Introducción

       -  Evangelio según  San Mateo
       -  Evangelio según  San Marcos
       -  Evangelio según  San Lucas
       -  Evangelio según  San Juan

    

   Resumiendo
 

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  INTRODUCCION  

La palabra "Evangelio" viene de la voz griega "Evangelion", que significa buenas noticias.

Tomaremos como norma que, en este texto, cada vez que mencionemos la palabra Evangelio, nos estaremos refiriendo al "Evangelio del Reino de Dios", o sea, la Buena Noticia de Dios Padre para la humanidad.

Si bien históricamente se conoce que su significado es el mencionado, es apropiado hacer la aclaración, ya que en Grecia, un joven podría decirle a su padre: -"...Papá, tengo un evangelio que contarte... he aprobado el exámen de ciencias...!!", y estaría expresándose en forma correcta...

Ya en el Antiguo Testamento encontramos la expresión "dar buenas noticias", que en la versión griega (LXX) se traduce con un verbo emparentado con evangelio. Precisamente uno de estos textos se cita en el Evangelio según San Lucas. En Lc 4.18–19 se dice que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de su actividad pública, lee este texto del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor" (cf. Is 61.1–2a). Y luego Jesús dice a sus oyentes: "Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oir." (La misma expresión se usa en la forma griega de Is 40.9; 52.7; 60.6.) Probablemente, Jesús mismo usó la palabra aramea correspondiente para referirse al mensaje de salvación que él predicó. Ese mensaje iba especialmente dirigido, como afirma el texto de Isaías, a los pobres, los enfermos, los oprimidos, los necesitados del perdón de Dios (cf., por ejemplo, Mc 1.15).

Cuando, después de la muerte y resurrección de Jesús, los apóstoles y sus discípulos empezaron a anunciar, en primer lugar a los judíos y luego a los no judíos, la buena noticia de la salvación que Dios les ofrecía por medio de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, fácilmente encontraron que el término "evangelio" era el más adecuado para designar ese mensaje: era la buena noticia por excelencia. Pablo usa con frecuencia este término para referirse al mensaje que él predicaba a los no judíos (cf., por ejemplo, Ro 1.1,9,16; 1 Co 15.1). Marcos también usa esta palabra al comienzo de su libro (Mc 1.1).

Poco a poco la palabra "evangelio" fue convirtiéndose en la designación técnica de los cuatro relatos de la iglesia apostólica que nos hablan de Jesús, de sus hechos, de sus palabras y de su pasión, muerte y resurrección.

De esta manera se habla del Evangelio según San Mateo, San Marcos, San Lucas o San Juan, y también se habla de "los cuatro evangelios". Son cuatro libros, aunque el mensaje de salvación es uno solo. Encontramos estos cuatro libros al comienzo del Nuevo Testamento.

En las Escrituras de Israel (lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento) ya habían quedado consignados muchos de los acontecimientos de la historia de este pueblo. También los griegos tenían diferentes libros que narraban la historia de diversos pueblos.

Nuestros evangelistas conocían las Escrituras del pueblo de Israel, y algunos (como Lucas) quizá conocían también diversos libros de historia escritos por los griegos. Sin embargo, al escribir sus evangelios, no tomaron ellos como modelo ninguno de los libros históricos anteriores. Comprendieron que estaban narrando una historia diferente y se vieron en la necesidad de crear una forma literaria propia.

Comparados con los relatos del Antiguo Testamento, los evangelios se distinguen sobre todo por estar centrados en una sola persona: Jesús de Nazaret. Varios libros del Antiguo Testamento presentan relatos sobre diversos personajes de la historia de Israel, como Abraham, José, Moisés, David, Elías, etc. Y aun hay libros dedicados a una sola persona, como los de Rut, Job o Ester. Sin embargo, en ninguno de esos relatos, el personaje tiene la importancia que Jesús tiene en los evangelios.

Cuando los griegos exponían en sus libros sus ideas religiosas, lo hacían sobre todo en forma de mitos y leyendas. Los evangelios nos hablan de una persona real, histórica; nos hablan de Jesús, quien vivió en un tiempo y en un país reales. Pero nos dicen que en esa persona y en su historia ha sucedido algo nuevo y definitivo para la salvación del ser humano. El mismo Dios de Israel, el Dios de los patriarcas y de los profetas, se ha revelado ahora de una manera completamente distinta en su Hijo, Jesús.

Los judíos del tiempo de Jesús, basándose en diversos textos de las Escrituras y en tradiciones que se habían desarrollado con el correr del tiempo, esperaban un personaje que Dios iba a enviar para llevar a cabo su obra de salvación, en especial en favor del mismo pueblo de Israel. Estas expectativas variaban según los diversos grupos que había entonces en el judaísmo. Asimismo se atribuían a este personaje diferentes nombres y funciones. El nombre que llegó a hacerse más común fue el de Mesías (Cristo, Ungido); otros, más o menos equivalentes, fueron Hijo de David, Hijo del hombre, Hijo de Dios.

