en boca del mismo Lutero, ha metido este editor
      arbitrariamente el nombre Tetzel y el año 1517 en la memoria original de
      Veit Dietrich, en la que claramente se habla de la indulgencia para la
      ig1esia del castillo de Wittenberg, de Marzo de 1516. Paulus en el
      Katholik, 1901, I, 467 s.
      [61]-
      Paulus, en sus escritos alegados, da ahora una apreciación objetiva y
      justa en todos sus aspectos. 
      [62]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 56-69; Katholik, 1901, I, 556-560; Die deutschen
      Dominikaner, 5 s.
      [63]-
      Sobre la doctrina de las indulgencias sostenida por Tetzel, cf.
      especialmente Paulus. Tetzel, 84-169; Katholik, 1901, I, 561-570; Die
      deutschen Dominikaner, 6 s.; Janssen-Pastor, II18, 18, 82-85.
      Como fuentes para esta doctrina de Tetzel, merecen especial consideración
      la “Vorlegung, gemacht von Bruder Johan Tetzel, Prediger Ordens
      Ketzermeister: wyder eynem vormessen Sermon von tzwantzig irrigen Artiklen
      Bebstlichen ablas und gnade belangende allen cristglaubigen menschen
      tzuwissen von notten”, publicada por Löscher, Reformationsakta, I,
      484-503; Kapp, Sammlung, 317-356; Gröne, Tetzel2, 219-234; las
      tesis sobre las indulgencias compuestas por Wimpina, y defendidas por
      Tetzel en la universidad de Francfort, se hallan en Löscher, I, 507-516;
      Paulus, Tetzel, 171-180 (cf. también Köhler, Luthers, 95, Thesen); después
      también especialmente las instrucciones sobre las indulgencias, según
      las cuales él debía regirse; la instrucción de Maguncia (Instructio
      summaria pro subcommissariis penitentiariis et confessoribus in
      executionem gratiae plenissimarum indulgentiarum...) editada por Kapp,
      Sammlung, 117-206 (traducida en este mismo volumen, pág. 207-286).
      [64]-
      Cf. la “Vorlegung” de Tetzel, artículo 7; Paulus, Tetzel, 88 s.
      [65]-
      Para prevenir abusos, había la ordenación eclesiástica, que la cédula
      de confesión o indulgencia debía perder su valor, si el poseedor de la cédula,
      confiando en ella, cometiese pecados; v. Paulus en Histor. Jahrb., XXV,
      636.
      [66]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 130 ss.; Die deutschen Dominikaner, 6; Katholik, 1899,
      II, 456-458; Schmidlin, Sanson, 38 ss., donde en la pág. 44 ss. hay una cédula
      de indulgencia, para la ciudad de Soleure, firmada por Sanson, puesta con
      su texto y traducción y reproducida en facsímile.
      [67]-
      Cf. Paulus, Tetzel 138 ss.
      [68]-
      Ibid, 149.
      [69]-
      Paulus, Tetzel, 165. También el canónigo de Sena, Tizio, censura a los varones
      inoportunos y demagogos presuntuosos, los dispensadores de las
      indulgencias pontificias y los cuestores de las limosnas que van tras las
      indulgencias, las mismas cosas que irritaban a Lutero; v. Piccolomini,
      Tizio, 128.
      [70]-
      Kalkoft en la Histor. Zeitschr. LXXXIII, 369 cree, que había de
      acontecer, que los “Romanistas”, o sea, los cortesanos italianos
      acometidos también en esta parte por Lutero, propiamente más que el
      mismo Tetzel, acabaron por hacer rebosar el vaso de la paciencia alemana.
      [71]-
      Paulus, Tetzel, 120, 134; cf. 166.
      [72]-
      Impresas en las diversas ediciones de las obras de Lutero. Edición de
      Weimar I, 233 ss. Edición critica con los escritos adjuntos de W. Köhler:
      Luthers 95 Thesen samt seinen Resolutionen sowie den Gegenschriften von
      Wimpina-Tetzel, Eck und Prierias und den Antworten Luthers darauf, Leipzig
      1903. En Hefele-Hergeröther IX, 15-22, hay un resumen circunstanciado y
      un juicio desde el punto de vista católico. Sobre el plan de las tesis,
      cf. también Falk en el Katholik 1891, I, 481 ss. Dieckhoff 40-71, trae
      una apreciación de las tesis a la luz del protestantismo.
