La cárcel de la religiosidad

por  Jaime Mardones Ovalle

"Cristo no quiere que vivamos revoloteando a su lado en un sistema religioso, sino que nazcamos de nuevo y vivamos por Él y en Él".

Mi nombre es Jaime Mardones Ovalle. Tengo 46 años y vivo en el Sur de Chile. Por obediencia al Espíritu Santo les escribo estas líneas a ustedes queridos hermanos , y a través de ustedes a muchísimas personas católicas especialmente a sacerdotes. Las escribo con amor y gratitud a muchos católicos. Recuerdo desde niño la cercanía de Jesús en mi familia, por la siembra de mis padres de las verdades de la Biblia en mi espíritu. Después de la edad de 18 años, para conocer más a Jesús, fui al Seminario católico de San Fidel. Pero, allí mi contacto con el Señor fue revolotear a su lado, hacer muchas actividades, estudiar con ahínco tres años de filosofía y medio año de teología. Era entonces uno de los alumnos más aventajados, profesor de filosofía en un Liceo nocturno, con una oferta para estudiar fuera del país.

Lo mejor que realicé en el Seminario, fue participar en un grupo de estudio bíblico, en el que procurábamos aterrizar la palabra de Dios a la práctica. De ese pequeño grupo la mayoría nos retiramos de dicho Seminario.

En el mentado Seminario recibí una sólida formación católica. Y mi curiosidad me llevó a leer autores protestantes para la vida espiritual. Además, leí al más evangélico de los católicos: a Francisco de Asís, quien me impactó con su anhelo de vivir el evangelio sin gloria, sin añadiduras de las tradiciones humanas.

Cuando decidí retirarme del Seminario, algunos sacerdotes me querían dirigir hacia retiros diversos, para que recapacitara. Y un amigo sacerdote: Marcos Uribe, me dio el mejor consejo de mi vida: "que comenzara a orar por la que sería mi futura esposa". E inicié la oración en tal sentido: Hasta que seis meses después apareció Angélica en mi vida y yo en la de ella.

En las oportunidades en que iba a misa con Angélica, algunas personas nos miraban con los cejos fruncidos. Sin embargo, siempre mantuvimos ciertas prácticas religiosas y de cooperación con la Iglesia Católica. Así también en la pastoral universitaria de Valparaíso, mientras estudiaba derecho. Hasta mi tesis de grado en la Escuela de Derecho de Valparaíso (Universidad católica), la hice sobre los laicos, en la vertiente del derecho canónico. Entonces, éramos unos buenos católicos. Y debido a eso y a mis estudios de derecho, me ofrecieron un trabajo en la obra Kolping (asociación internacional de laicos católicos), en Villarrica. En la Obra Kolping (1988 a 1992) me hice amigo de muchos artesanos del país y de dirigentes Kolping en Latinoamérica y otros países del mundo. El trabajo era bastante. Una gran crisis en julio de 1992 me afecto con una severa enfermedad. Y gracias a Dios por la bendita prueba, que nos puso a Jesús desde la cabeza al corazón, a toda la vida, al nuevo nacimiento (Jn. 3:3); que unos meses antes de convertirnos, leía en el catecismo de la Iglesia Católica, como una de las exigencias para recibir la comunión en los primeros siglos del cristianismo, el nuevo nacimiento (1355 de dicho Catecismo). Lástima, y con desmedro para millones de personas, en la Iglesia Católica se trata hasta ahora de una exigencia histórica solamente, esta experiencia con Jesús, del nuevo nacimiento.