El mensaje de los evangelios está centrado en este tema, como lo expresa un pasaje del cuarto evangelio: "(Estas señales milagrosas) se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él" (Jn 20.31).

Al leer los evangelios nos damos cuenta de la importancia tan especial que tiene el periodo final de la historia de Jesús, desde su entrada mesiánica en Jerusalén hasta su muerte y resurrección, periodo que comprende aproximadamente una semana. Por la comparación con otros textos del Nuevo Testamento, como los discursos de Pedro y de Pablo en los Hechos de los Apóstoles (véase Hch 2.14–42 n.) y las cartas de Pablo (cf., por ejemplo, 1 Co 15.1–7), podemos decir que la referencia a la muerte y resurrección de Jesús era el centro del mensaje de salvación desde los primeros tiempos. Así, no es de extrañar que ocupe tanto espacio en los evangelios.

Pero los evangelios nos presentan además muchos aspectos de la actividad anterior de Jesús, desde que fue bautizado por Juan. Nos narran muchos hechos y palabras de Jesús en diversas circunstancias y ante diversos oyentes. En cambio, solamente dos evangelios, los de Mateo y Lucas, nos hablan de la infancia de Jesús. Ninguno nos habla del largo periodo de su adolescencia y juventud.

Los evangelistas no pretendieron escribir obras literarias refinadas, como las de muchos poetas o literatos de su época. Escribieron, más bien, en un lenguaje sencillo y popular; su interés no estaba en la forma artística sino en el contenido de su mensaje. Sin embargo, esa misma sencillez y sobriedad da un valor más duradero y universal a su obra.

No podemos leer los evangelios como si fueran biografías de Jesús, escritas al estilo moderno, y según nuestra mentalidad occidental. Estos libros quieren sobre todo comunicar al lector el sentido salvífico de la historia de Jesús. Los evangelios nacieron de la fe de la iglesia apostólica en Jesús, el Hijo de Dios, muerto y resucitado, y quieren dar testimonio de esa fe (cf. Jn 20.30–31).

Al leer cuidadosamente estos cuatro libros, nos damos cuenta de que los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas presentan una semejanza muy grande entre sí, mientras que el cuarto, el de Juan, se diferencia bastante de los otros. Por su semejanza, a los tres primeros se les ha dado el nombre de "evangelios sinópticos" (de sinopsis=vista de conjunto). 

Sin embargo, cada evangelio tiene su perspectiva propia y su manera peculiar de narrar la historia de Jesús. Estos diversos enfoques se explican por las diversas tradiciones que utilizan, por los diversos grupos de lectores a que se dirigen, y por el carácter propio de cada evangelista.

Ninguno de los evangelios menciona el nombre del autor. Solamente en Lc 1.1–4 hace el autor referencia a su propia actividad literaria, escribiendo en primera persona. Fue probablemente en el siglo II cuando en las copias de los evangelios se hizo común ponerles los siguientes títulos: "Según Mateo", "Según Marcos", "Según Lucas" y "Según Juan" (sin incluir la palabra "Evangelio"). Los autores cristianos de esa época muestran que fue entonces cuando se difundió la tradición acerca de los nombres de los autores. No tenemos suficiente información para decir cómo se llegó a esta identificación.

Los evangelios, como toda obra literaria, tuvieron indudablemente sus autores. Sin embargo, pertenecen a un tipo de literatura en la que, más que la actividad creadora y original del autor, cuenta la utilización de tradiciones conservadas en una o varias comunidades. Este tipo de literatura tradicional se encuentra en la mayor parte del Antiguo Testamento y en los escritos, especialmente los religiosos, de muchos otros pueblos, sobre todo en el Oriente. Estas tradiciones se transmitían de viva voz en las comunidades. En 1 Co 11.23–25 y 15.1–7 Pablo recuerda a los cristianos de Corinto algunas de esas tradiciones que él les enseñó y que tienen sus paralelos en los evangelios.

Pero el mundo helenístico del siglo I ya no era una cultura puramente oral. La literatura escrita estaba ya muy difundida. Los cristianos vieron la necesidad de tener su propia literatura escrita, en donde se preservaran de manera más fiel y permanente las tradiciones recibidas en forma oral. En el prólogo de su evangelio, Lucas hace referencia a esta actividad (Lc 1.1–4).

"Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, 
tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido."
 
(Lucas 1:1-4)

La mayoría de los estudiosos actuales de la Biblia se inclinan a pensar que el primero de los evangelios que se redactó fue el de Marcos. También piensan que los de Mateo y Lucas, redactados posteriormente, utilizaron en gran parte a Marcos, además de otras tradiciones diferentes. En último lugar debió de escribirse el Evangelio de Juan, que sigue caminos muy propios. Todo este proceso literario se desarrolló en la segunda mitad del siglo I. Pero el año exacto en que se redactó cada uno de estos libros es difícil de precisar.

