¿ De dónde nos vino la Biblia?

 

¿Cómo llegó a existir la Biblia que descansa en su librero?

La Iglesia Católica sostiene que ella nos dio la Biblia, que determinó el número de libros que habían de componer el canon de las Escrituras, en particular, las Escrituras del Nuevo Testamento. El argumento es el siguiente: la iglesia [Católica] existía antes de que se escribiese la primera palabra de las Escrituras del Nuevo Testamento; después que se escribieron, la iglesia determinó el canon; por lo tanto, la iglesia [Católica] es una voz autorizada que debe ser obedecida, ya que sin la iglesia, no tendríamos la Biblia.

 

La Afirmación Católica

¿Quién puede decidir cuáles libros forman la Biblia?

"De la misma forma en que la iglesia infalible de Cristo puede por sí sola asegurarnos que la Biblia está divinamente inspirada, así, sólo la iglesia posee la autoridad para señalar cuáles libros se han de incluir en él." (John Walsh, S. J., This Is Catholicism (Garden City, NY. Image Books, 1959), p. 177.)

"La iglesia se formó antes de que se formase el Nuevo Testamento, y es como resultado de ello que afirma ser el árbitro final en asuntos de interpretación. Fue la iglesia la que reunió los libros y las cartas de que se compone el Nuevo Testamento. Ella decidió qué había de incluirse y qué había de eliminarse. Por tanto, como autora de esta colección, la iglesia está en una posición más ventajosa que el lector para decir qué significa un pasaje en particular." (We Live: An Introduction to the Belief of Catholics Today (Londres.- The Catholic Enquiry Centre, 1980), p. 10.)

 

Este argumento suena bien y razonable, pero, ¿es correcto? ¿Es la Biblia un producto de la Iglesia Católica? ¿O acaso se formó de alguna otra manera? Uno podría excusarse descartando el asunto como algo improcedente, y afirmando que lo importante es que tenemos la Biblia. Pero no es tan sencillo como parece. La Iglesia Católica afirma que es debido a su autoridad que tenemos la Biblia, y por lo tanto, ella sola es la intérprete oficial de las Escrituras; si queremos saber el verdadero significado de las Escrituras, debemos escuchar a la iglesia que nos dio la Biblia. 

¿Apoya la evidencia la afirmación católica, o nos lleva en cambio en otra dirección? Daremos el primer paso para contestar esta pregunta examinando cómo llegó a existir el Antiguo Testamento así como los criterios que determinaron su canon.

 

El Canon del Antiguo Testamento

Jesús "sancionó" [implícitamente] los treinta y nueve libros que componen el Antiguo Testamento como auténtica Palabra de Dios. Estas eran las Escrituras que Él había venido a cumplir. Sobre ellas se había colocado el imprimátur del Señor. Después de su resurrección, Jesús se reunió con sus discípulos para informarles de todo lo que se había escrito de Él en las Escrituras: «Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (Lucas 24:27).

¿Qué conclusiones podemos sacar de las palabras de Jesús? Puesto que el Señor había venido a cumplir todo lo que de Él se había escrito en las Escrituras, tiene que haber existido un canon autorizado de dichas Escrituras. ¿Cómo llegaron a existir estos treinta y nueve libros que componen el Antiguo Testamento?

El Antiguo Testamento se formó de una forma muy sencilla. El criterio principal que determinaba si un libro debía o no incluirse en el canon concernía a su autor: era esencial que el autor fuese profeta. Si el autor era considerado un profeta de Dios, se preservaban sus obras. Esto, evidentemente, se hacía bajo la dirección de Dios.

Moisés fue un profeta de Dios usado por Él poderosamente. Para cerciorarse de conservar para nosotros un registro permanente de la revelación de Dios, Moisés escribió todo lo que el Señor le dijo. Además, él colocaba sus escritos en un sitio de honor: al lado del arca del pacto, donde Dios estaba presente de manera especial entre su pueblo. «Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse, dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo: Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios ... » (Deuteronomio 31:24-26).

Josué reemplazó a Moisés como líder de Israel y fue un hombre «lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él» (Deuteronomio 34:9). En el ocaso de su vida, Josué añadió otro eslabón a la cadena con sus escritos, por cuanto «escribió Josué estas palabras en el libro de la ley de Dios» (Josué 24:26). El Antiguo Testamento comenzaba a tomar forma.

Samuel es uno de los profetas sobresalientes de la historia de Israel, y también él tornó una pluma para escribir: «Samuel recitó luego al pueblo las leyes del reino, y las escribió en un libro, el cual guardó delante de Jehová» (1 Samuel 10:25). Nótese el lugar especial de honor que se concede a las Escrituras: « delante de Jehová». Más aún, «los hechos del rey David, primeros y postreros, están escritos en el libro de las crónicas de Samuel vidente ... » (1 Crónicas 29:29). El profeta Natán también contribuyó con la formación del Antiguo Testamento: «Los demás hechos de Salomón, primeros y postreros, ¿no están todos escritos en los libros del profeta Natán ... » (2 Crónicas 9:29).