      [73]-
      Paulus, Tetzel 167 s. En este sentido escribía el mismo Lutero a Tetzel,
      enfermo de muerte, para consolarle, diciendo, «que ha de estar tranquilo,
      porque la cosa no principió por su causa, sino que tiene el hijo muchos
      otros padres.» (Paulus, 81, 169).
      [74]-
      Sobre el punto de partida de las nuevas doctrinas de Lutero, cf. ahora
      especialmente Denifle, Luther I, y los artículos de Grisar en la Lit.
      Beil. der Köln. Volksztg 1903, Nr 44-46; 1904 núms. 1 y 3.
      [75]-
      Además de Pallavicino I, c. 4, y Hefele-Hergenröther IX, 14-22, 24, cf.
      especialmente Riffel I, 32 ss.
      [76]-
      Impresa muchas veces así en de Wette I, 67-70; Enders I, 114 ss.; Kapp,
      Sammlung 292-296 (con la traducción, p. 297-302; ésta se halla también
      en May, Kurfürst Albrecht II. I: Beilagen und Urkunden 47-49). Una más
      exacta traducción trae Falk: en el Katholik: 1891, I, 483-485; el mismo
      advierte además, en la pág. 486: “Mientras la carta al principio toma
      un tono más que devoto, casi servil, al fin se muestra amenazadora - este
      doble caracter penetra toda la carta de Lutero. Cuando él ahora advierte
      y amenaza, que podría acaso levantarse alguno que, con sus escritos
      contra las indulgencias, llenase de afrenta al cardenal, Lutero
      evidentemente se tenía a sí mismo ante los ojos, pues él fue realmente
      el primero y más apercibido adversario que se presentó contra las
      indulgencias. Cf. también Paulus, Tetzel, 45-47, 126.
      [77]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 47.
      [78]-
      Esta carta, según el original del archivo público de Magdeburgo, se
      halla en Korner, Tetzel, 148 s., y en alemán moderno está en May I:
      Beilagen und Urkunden 50-52.
      [79]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 47, contra Brieger, Uber den Prozess des Erzbischofs
      Albrecht gegen Luther, en las Kl. Beitr. zur Gesch., Leipzig 1894, 191 ss.
      [80]-
      V. Herrmann en la Zeitschr. für Kirchengesch. XXIII, 265-268.
      [81]-
      Paulus, Tetzel 170-180, las ha editado, segun la hoja impresa de la
      biblioteca pública de Munich, comparando el texto publicado por Wimpina
      (en su Anacephalaeosis, 1528) y el texto de la edición completa de las
      Opera Lutheri I (1545), hecha en Wittenberg, sobre el que descansan todas
      las ediciones posteriores. Un resumen circunstanciado se halla en Hefele-Hergenröther
      IX, 25-32. Cf. también Gröne, Tetzel2, 81 96; Janssen -Pastor
      II18 85 s. En las obras precedentes se habla generalmente de
      106 tesis; pero éstas sólo forman la primera parte de toda la serie; cf.
      Paulus 49. Es exacto lo que se admite generalmente, que Tetzel fue
      nombrado doctor en teologia con ocasión de la defensa de estas primeras
      tesis; no recibió el grado de doctor sino hasta más tarde en el decurso
      del año 1518, ciertamente de la Universidad de Francfort y no del general
      de la orden; cf. Paulus en el Katholik, 1901, I, 555 s.; el mismo, Tetzel
      55.
      [82]-
      Cf. Paulus, Tetzel 49 ss. Si Tetzel tomó la defensa de las tesis
      compuestas por un profesor de la Universidad, y las dio después a la luz
      pública en su propio nombre; no hizo en esto sino seguir una costumbre,
      que entonces y más tarde reinaba en todas las universidades de Alemania;
      es por tanto un error, el que los modernos autores protestantes quieran
      sacar de ahí, que Tetzel, por su ignorancia, no estaba en disposición de
      presentar tesis propias.
      [83]-
      Cf. Paulus, Tetzel, 52; el mismo, Die deutschen Dominikaner 4.
      [84]-
      En la edición de Weímar I, 243 ss. Este escrito salió a luz por los años
      1518-1520 en 22 ediciones; Falk en el Katholik 1891, I, 486.
      [85]-
      Cf. Kolde, Martin Luther I, 150.
