La Sabiduría del Espíritu

por Francisco Rodríguez

Tomado de la revista "En la Calle Recta" año XXXVIII N° 202

"Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2)

La Reforma del siglo dieciséis quiso recuperar de alguna manera el mensaje central del Evangelio que es: "Jesucristo y éste crucificado", porque se ofreció a Sí Mismo una sola vez para llevar los pecados de muchos (Hebreos 9:28).

La iglesia de la Edad Media sabía muchas cosas de la filosofía griega, en especial del filósofo Aristóteles, cuya filosofía fue utilizada por los teólogos para dar sus propias explicaciones racionales sobre la revelación de Dios. ¿Cómo se puede utilizar la filosofía de un hombre que no conocía al Dios de Abraham, para explicar el misterio de Dios que nos ha revelado en Su Hijo Jesucristo? El apóstol Pablo se negó a utilizar esa misma sabiduría griega para explicar el misterio de Dios. ¿Y por qué?. Por una razón muy profunda, él dice que no utiliza esa sabiduría humana, "para que no se haga vana la cruz de Cristo" (1:17).

Es una auténtica locura querer explicar con palabras de humana sabiduría que Cristo se ofreció a Sí Mismo en la cruz para purificación de nuestros pecados. Esto, para los que sólo buscan la sabiduría humana, es una locura; y para los que buscan señales es un escándalo. Pero para los llamados a la fe del Crucificado: "Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios" (1:24). Así entenderemos que el apóstol no quiere saber "cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado". Porque ahí radica el poder de Dios y la sabiduría de Dios para el hombre pecador. El poder para perdonar todos nuestros pecados y la sabiduría que nos guía a las moradas eternas. Cuánta hojarasca religiosa y filosófica se ha escrito para querer explicar al hombre natural todo esto, que no tiene explicación, porque no se trata de una doctrina sino de una realidad vital entre el hombre pecador y su Creador, que tiene su acto de reconciliación en la Cruz de Cristo, "para crear en Sí Mismo ... un nuevo hombre" (Efesios 2:15).

.. y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundamentada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (4-5).

Tanto los que hablan como los que escuchan la Palabra de Dios debiéramos seguir el ejemplo de Pablo. Nuestra fe jamás ha de fundamentarse en la sabiduría de los hombres ni en la propia sabiduría de uno, sino en el poder de Dios. Las palabras que nos presentan a Cristo crucificado no tienen que brotar entre las bellas palabras de la sabiduría humana sino de la fuente cristalina del Espíritu con la fuerza de Su propio poder. Para que penetre hasta lo más íntimo de los corazones de los hombres y saque a la luz sus más profundos pensamientos y deseos, y bajo el poder de la gracia reconozcan el perdón total en Cristo Crucificado. Las palabras lindas y persuasivas solo pueden ocultar al hombre pecador la dura y cruda realidad de la muerte de Cristo, y así tratar de ocultar la ira de Dios que descargó sobre Su Propio Hijo, cuando Él cargó con todos nuestros pecados.

La iglesia antes de la Reforma protestante caminaba en la senda de la sabiduría humana, para tratar de explicar la Obra de Dios en Su Hijo Amado. Pero esa senda apartaba a los fieles de la gracia y la fe en el Crucificado. Y así la clerecía teológica le dio a sus fieles los siete sacramentos como medios para alcanzar la gracia. Esto llevaba consigo alejar a los creyentes de Cristo y acercarlos a los sacerdotes. De tal manera que el sacerdote se hacía imprescindible en la vida religiosa de los fieles. Pero el sacerdote es totalmente innecesario para la vida espiritual de todo creyente, que acepte personalmente la sola gracia de Jesucristo por medio de la sola fe. Porque tenemos un solo y eterno Sumo Sacerdote, que nos puede salvar perpetuamente a los que por Él nos acercamos a Dios, viviendo siempre para interceder por nosotros (Hebreos 7: 25). Pues Cristo es el único que "quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio" (2 Timoteo 1:10,9). Y nos salvó y llamó no por nuestras obras, sino por la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos. Nuestra fe, pues, no se fundamenta en la palabrería religiosa de los hombres, sino en Aquel que nos quitó de la muerte en delitos y pecados y nos dio vida e inmortalidad juntamente con Cristo. La Palabra de Dios nos advierte que la sabiduría humana no puede conocer el misterio de Dios que es Cristo en nosotros.