Cuando Israel tuvo que enfrentar setenta años de cautividad en Babilonia, Daniel pudo recurrir a los escritos del profeta Jeremías y ver que Dios había profetizado esta época. «... yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años» (Daniel 9:2; jeremías 29:10).

Los profetas escribieron acerca de una gran variedad de acontecimientos en la historia del pueblo escogido de Dios, pero siempre había un tema central en sus escritos: la venida al mundo de Jesucristo el Salvador. Jesús también sostuvo que Él era la figura central de la que hablaban las Escrituras. Por lo tanto, «comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (Lucas 24.27).

Pedro, en su epístola, dice que las profecías del Antiguo Testamento cumplidas por Jesús suministran amplias pruebas de que Él es el Hijo de Dios y de que las Escrituras nos dan toda la guía y la seguridad que necesitamos (2 Pedro 1.12-21). Pedro dice que no tenemos que irnos fuera de lo que dicen las Escrituras.

¿Qué hemos dicho hasta ahora? El Antiguo Testamento fue aceptado por el pueblo de Dios porque fue escrito por los profetas de Dios. Los escritos de los profetas fueron preservados debido a su origen divino. Aunque el pueblo de Dios participó en la colección de estos escritos sagrados, eso nunca les dio una posición de autoridad sobre (ni siquiera al mismo nivel de) las Escrituras. Para el tiempo en que Jesús vino a la tierra, ya se había establecido el canon (la colección de libros reconocidos) del Antiguo Testamento, el cual recibió la aprobación de Cristo mismo. Estas fueron las Escrituras a las que Cristo apeló durante su ministerio, afirmando que el mensaje central del Antiguo Testamento hablaba de su venida para salvarnos de nuestros pecados y reconciliarnos con el Padre. En contraste con este mensaje, el Nuevo Testamento registra el cumplimiento de todo lo que Jesús realizó. El Antiguo Testamento se escribió durante un período de 1.500 años, y el Nuevo Testamento en un período de 60 años.

 

El Canon del Nuevo Testamento

La Iglesia Católica afirma que en el Concilio de Cartago, celebrado en el año 397 d.C., fue donde se decidió cuáles libros debían componer el canon del Nuevo Testamento. Esto es incorrecto. El propósito de este Concilio no fue seleccionar viejos rollos polvorientos que habían sido almacenados en un ático de algún monasterio y luego anunciar al mundo cristiano cuáles eran canónicos y cuáles no. El Concilio sencillamente ratificó los que la iglesia neotestamentaria había adoptado como lectura sagrada.

No podemos cometer el error de pensar que las Escrituras recibieron su autoridad debido a que un Concilio hizo una declaración pública de su aceptación. La verdad del asunto es que la iglesia primitiva aceptó las Escrituras porque creyó que estas procedían de Dios y se vio sujeta a su autoridad, y no al revés. Aunque la Iglesia [o sea, el conjunto de creyentes en Cristo] existía antes que se escribiese el Nuevo Testamento, este no le da autoridad sobre las Escrituras, ni siquiera una autoridad equivalente a la de las Escrituras. La Iglesia debe estar siempre sujeta a la autoridad de la Palabra escrita de Dios.

Lo que permitió a la Iglesia aceptar el canon del Nuevo Testamento tan fácilmente fue la posición singular de los apóstoles. Ellos fueron los compañeros del Señor durante la mayor parte de su ministerio, y Él los entrenó para una misión especial: la evangelización del mundo. No sólo fueron ellos testigos oculares de la resurrección de Jesús, sino que también fueron investidos con las credenciales necesarias para autoproclamarse como portavoces de Dios. Los milagros que hicieron son testimonio de este papel. Leemos que «por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo» (Hechos 5:12), como resucitar muertos y restaurar completamente la salud a los enfermos. El ministerio apostólico recibió una posterior reconfirmación, puesto que «hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo» (Hechos 19:11). Pablo no vacilaba en señalar que los milagros realizados por los apóstoles eran una prueba de su llamamiento divino (2 Corintios 12:12).

Durante muchos años, los apóstoles enseñaron a la Iglesia todo lo que Dios les estaba revelando, y la Iglesia aceptó su enseñanza. La Iglesia tenía la plena confianza de que lo que los apóstoles le enseñaba era en realidad la voluntad de Dios. Los milagros apostólicos aportaban una mayor evidencia a su misión. Al igual que los profetas que los precedieron, ellos también morirían, pero Dios había dado los pasos necesarios para asegurarse de que su mensaje estuviese siempre disponible. El Espíritu Santo inspiró a los apóstoles para que registrasen la voluntad de Dios en las Escrituras, y la Iglesia no tuvo dificultad alguna en aceptar los escritos de Pedro, Pablo o Juan. Después de todo, estos hombres simplemente habían puesto por escrito las grandes doctrinas y enseñanzas morales que habían estado enseñando a la Iglesia desde el principio.