      [86]-
      Ver nota 53.
      [87]-
      Cf. Paulus, Tetzel 53 s, Janssen-Pastor II18, 87. Un resúmen
      circunstanciado se halla en Hefele-Hergenröther IX, 33-41.
      [88]-
      Vorlegung, Art. 19. Kapp, Sammlung 353. Gröne 233. Paulus, Tetzel 53.
      [89]-
      Vorlegung, Art. 20. Kapp, 355. Gröne 233.
      [90]-
      Impresas por primera vez en la edición de las Opera Lutheri I (1545)
      96‑98 de Wittenberg; también están en Löscher, Ref-Acta I,
      517-522. Con traducción alemana se hallan en Gröne 111-115; después en
      Hefele-Hergenröther IX, 47-51.
      [91]-
      Paulus, Tetzel, 55.
      [92]-
      En la edición de Weimar I,383ss.También en Kapp, Sammlung 364-385. Cf.
      Gröne 116-122; Hefele-Hergenröther IX, 56 s.
      [93]-
      Las disputas de Lutero sobre las indulgencias hallaron una resonancia
      menos importante en Suiza, donde Bernardino Sansón de Brescia, guardián
      de los franciscanos observantes de Mitán, publicó la indulgencia para la
      iglesia de S. Pedro, desde el verano de 1518, como subcomisario del
      cardenal y del general de la orden Cristoforo Numai, delegado por un breve
      del Papa de 15 de Noviembre de 1517 para los trece cantones de Suiza. Cf.
      L. R. Schmidlin, Bernhardin Sanson, der Ablaszprediger in der Schweiz
      1518/19, Solothurn 1898; N. Paulus, Der Ablassprediger Bernhardin Sanson,
      en el Katholik 1899, II, 434-458. Aunque hay muchas anécdotas exageradas
      o fingidas sobre la publicación de las indulgencias, hecha por Sansón,
      las cuales refieren V. Anshelm y H. Bullinger, con todo está justificada
      la opinión admitida de que también Sansón tuvo la culpa de las
      exageraciones que se cometieron, señaladamente por lo que toca a las
      indulgencias por los muertos. En vista de las quejas de la dieta helvética,
      León X hizo llamar a Sansón, en 30 de Abril de 1519, y prometió
      castigarle, si realmente hubiese permitido excesos (la carta se halla en
      Schmidlin 30 s., cf. Paulus, 453). Por encargo del papa, el franciscano
      Juan Bautista de Puppio, uno de los comisarios de la indulgencia para la
      iglesia de S. Pedro (no general de la orden, como le llama Schmidlin),
      escribió a los suizos en 10 de Mayo de 1519 (cf. Schmidlin, 32 s., aquí
      mismo, 33, se halla el texto original; Paulus 454), para dejarles en su
      mano el enviar a Sansón a Italia, o soportarle por más tiempo hasta el término
      de su comisión. Si él ha caído en errores, añade la carta, de cuya
      noticia se ha maravillado mucho el papa, estará dispuesto a dar cuenta de
      sí ante el papa y sufrir el castigo por sus culpas. También escribió
      Puppio al mismo Sansón en 1 de Mayo, pidiéndole cuenta de los cargos de
      los suizos, y mandándole por orden del papa, acomodarse a su voluntad de
      ellos. Con esto se puso fin a la actividad de Sansón en Suiza, éste
      volvió a Italia, cediendo a los deseos de los helvecios, y desde entonces
      desaparece enteramente de la historia. No se sabe si en Roma, se entabló
      una información oficial contra él, y si se le halló culpado y fue
      castigado. “León X conservó su supremo poder en este asunto de las
      indulgencias, pero sacrificó al predicador de ellas, por consideración y
      benevolencia hacia los suizos, quizá para impedir que estallara el ya
      incoado Incendio” (Schmidlin). “De esta manera, quitada toda ocasión
      de daño, el asunto de las Indulgencias en Suiza no tuvo ulteriores
      consecuencias.” Fue éste, un incidente secundario, que en modo alguno
      puede ser designado como el origen del movimiento de los protestantes en
      Suiza (Paulus 455).
      [94]-
      Hefele-Hergenröther IX, 23 s.
      [95]-
      Schulte I, 187.
      
      
      http://apologetica.org/leonx/pastor-leonx-capituloviib.htm