 


  EVANGELIO SEGUN SAN MATEO  

El primer libro de los que componen el Nuevo Testamento es el Evangelio según San Mateo (=Mt). Como se indicó, el orden de los libros del Nuevo Testamento no corresponde necesariamente al orden en que fueron escritos.

El evangelista Mateo comienza su historia presentando una lista de los antepasados de Jesús y relatando algunos acontecimientos de la infancia de este. Pasa luego a narrarnos, en cuadros que se van alternando, los hechos y las enseñanzas de Jesús, para concluir con los relatos de la pasión y las apariciones del Señor resucitado, y del envío de los discípulos a todas las naciones.

Este evangelio se distingue de los otros, ante todo, por la manera sistemática como organiza las palabras de Jesús. En efecto, las reúne, en su mayor parte, en cinco grandes sermones o discursos. El uso de ciertas fórmulas introductorias (véase 5.1–2; 10.1; 13.1–3; 18.1 y 24.1) y sobre todo de fórmulas constantes para concluir estos sermones y pasar a la sección siguiente (véase 7.28–29; 11.1; 13.53; 19.1 y 26.1) indica el interés del evangelista por resaltarlos. La fórmula con que concluye el último sermón es especialmente significativa: "Cuando Jesús terminó toda su enseñanza..." (26.1). Debe tomarse en cuenta, sin embargo, que en el propio evangelio hay otras palabras o enseñanzas de Jesús además de las reunidas en esos cinco sermones (véase, por ej., el cap. 23).

Estos cinco discursos o sermones están intercalados alternadamente entre secciones narrativas. Los relatos de la infancia de Jesús (caps. 1–2) sirven de introducción; y los que tienen que ver con su pasión, muerte y resurrección constituyen la conclusión de toda la obra.

A la luz de lo dicho podemos destacar las siguientes grandes secciones de este evangelio:

I.       Infancia de Jesús (1.1–2.23)
II.     Comienzo de la actividad de Jesús (3.1–4.25)
III.    Sermón del monte (5.1–7.29)
IV.    Diversos hechos de Jesús (8.1–9.38)
V.     Sermón de instrucción a los apóstoles (10.1–11.1)
VI.    Diversos hechos de Jesús (11.2–12.50)
VII.   Un sermón en siete parábolas (13.1–52)
VIII.  Diversos hechos de Jesús (13.53–17.27)
IX.     Sermón sobre la vida de la comunidad (18.1–35)
X.      Diversos hechos de Jesús (19.1–23.39)
XI.     Sermón sobre el fin de los tiempos (24.1–25.46)
XII.    Pasión, muerte y resurrección (26.1–28.20)

Otros autores, tomando en cuenta sobre todo el aspecto geográfico, dividen el evangelio de la siguiente manera:

I.      Parte preparatoria (1.1–4.11)
II.    Actividad de Jesús en Galilea (4.12–13.58)
III.   Viajes por diversas regiones (14.1–20.34)
IV.  Actividad en Jerusalén, pasión, muerte y resurrección (21.1–28.20)
             1. Última actividad de Jesús (21.1-25.46)
             2. Pasión, muerte y resurrección (26.1-28.20)

En la sección dedicada a la infancia de Jesús (caps. 1–2) el evangelista presenta con claridad un aspecto preponderante en todo el evangelio: Jesús viene a cumplir las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Esto lo insinúa ya en la lista de los antepasados de Jesús (1.1–17), y lo recalca después, mostrando en cada uno de los episodios de la infancia cómo se cumplen en ellos las Escrituras. Este tema se repetirá con frecuencia. Diez veces anota el autor, a lo largo del evangelio, el cumplimiento de las Escrituras (1.22–23; 2.15; 2.17–18; 2.23; 4.14–16; 8.17; 12.17–21; 13.35; 21.4–5; 27.9–10).

Todo esto sirve para mostrar que Jesús es el Mesías esperado por el pueblo de Israel. Este título (o Cristo, que significa lo mismo) se lo da el evangelista a Jesús desde la primera frase del evangelio (1.1). La misma idea o una idea semejante se expresa también con otros títulos, como Hijo del hombre (véase 8.20 nota n), Hijo de Dios (3.17 n.), Hijo de David (1.1 n.), Rey de los judíos (2.2) o simplemente Rey (25.34).

Este evangelio destaca mucho la labor docente de Jesús. Él es el único Maestro (véase 23.8). De ahí la importancia que se da a sus discursos. Su enseñanza no es como la de los otros maestros de la ley, que se dedican sólo a interpretarla; Jesús enseña con una autoridad superior aun a la de Moisés (véase 5.20–48).