En la primavera de 1995, visitamos por el trabajo de Angélica, la Iglesia Bautista de Villarrica, presidía el pastor Eduardo Pisero (por medio de él conocí la revista En La Calle Recta). Este pastor, de un modo muy inteligente comentó para los que se reunían en la Iglesia, pero dirigido más a las visitas que éramos nosotros, el pasaje de 2 Corintios 5:17: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas". Este mensaje lo compartí después en mi grupo de catequesis en la capilla católica: Sagrada Familia. Y lo medité por meses, mientras destilaba como agua fresca de nueva vida en mi corazón. Hasta que a Angélica la invitó Elizabeth Garrido (una amiga), a una campaña evangélica en la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera, que predicaba el pastor Nolberto Marín, y ese día sábado 27 de abril de 1996 predicó sobre Deuteronomio 10:17, que "Dios no hace acepción de personas". Fue algo providencial el mensaje. Mi corazón fue tocado por el mensaje del amor y el cariño de Dios por todas las personas, especialmente por mí. Sin embargo, fue Angélica la que levantó primero la mano en el templo. Yo con mi carga de religiosidad hice la oración de aceptación de Jesús y no me atrevía a levantar la mano a solicitud del pastor. Miré a mi lado y Angélica sí levantó su mano. Entonces, yo también me atreví y entregué toda mi vida a Cristo.

Jesucristo me ha sanado y transformado y me ha hecho andar en el Espíritu con toda mi familia. Hace poco el Espíritu Santo me ha dado un sueño en el cual "yo visitaba en una cárcel a varios sacerdotes y lograba hablar con algunos del Señor y del nuevo nacimiento, pero otros dormían y no podía hablar con ellos".

Por eso, escribo estas líneas, para dar a conocer a muchos católicos que ellos se encuentran presos en la cárcel de la religiosidad. Por tanto, deben volver con profunda humildad a las fuentes bíblicas, que permanecen para siempre, libres de tradiciones y doctrinas de hombres, efímeras, transitorias, meras opiniones de la jerarquía eclesiástica. Deben anunciar a Cristo y no, como hasta ahora, una prédica del orden mundial. En efecto, infinidad de católicos desconocen a Jesús y la obra del Espíritu Santo; infinidad de católicos no han nacido de nuevo e ignoran las Sagradas Escrituras.

Es fácil confundirse. Es fácil pensar que la Iglesia tiene un montón de objetivos diferentes: la educación, el construir edificios y el celebrar cultos. La Iglesia existe con el único propósito de "hacer discípulos" (Mt. 28:19), de llevar a los hombres a Cristo para que nazcan de nuevo, sean hijos de Dios y otros pequeños Cristos.

Jesucristo mismo nos invita a tomar la decisión más importante de la vida: aceptarlo y recibirlo a Él. Para lo cual nos dice: "Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Ap. 3.20); porque Él no quiere que vivamos revoloteando a su lado en un sistema religioso, sino que tengamos un nuevo nacimiento y vivamos en base a su misma Persona.
Nicodemo era muy religioso, un maestro de Israel, pero no era salvo; no sabía nada del nuevo nacimiento (Jn.3:4); tenía religión, pero no se sentía satisfecho, él comprendía que la religión sin Cristo era muerta. Pero, le faltaba comprender que no había que mirar solamente a Cristo, sino vivir en Él (Ef. 1:1).

Nacer de nuevo significa nacer de lo alto, nacer de Dios. Esto es imposible para la religión porque Nicodemo presentó objeciones; pero según Jesucristo es necesario para poder "entrar en el Reino de Dios" (Jn. 3:5). Ya que "lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es" (Jn.3:6).

De modo que el nuevo nacimiento es obra del Espíritu Santo y se produce cuando el mismo Espíritu Santo toma la Palabra de Dios y la aplica al corazón del pecador, convenciéndole de pecado porque no cree totalmente en Cristo, de justicia porque Cristo está vivo junto a Dios Padre, y de juicio porque satanás ha sido juzgado; y mostrándole que sólo por medio de la fe en el Señor Jesucristo puede ser salvo (Jn.1:11-13;16:4-15).

De modo que hay que nacer de nuevo para ser hijos de Dios, tenemos que luchar contra la corriente y decidirnos por Cristo, y tenemos que vivir en Cristo para ser verdaderos cristianos y no de nombre solamente.

Las Sagradas Escrituras nos interpelan a todos en forma contundente, cuando dice: "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados, para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y Él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado" (Hechos 3:19-20). Amén.

Jaime Mardones Ovalle

Tomado de: En la Calle Recta


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