"Pero Dios nos lo reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.... para que sepamos lo que Dios nos ha concedido..." (10,12).

Aquí se halla la causa del gran desencuentro que existe entre aquellos que buscan conocer las cosas de Dios desde su propia sabiduría humana y aquellos que saben lo que Dios les ha concedido por el Espíritu de Dios que mora en ellos. Para los primeros su propia sabiduría es el guía que les lleva a envanecerse en sus propios razonamientos y su necio corazón se entenebrece más y más. Para los segundos el Espíritu es el guía que les conduce a toda la Verdad (Juan 16:13) y a la Luz de la vida que es Cristo. La Reforma del siglo dieciséis se apartó del camino que transitaba la mayoría clerical con su sabiduría religiosa, y se volvió a la Palabra de Dios, para permitir al Espíritu que los guiara a toda la Verdad en el conocimiento de Cristo y de Su Obra de salvación para los pecadores: "por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe" (Efesios 2:8). A veces algunos católicos dudan de que la Biblia diga tan claramente que solo somos salvos por gracia por medio de la fe. Por eso quiero transcribir aquí una de las traducciones más utilizadas entre los católicos, la Nácar-Colunga, que en la carta a los Efesios 2:8, se lee: "Pues de gracia habéis sido salvos por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe". Si uno lee con imparcialidad estas dos versiones, se dará cuenta que se habla de la gracia y de la fe como don de Dios, y que esto no viene de nosotros, ni viene de nuestras obras. Cuando uno pone como disculpa para rechazar una traducción bíblica, el que sea protestante, solo es una estrategia para ocultar su incredulidad. La Palabra de Dios es de Dios, no tiene apellidos.

"Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (14).

La versión latina de la Biblia llamada "Vulgata", que la iglesia católica utilizó en sus documentos oficiales, dice en este verso 14: "Animalis autem homo non percipit ea quae sunt Spiritus Dei.....". La única diferencia entre estas dos traducciones es que la "Vulgata" traduce: pues el hombre animal, y la Reina-Valera traduce: pues el hombre natural. Yo me pregunto, ¿cómo la iglesia católica puede utilizar tanto la filosofía del hombre animal para explicar las cosas que son del Espíritu de Dios? ¿No traduce claramente que el hombre animal (non percipit) no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios? Esta advertencia de la Palabra de Dios no es solo para los teólogos y filósofos católicos, sino para todos los que se reconozcan como cristianos.

Por todas partes se levantan nuevos maestros que sólo hablan y enseñan lo que brota de su propia sabiduría humana, del hombre natural (animalis homo). Todos estos solo han recibido el espíritu del mundo, pero no recibieron  "el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido". Por eso hay tanta contradicción entre las cosas que ellos enseñan y las cosas que enseña el Espíritu de Dios. En estos tiempos de vanagloria religiosa es necesario saber discernir lo que dice el Espíritu de lo que dicen esos maestros religiosos, que están puestos para confusión de los incrédulos.

Los que aceptamos a Cristo como nuestro único y perfecto Salvador hemos de tener muy claro que el hombre natural no puede percibir las cosas que son del Espíritu de Dios. Por eso no debes preocuparte por las opiniones que estos vierten en todos los medios de comunicación ni por sus propias palabras. Porque las cosas que Dios nos revela a nosotros por el Espíritu en Su Palabra, el hombre natural no las puede entender. Solamente el hombre que no vive conforme a los deseos de la carne sino conforme al Espíritu, sabe discernir lo que enseña la sabiduría humana de lo que enseña el Espíritu. En una palabra, sabe discernir espiritualmente, porque el Espíritu de Cristo mora en él, y él en Cristo. "Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él"( Romanos 8:9).

Fco. Rodríguez

Tomado de la revista "En la Calle Recta" año XXXVIII N° 202

 

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