La enseñanza de Jesús en el Evangelio según San Mateo está centrada en el tema del reino de Dios, o, como prefiere llamarlo este evangelio, reino de los cielos. Unas cincuenta veces se encuentra una u otra expresión en este libro. Jesús proclama el reino de Dios con su palabra (véanse sobre todo los cinco grandes sermones); y con sus hechos muestra que ese reino empieza a ser realidad desde el presente (véase en especial 12.28)

El Evangelio según San Mateo da particular relieve a la misión que Jesús confía a los apóstoles (véase principalmente el cap. 10). A ellos les encarga anunciar la cercanía del reino de los cielos (10.7). También se preocupa este evangelio por recoger las enseñanzas de Jesús sobre la vida de la comunidad (de manera particular en el cap. 18).

Una buena parte del contenido del libro (cerca de la mitad) es común con el Evangelio según San Marcos. En general, se observa que Mt presenta una forma más breve y estilísticamente más cuidada que la de Mc, ya que Mt se caracteriza por la concisión y sobriedad de su estilo. Otras secciones de Mt (menos de una cuarta parte) tienen paralelos en Lc pero no en Mc, y contienen, sobre todo, palabras de Jesús. Finalmente, hay una buena cantidad de materia (más de una cuarta parte) que es propia de este evangelio, sin paralelo exacto en Mc o Lc. A este último grupo pertenecen principalmente los capítulos de la infancia (Mt 1–2), las apariciones de Jesús resucitado (Mt 28.9–20) y también algunos dichos de Jesús, entre los que puede mencionarse, por ej., el relato del juicio de las naciones (Mt 25.31–46).

Una antigua tradición sostiene que este evangelio fue escrito originalmente en hebreo (lo que puede referirse también al arameo). Pero el único texto primitivo que se ha conocido siempre es el texto griego. Lo que sí aparece claro es que este evangelio, en muchas de sus expresiones y temas preferidos, muestra una especial cercanía al pensamiento hebreo. Tanto el autor como sus primeros lectores fueron, sin duda, personas familiarizadas con el Antiguo Testamento y con muchas de las tradiciones judías. El evangelio muestra, sin embargo, con toda claridad, que el mensaje de salvación iba dirigido a todos los pueblos (véase 28.19).

 


  EVANGELIO SEGUN SAN MARCOS  

El Evangelio según San Marcos (=Mc), como parece lo más probable, fue el primero que se escribió. Mucho de lo que antes se había transmitido de viva voz o en escritos parciales quedó recogido y organizado en este libro. La primera frase del evangelio nos indica su contenido: "Principio de la buena noticia de Jesús el Mesías, el Hijo de Dios" (1.1).

El evangelista quiere presentar esa buena noticia para todos. Es "buena noticia de Jesús" en un doble sentido: porque él mismo empezó a proclamarla, y porque cuando los enviados por Jesús la anunciaban, hablaban sobre todo de él.

Este evangelio relaciona el comienzo de la actividad de Jesús con la actividad de Juan el Bautista, y a Juan lo relaciona con un texto del profeta Isaías, complementado con una frase de Malaquías (Mal 3.1; Is 40.3). Sin embargo, no menciona ninguno de los puntos de referencia que eran comunes en los libros de historia de la época: los gobernantes y los años de gobierno. De esa manera insinúa Marcos que la historia que él escribe no es una historia profana, sino la culminación de la historia del pueblo de Dios, comenzada mucho antes.

El evangelio muestra al lector claramente quién es Jesús, y así lo destaca en los momentos más cruciales del libro. Ya en la frase inicial de Mc se afirma que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Una de las primeras escenas del evangelio es la del bautismo de Jesús, en el que se escucha esta voz del cielo: "Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido" (1.11). Los demonios lo reconocen como el Santo de Dios (1.24), como el Hijo de Dios (3.11; 5.7). En otro momento decisivo, Pedro expresa su fe y la de sus compañeros al declarar que Jesús es el Mesías (8.29). Dios mismo lo vuelve a proclamar como su Hijo en la transfiguración (9.7). Con solemnidad especial, Jesús declara ante la Junta Suprema de Jerusalén que él es el Mesías, y que vendrá como Hijo del hombre, sentado a la derecha del Todopoderoso (14.62). La exclamación del capitán romano, al ver la muerte de Jesús, resume lo que el evangelista quiere que el lector comprenda: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (15.39).

Sin embargo, el evangelio nos muestra, aún con más claridad, quién es Jesús al hablarnos de lo que él hacía y enseñaba. Los títulos de Mesías, Hijo de Dios, Hijo del hombre y otros, se entendían en esa época de diversas maneras. Jesús no comparte todas las expectativas comunes en esos días, sino que las corrige y las supera. Y esto lo va dejando claro con sus hechos y sus enseñanzas, y sobre todo con su muerte y resurrección.

Este evangelio nos dice con relativa frecuencia que Jesús no quiere que se divulgue quién es él. A varios enfermos, después de sanarlos, les prohíbe hablar de lo sucedido (1.44; 5.43; 7.36). También en diversas ocasiones les prohíbe a los discípulos hablar de él (8.30; 9.9), al igual que a los demonios (1.34; 3.12). Así, tanto los hechos como la enseñanza de Jesús muestran más claramente quién es y cuál es su misión.