Hemos de recordar que Jesús habló a los apóstoles las mismas palabras que el Padre le había hablado a Él (Juan 17:8), y les prometió enviarles al Espíritu Santo para que les enseñase, les guiase y les recordase todo lo que Él les dijo durante su ministerio terrenal (Juan 14-26; 16:13). Parte de la guía del Espíritu concernía a la redacción del Nuevo Testamento. Esto no debería sorprender a nadie, puesto que la iglesia primitiva creció a partir de una herencia judía, la cual había acumulado los escritos de los antiguos portavoces de Dios. Bajo la guía del Espíritu, la iglesia primitiva continuó la misma práctica.

 

Los Escritos fueron preservados

Era ineludible que se preservasen los escritos de los apóstoles, puesto que éstos contenían el cumplimiento de todo lo que los profetas habían profetizado sobre Jesús. El mismo apóstol Pedro proporcionó en su epístola una muy buena pista de que este proceso estaba teniendo lugar incluso mientras él vivía; Pedro se ocupó de que sus escritos se conservasen permanentemente: «También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas» (2 Pedro 1:15). La lectura pública de los escritos de los apóstoles, junto con los del Antiguo Testamento, también indica que Dios estaba reuniendo (y que la Iglesia estaba aceptando) las Escrituras del Nuevo Testamento como la Palabra de Dios. Hacia el final del primer siglo, ya se había revelado la voluntad de Dios en su totalidad y se había registrado en las Escrituras.

Por lo tanto, podemos descartar la idea de que la iglesia primitiva no conoció el canon completo del Nuevo Testamento hasta finales del siglo IV, época durante la cual la Iglesia Católica fue la voz autorizada del pueblo de Dios. Este razonamiento otorga a la Iglesia Católica una autoridad que está reservada exclusivamente para las Escrituras.

 

Las Escrituras son suficientes

Para justificar su posición, la Iglesia Católica a menudo presenta el argumento de que las Escrituras nunca afirmaron ser adecuadas para satisfacer todas nuestras necesidades, tomando como base las palabras del apóstol Juan cuando dijo: «Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.» (Juan 21:25).

Lea esas palabras otra vez y fíjese si usted cree que la intención de Juan fue afirmar que la Palabra escrita de Dios, las Escrituras inspiradas, nunca fueron escritas para que fuesen la única fuente de autoridad para nuestras creencias y prácticas. ¿Realmente dijo eso Juan? Juan ni siquiera insinuó eso. En realidad, dijo exactamente lo contrario.

En el capítulo anterior, Juan afirma que lo que él nos cuenta acerca de Jesús es suficiente para que obtengamos la vida eterna. Cuando uno tiene vida eterna, no le hace falta nada mas. Es en las Escrituras donde encontramos cómo se obtiene la vida eterna. Esto fue lo que dijo Juan: «Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Juan 20:30, 31). Por lo que a Juan respecta, la Palabra escrita de Dios es adecuada para satisfacer nuestras necesidades. Todo lo que hemos de saber acerca de cómo vivir, y cómo morir en el Señor, está contenido en las Escrituras.

Hay que recordar que todas las Escrituras del Antiguo Testamento, las cuales Jesús vino a cumplir, fueron canonizadas siglos antes de que Jesús viniese al mundo y de que la Iglesia Católica existiese. El procedimiento que Dios utilizó para reunir esos libros no le concedió a la agencia recolectora una autoridad pareja a la de las Escrituras. Cuando Dios usó a la iglesia primitiva como su agencia recolectora para reunir los libros que conocemos como el Nuevo Testamento, no le estaba confiriendo [a la Iglesia] una autoridad igual a la de las Escrituras. Dios nos legó las Escrituras para que fuesen nuestra máxima autoridad en todos los asuntos de fe y moralidad.


Extracto del libro "Una vez fui Católico" de Tony Coffey - Editorial Portavoz - Título original "Once a Catholic - 1993 Harvest House Publishers
 

A modo de conclusión

La misma Iglesia Católica Romana reconoce que la autoridad de los libros sagrados canónicos no radica en que así fuera decretado por ella, sino porque "escritos por el Espíritu Santo, lo tienen a Dios por autor..."

«...Ahora bien, la Iglesia los tiene por sagrados y canónicos, no porque compuestos por sola industria humana, hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la revelación sin error; sino porque escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han. sido transmitidos a la misma Iglesia [Can. 4].»

Concilio Vaticano I, Sesión III (24/08/1870), Capítulo II "De la Revelación", Canon 4.

http://www.conoze.com/doc.php?doc=993

 

"A confesión de partes, relevo de pruebas"

 

Bendiciones en Cristo

Daniel Sapia

INDICE

Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"

Apologética Cristiana - ® desde Junio 2000

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