Él deshace el poder del demonio sobre los hombres (1.27, 34,39; 5.1–20; 7.24–30; 9.14–29), da salud a los enfermos (1.29–34) y pan a los que tienen hambre (6.30–44; 8.1–10), salva a los discípulos cuando están en peligro (4.35–41). Pero la autoridad de Jesús se revela de otras maneras también: enseña con plena autoridad (1.27), perdona los pecados (2.5), tiene autoridad sobre el sábado (2.28), declara el verdadero sentido de la ley (7.1–23; 10.1–12; 12.18–27,28–34), anuncia lo que sucederá en el futuro (13.1–37). Por eso, no es extraño que, al dirigirse a Dios, lo haga con una palabra que expresa una intimidad desconocida hasta entonces: Abbá (14.36).

Jesús es maestro, pero no como los maestros de la ley (1.22). El evangelio resume en estas palabras la enseñanza de Jesús: "Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias" (1.15). El resto de sus enseñanzas puede considerarse como una explicación y ampliación de ese mensaje de Jesús. Este evangelio destaca con mucha frecuencia que parte muy importante de la actividad de Jesús era la de enseñar a la multitud, y de manera particular al grupo de discípulos (cf., por ejemplo, 4.33–34).

Pero serán, sobre todo, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús las que revelarán cuál es su misión y cuál es el sentido de su vida. Se puede decir que todo este evangelio está orientado hacia ese momento decisivo de la historia de Jesús. Esto va haciéndose cada vez más claro a partir del primer anuncio que Jesús hace de su muerte y su resurrección (8.31). Este anuncio es contrario a las expectativas de sus discípulos y de todos los demás (cf. 8.32–33). Otras dos veces repite Jesús este anuncio (9.31; 10.33–34). Con la entrada en Jerusalén comienza la semana final de la vida terrena de Jesús, culminación de su camino (caps. 11–16).

Desde el punto de vista de esta revelación de la persona y de la misión de Jesús, el evangelio puede verse dividido en dos grandes partes:

I. Jesús revela quién es y cuál es su misión por medio de sus acciones y de su enseñanza. Escoge un grupo especial de colaboradores,a quienes da instrucciones especiales. El punto culminante es la proclamación de Pedro: "Tú eres el Mesías" (1.1–8.30).

II. Jesús muestra que cumplirá su misión en la humillación y la muerte, pues ha venido para "servir y dar su vida en rescate por una multitud" (10.45). Sin embargo, la muerte no será el final; después de resucitar volverá a reunir a sus discípulos, para encargarles una misión (8.31–16.20).

Otros autores, tomando en cuenta las indicaciones geográficas, prefieren la siguiente organización de la materia de este evangelio:

     Preparación (1.1–13)
I.   Actividad de Jesús en Galilea
(1.14–6.6a)
II.  Viajes por diversas regiones
(6.6b—10.52)
III. Actividad en Jerusalén, pasión, muerte y resurrección
(11.1–16.20)

El estilo de Mc se caracteriza por su carácter popular, con descripciones bastante pormenorizadas, incluso con repetición de detalles.

Por otra parte, casi todo el material de este evangelio se halla también en los otros dos sinópticos (Mt y Lc) o, por lo menos, en alguno de ellos. Muy pocos pasajes son exclusivos de Mc (los principales son: 3.20–21; 4.26–29; 7.32–37; 8.22–26; 14.51–52).

Hoy es opinión generalmente aceptada que los evangelios de Mt y Lc de alguna manera se basan en el de Mc.

Los mejores manuscritos de Mc terminan en 16.8. Los vv. 16.9–20 tienen un estilo diferente y parecen ser un resumen de los relatos que se encuentran en otros evangelios. Probablemente son de otra mano y se añadieron en un momento posterior.

Debemos a los autores cristianos del siglo II la atribución de este evangelio a Marcos (identificado con el personaje del mismo nombre que se menciona en Hch 12.12, 25; 15.37, 39; Col 4.10; 2 Ti 4.11; Flm 24; 1 P 5.13). De esa misma época es la noticia de que el evangelio fue escrito en Roma, después de la muerte de Pedro y de Pablo. Se puede colegir de diversos textos (cf., por ejemplo, Mc 7.3–4; 10.11–12) que los lectores a quienes se destinó en primer lugar este evangelio eran cristianos no judíos, posiblemente romanos.

La ciencia bíblica actual ha reconocido la importancia de este evangelio como testimonio valioso de la más antigua enseñanza de la iglesia sobre Jesús, el Hijo de Dios.

Se ofrece a continuación una posible manera de entender las principales secciones del evangelio:

Introducción (1.1–15)

I. Jesús revela quién es
(1.16–8.30)
   
1. Enseña con plena autoridad (1.16–3.12)
   
2. Los secretos del reino de Dios (3.13–6.6a)
   
3. "Tú eres el Mesías" (6.6b—8.30)

II. Jesús revela y cumple su misión (8.31–16.20)
    
1. Jesús anuncia su muerte (8.31–11.11)
    
2. En Jerusalén (11.12–13.37)
    
3. Pasión, muerte y resurrección (14.1–16.20)

 

  EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS  

El Evangelio según San Lucas (=Lc) muestra evidentes semejanzas con los otros dos evangelios sinópticos (Mt y Mc), y a la vez presenta de manera peculiar la persona y la obra de Jesucristo. Por otra parte, este evangelio forma una unidad literaria y teológica con los Hechos de los Apóstoles, como claramente se indica al comienzo de este último libro, donde el autor mismo resume el contenido de su evangelio con estas palabras: "En mi primer libro... escribí acerca de todo lo que Jesús había hecho y enseñado desde el principio y hasta el día en que subió al cielo" (Hch 1.1–2).

Lo mismo que Mt, aunque, sin duda, de manera independiente, el Evangelio según San Lucas comienza con los relatos sobre la concepción y el nacimiento de Jesús (caps. 1–2). Pero lo hace de una manera especial: estableciendo un paralelismo con la concepción y el nacimiento de Juan el Bautista. De este modo, desde el principio nos muestra claramente quién es Jesús y cuál es su misión. Jesús es el Mesías esperado por el pueblo de Israel, el Hijo de Dios, cuyo origen está en Dios mismo. El paralelismo entre las dos series de relatos sirve para resaltar más la superioridad de Jesús. En estos primeros capítulos predomina un marcado ambiente israelita, y solo ocasionalmente aflora el tema de la universalidad de la salvación (cf. 2.30–32), que expondrá en forma más clara en otros lugares.

A partir del cap. 3, este evangelio se refiere a la actividad pública de Jesús, y entonces se manifiesta más claramente la semejanza con Mt y Mc, a la vez que se revelan sus rasgos propios. Así, por ejemplo, Lc inicia esta parte de su narración con la mención de los gobernantes de ese tiempo (3.1–2), y la sitúa en el marco de la historia general. En este, como en otros detalles, el autor muestra un espíritu y una cultura característicos del mundo griego.

Mateo comienza su evangelio con la lista de los antepasados de Jesús. Lucas, por su parte, coloca esta lista después del relato del bautismo (3.23–38), y la hace remontar hasta Adán, con lo que también insinúa otro aspecto importante tanto de su evangelio como de Hechos: Jesús vino a traer la salvación no solo al pueblo de Israel sino a toda la humanidad. Este tema lo insinúa en otros lugares del evangelio, pero lo desarrollará principalmente en Hechos, al mostrar la difusión del mensaje cristiano desde Jerusalén hasta Roma (véase Introducción a Hechos).

Al narrar lo que Jesús hizo y enseñó después de su bautismo, Lc va siguiendo sustancialmente el mismo orden de Mc, del cual parece que depende en alguna manera. Sin embargo, Lc incluye otras tradiciones que no se encuentran en Mc.

Así, por ejemplo, en la sección que narra la preparación de la actividad de Jesús (3.1–4.13), Lc añade la enseñanza de Juan el Bautista (3.7–14), la lista de los antepasados de Jesús (3.23–38) y las pruebas en el desierto (4.1–13): estos pasajes tienen, parcialmente, paralelos en Mt.

En la sección siguiente (4.14–6.19), la semejanza con Mc es mucho más clara. Pero después, Lc añade un bloque de materia propia: el sermón en el llano (6.20–49) y otros relatos (7.1–8.3). Estos no se encuentran en Mc, aunque en gran parte tienen paralelos en Mt. En la sección 8.4–9.50 vuelve a aparecer el paralelismo con Mc.

Más adelante viene una gran sección característica de Lc: el viaje a Jerusalén (9.51–19.27), donde encontramos mucha materia propia. Parte de esta se halla también en Mt, y solo una parte pequeña (especialmente al final: Lc 18.15–43) tiene paralelos en Mc. Lc da realce especial a este viaje a Jerusalén (véase 9.51–19.27 n.), por ser el lugar donde Jesús llevará a término su obra.

En esta sección, Lc incluye como materia propia diversos hechos y palabras de Jesús que pertenecen a los textos más apreciados de los evangelios. Entre estos podemos recordar: la parábola del buen samaritano (10.30–37), la parábola del padre que recobra a su hijo (15.11–32), la parábola del rico y del pobre Lázaro (16.19–31), el relato de la curación de diez leprosos (17.11–19), la parábola del fariseo y del cobrador de impuestos (18.9–14), el relato de Jesús y Zaqueo (19.1–10), y otros más.

La sección final, como en los otros evangelios, está dedicada a la última semana de la vida terrena de Jesús, a su actividad en Jerusalén, su pasión, muerte y resurrección. Pero Lc termina con la ascensión de Jesús al cielo, e incluye algunos relatos propios.

De manera global, puede decirse que cerca de la mitad de este evangelio es materia que se encuentra también en los otros dos sinópticos o al menos en alguno de ellos. La otra mitad es propia de Lc.

Este evangelio, además de presentar a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios y Salvador de todos los hombres, hace resaltar especialmente la acción del Espíritu Santo en la historia de la salvación. Este último aspecto lo presentará el autor con especial relieve en los Hechos de los Apóstoles. El tercer evangelio destaca de manera particular la parte que tuvieron las mujeres en los acontecimientos que relata, y muestra un interés muy especial en señalar el amor de Dios por los pobres y los pecadores.

El Evangelio según San Lucas fue escrito, sin duda, por un autor cuya lengua materna era el griego. En el prólogo (1.1–4) muestra que puede escribir como los mejores literatos de su época. Sin embargo, en el resto del evangelio prefiere conservar el estilo sencillo y aun popular de las tradiciones anteriores y de los libros del Antiguo Testamento traducidos al griego, que él y sus lectores conocían bien. El evangelio parece estar destinado sobre todo a lectores cristianos de origen no judío.

Los autores cristianos del siglo II atribuyen la composición de este evangelio y de Hechos a Lucas, compañero de Pablo, mencionado en Col 4.14; 2 Ti 4.11 y Flm 24. En Col 4.14 se le llama "el médico amado".

Las principales secciones en que puede dividirse el evangelio son estas:

Prólogo (1.1–4)

I.   La infancia de Juan el Bautista y la de Jesús (1.5–2.52)
     1. Los anuncios
(1.5–56)
     2. Los nacimientos
(1.57–2.52)

II.   Preparación de la actividad de Jesús
(3.1–4.13)
     1. Juan el Bautista en el desierto
(3.1–20)
     2. Preparación de la actividad de Jesús
(3.21–4.13)

III.  Actividad de Jesús en Galilea
(4.14–9.50)

IV. El viaje a Jerusalén
(9.51–19.27)

V.  En Jerusalén (19.28–24.53)
     1. Actividad en Jerusalén
(19.28–21.38)
     2. Pasión, muerte y resurrección
(22.1–24.53)

 

  EVANGELIO SEGUN SAN JUAN  

El Evangelio según San Juan (=Jn), comparado con los otros tres evangelios, aparece con rasgos literarios y teológicos muy definidos. Desde el principio nos presenta a Jesús como la Palabra divina, el Hijo único de Dios enviado por el Padre a dar a los hombres la luz y la vida, si lo aceptan con fe. Esta revelación se va realizando paso a paso: comienza con el testimonio de Juan el Bautista, y se va perfeccionando en el encuentro personal con Jesús, en sus actos poderosos (que este evangelio llama "señales milagrosas") realizados por encargo del Padre, y en sus palabras, pronunciadas ante diversos públicos, en las cuales él revela claramente su origen, su verdadero ser y su misión salvadora.

Confrontados los hombres con esta revelación, van acentuándose cada vez más dos actitudes opuestas: la de los que lo aceptan y creen en él, y la de los que lo rechazan. A los que creen en él, Jesús les ofrece la vida eterna, dada por Dios no solo al final de los tiempos sino aquí y ahora. Los que lo rechazan atraen sobre sí mismos, también aquí y ahora, la pérdida de la vida eterna. Estos últimos aparecen personificados en los dirigentes del pueblo judío, que lo rechazan como el enviado de Dios y decretan su muerte. Pero para Jesús esta es la manera de llevar a término su misión y volver al Padre. Antes de su regreso, Jesús instruye especialmente a sus discípulos y les promete el envío del Espíritu Santo. Su muerte en la cruz es su exaltación suprema y su resurrección es el triunfo de la vida sobre la muerte. Jesús resucitado comunica el Espíritu a sus discípulos.

Este evangelio nos presenta la actividad pública, la pasión y la resurrección de Jesús de manera muy propia. Por ejemplo, hace mención de tres pascuas (2.23; 6.4; 13.1), mientras que los sinópticos solo mencionan una (Mt 26.17 y paralelos). De los muchos milagros que Jesús realizó, este evangelio solo narra siete, muy significativos para el mensaje que comunica. Es notable también la diferencia que ofrecen los discursos de Jesús en el cuarto evangelio, si los comparamos con los de los sinópticos. El Evangelio según San Juan, no pretende simplemente completar o precisar a los otros tres, sino que presenta al lector una imagen de Jesús y de su historia en la que aparece con toda claridad su sentido profundo, y quiere que el lector se sienta movido poderosamente a reafirmar su fe en Jesucristo.

Uno de los medios que este evangelio utiliza, para lograr el fin que se propone, es el del simbolismo. Se percibe mucho más claramente que en los sinópticos un lenguaje que, partiendo de las cosas de este mundo, lleva al lector a las realidades de la esfera divina. El vino que Jesús da en Caná (Jn 2.1–11) es símbolo de los bienes mesiánicos que él trae a la humanidad. El agua que ofrece a la samaritana (4.1–42) no es un elemento físico, sino el agua de la vida eterna, comunicada por el Espíritu. El pan que da Jesús (6.1–59) es mucho más que el pan material; es Jesús mismo, pan bajado del cielo, que da la vida al mundo. Si Jesús da la vista a un ciego (9.1–41), es para mostrar que él es la luz del mundo. Al resucitar a Lázaro (11.1–44), está mostrando que él es la resurrección y la vida. El ser levantado en la cruz es símbolo de su exaltación y glorificación, para salvación de todos (cf. 3.13–15; 8.28; 12.32). El carácter simbólico penetra el conjunto de los relatos y de las palabras de Jesús.

En este evangelio pueden distinguirse dos grandes partes:

I. Caps. 1–12: El Hijo de Dios viene al mundo para comunicar la vida eterna a los que creen; Jesús se revela con hechos y palabras. Se manifiestan dos actitudes frente a Jesús: aceptación y rechazo.

II. Caps 13–21: Jesús da una instrucción especial a sus discípulos y regresa al Padre pasando por la muerte y la resurrección.

El cuarto evangelio menciona en varios lugares a un discípulo "a quien Jesús quería mucho" (Jn 13.23; 19.26–27, 35; 20.2–10; 21.20–24). En ninguna parte se dice su nombre. Desde el siglo II este discípulo ha sido identificado con el apóstol Juan, hijo de Zebedeo.

Más importante, sin embargo, que la identificación de este discípulo, cuyo nombre se calla de manera intencional, es el mensaje que este evangelio comunica: una reflexión profunda y claramente centrada en la persona de Jesús y su relación con el Padre, lo mismo que en su obra salvadora. Tal reflexión plantea a toda persona la urgencia de dar una respuesta de fe a la iniciativa del amor de Dios.

Es opinión generalmente aceptada que el cuarto evangelio fue redactado después de los evangelios sinópticos, a fines del siglo I. Puede pensarse que este evangelio representa el resultado de una larga reflexión y transmisión del mensaje de salvación en comunidades que tuvieron que sostener duros enfrentamientos con grupos judíos.

El desarrollo del contenido de este evangelio ha sido percibido de diversas maneras. El siguiente esquema puede ayudar al lector a descubrir las principales secciones del libro.

I. El Hijo de Dios viene al mundo. Revelación y respuesta (1.1–12.50).

Prólogo (1.1–18)
   1. Revelación de Jesús con hechos y palabras: respuesta de fe (1.19–3.36)
   2. Diversas actitudes frente a Jesús
(4.1–6.71)
   3. Jesús es rechazado por su propio pueblo
(7.1–12.50)

II. Jesús regresa al Padre. Pasión de Jesús
(13.1–21.25)
    1. Cena de despedida con los discípulos (13.1–17.26)
    2. Pasión y muerte
(18.1–19.42)
    3. Apariciones de Jesús resucitado
(20.1–21.25)

 


 

  RESUMIENDO  

 

La palabra griega "evangelion" significa "buenas nuevas".

Este "evangelion" es el que anunció Juan el bautista y más tarde el que sería predicado por nuestro Señor Jesús (Marcos 1:14). La iglesia primitiva hizo de este anuncio el motivo principal de su proclamación (Hechos 5:42 - 1°Corintios 1:17). En el Nuevo Testamento, Cristo Jesús es presentado como el evangelio. Es su persona quien constituye las buenas noticias para la humanidad. Es su nacimiento el que se anuncia. Son sus hechos, su vida, sus palabras, su muerte y resurrección. Por tanto, no hay evangelio si Cristo no es predicado.

La Biblia dice: " Arrepentíos y creed en el evangelio" (Marcos 1:15). Creer en Jesús es creer en el evangelio. Creer en Jesús para recibir el perdón de nuestros pecados. Creer en Jesús para el comienzo de una vida nueva. Creer en Jesús para salvación de la muerte eterna. Esto es el Evangelio del Reino de Dios.

 

Comparto con ustedes las palabras de un antiguo predicador del Evangelio de Cristo:

                   "Jesús es la verdad... El es el Doctor y la doctrina, el Revelador y la revelación, el Iluminador y la luz de los hombres. El es exaltado en cada palabra de verdad, porque él es su suma y su sustancia.  El se sienta sobre el evangelio como un príncipe en su propio trono. La doctrina es muy preciosa cuando nosotros la vemos destilar de sus labios y la ponemos sobre su persona. Los sermones son valiosos cuando hablan de él y apuntan a él. Un evangelio sin Cristo no es en absoluto un evangelio y un discurso sin Cristo es causa de alegría para los demonios".

Charles H. Spurgeon.
      


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Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"

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